La intimidad del Palais Omnisports de París-Bercy alumbró otro extraordinario hito de Rafael Nadal, ya miembro de uno de los clubes más selectos de la historia del tenis, el de los milenarios. El mallorquín, de 34 años, sigue sacándole jugo al curso más anómalo y después de lograr su decimotercer trofeo de Roland Garros, hace solo tres semanas en el Bois de Boulogne, regresó a su ciudad fetiche para reanudar la marcha con un registro dorado. Se repuso ante Feliciano López en el estreno de la penúltima cita de la temporada (4-6, 7-6(5) y 6-4, en 2h 30m) y logró la victoria 1.000 de su carrera, cota que hasta ahora únicamente habían alcanzado tres jugadores mastodónticos.
Acompaña ya Nadal al trío liderado por Jimmy Connors, feroz competidor que acumuló 1.274 triunfos, por encima el estadounidense de Roger Federer (1.242) e Ivan Lendl (1.068). Reciben los tres ahora al balear y se confirma el cuarteto, aunque procede el matiz: el español lo cierra con el mejor rendimiento. A lo largo de sus 19 años como profesional, Nadal ha tenido una efectividad del 83,3%, sensiblemente superior a las de los otros tres integrantes; Connors (81,8%) se retiró a los 43 años y Federer (82,1%) apura mellado hacia la cuarentena, mientras que Lendl (81,53%) colgó la raqueta a la misma edad a la que sigue entronizándose el de Manacor.
No es Nadal de aquellos a los que les gusta recrearse o mirar demasiado hacia atrás, no todavía, pero los libros obligan a rebobinar y le dirigen hacia el 29 de julio de 2002, fecha de su primera muesca. Entonces superó al paraguayo Ramón Delgado en casa, en Mallorca, cuando tenía solo 15 años, y a partir de ahí se disparó hacia el infinito. Dejó su primera huella en un Masters 1000 la temporada siguiente, frente al esloveno Karol Kucera en Montecarlo (6-1 y 6-2), y la primera señal vencedora en un Gran Slam llegó también en 2003, ante el croata Mario Ancic en la hierba de Wimbledon (6-3, 6-4, 4-6 y 6-4).
Aquel adolescente melenudo que devoraba la pista a mordiscos es hoy un hombretón más reposado, pero que conserva intacto el apetito y ha ido enriqueciendo la paleta de colores para seguir abriéndose paso en un tenis cada día más vertiginoso. A su incontestable dominio de la tierra batida, Nadal le ha añadido una agresividad extra sobre pista dura y la interiorización definitiva del juego sobre césped. Es, pues, un camaleón que se adapta a todo tipo de escenarios y también de circunstancias, ninguna tan extraña como la de este 2020 que en su deporte transcurre en un ambiente clandestino.
La pandemia aprieta y en Bercy, como sucederá a partir del día 15 en el Masters de Londres, no hay rastro del aficionado en las gradas. El aspecto del Palais Omnisports es estos días desangelado y la acción se desarrolla entre un incómodo silencio que terminó siendo perturbador para Nadal. Al número dos se le resiste el torneo —uno de los tres miles que no ha conquistado, junto a Miami y Shanghái— y a su retorno a la actividad no tuvo las mejores sensaciones. Comenzó frío y destemplado, resistió y acabó imponiéndose a Feliciano en un partido que sacó adelante por categoría, más que por juego.
No le trae buenos recuerdos Bercy, donde nunca ha conseguido alzar el trofeo. El año pasado, un percance abdominal le apartó en la penúltima ronda y esta edición arrancó con el pie torcido, aunque finalmente lo remendó. Feliciano tampoco es plato de buen gusto. Pese a que vaya enfilando la puerta de salida del circuito, el toledano (39 años) le venció las dos últimas veces que se habían cruzado; en cualquier caso, de eso hace ya un lustro y el colmillo ya no es el mismo. Nadal renqueó durante un buen rato, pero él no aprovechó la situación y lo pagó.
Fue un día raro del mallorquín. Le costó leer los saques de su rival y guerreó con el drive agarrotado hasta que se destensó a mitad del segundo parcial. Dejó fotogramas inusuales como un homerun que salió despedido hacia la grada, al tocar sucia la bola, o un resto a dos manos con la derecha que hizo recordar al francés Fabrice Santoro. Impreciso y acelerado, el juez Mohamed Layani tuvo que advertirle durante un receso porque enfilaba el vestuario sin ponerse la mascarilla. Sin embargo, se recondujo y a la que se adjudicó el tie break cogió tono y su confianza subió varios peldaños, apoyado fundamentalmente en el servicio; rompió de entrada en el tercero y finiquitó el pulso para anotarse una victoria acompañada de tres ceros.
Este jueves (hacia las 17.00, #Vamos), sin tiempo para masticar el enésimo logro, el campeón de 20 grandes reaparecerá para enfrentarse al australiano Jordan Thompson por los cuartos. Hacia la misma hora, Pablo Carreño afrontará a Norbert Gombos y antes, el joven Alejandro Davidovich (doble 6-4 a Benjamin Bonzi) se medirá al argentino Diego Schwartzman.
285 rivales de 56 nacionalidades diferentes
Hace menos de un mes, Nadal dibujó una cifra mágica con su 100ª victoria en Roland Garros y anoche posó en Bercy con el distinguido 1.000 que le dedicó la organización del torneo.
“Cada triunfo ha tenido su importancia. Es una satisfacción, porque quiere decir que hemos hecho las cosas muy bien durante muchos años”, expresó el español, que en su extensa andadura por el circuito profesional ha repartido su millar de triunfos entre 285 rivales de 56 nacionalidades diferentes.
“Los resultados me dicen que no soy demasiado viejo porque sigo siendo competitivo; demasiado bueno tampoco, porque he perdido algunos partidos… Por suerte he ganado más que perdido”, agregó el mallorquín, que reconoció las dificultades para batir a Feliciano.
“Empecé el partido de la peor forma posible. Al final encontré la manera y estoy muy orgulloso de esta victoria. A veces la satisfacción es mayor cuando se logra de forma difícil que cuando lo haces fácil”, cerró Nadal, que ha decantado a su favor 134 de los 155 duelos contra españoles.
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