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Meloni pone a macron ante un dilema confrontar con la ganadora o dar alas a le pen

La victoria de Giorgia Meloni en las elecciones italianas del domingo pasado coloca a Emmanuel Macron ante un dilema. El presidente francés sabe que es imposible reproducir con Meloni la sintonía que mantenía con el primer ministro saliente, Mario Draghi. Y tampoco quiere. Pero cree que puede continuar la cooperación con Italia si la sucesora de Draghi mantiene, como ha prometido, el compromiso con la Unión Europea (UE), el euro y la OTAN.

El riesgo, para Macron, es contribuir a normalizar a la heredera del neofascismo italiano si es demasiado amable con ella y coopera como con cualquier otro líder. Indirectamente podría acabar homologando en Francia a la líder de la extrema derecha, Marine Le Pen, que todavía asusta a una parte del electorado.

El expresidente francés François Hollande lo analizaba en un encuentro con periodistas semanas antes del voto en Italia: “Una victoria de la extrema derecha podría prefigurar lo que podría ocurrir en Francia en las elecciones presidenciales de 2027. El ejemplo italiano confirmaría a Le Pen en la estrategia que tiene desde hace diez años, y que consiste en hacerse aceptar como un partido como los demás, tomando prestado de la izquierda el discurso social, y de la derecha la demagogia en materia de seguridad e inmigración”.

Las elecciones italianas marcan el fin de un momento excepcional entre ambos países. La experiencia y autoridad de Draghi infundían respeto y admiración en Macron. La afinidad entre ambos era ideológica y personal. El año y medio de Draghi en el poder permitió a Macron abrir el juego de alianzas que impulsan Europa, más allá del eterno matrimonio franco-alemán.

“En el fondo, esta relación con la Italia de Draghi era una relación adúltera que nos alegraba, y esto se acabó”, dice en su oficina en París el veterano Alain Minc, que conoce bien tanto al italiano como al francés. Minc, consultor, ensayista y asesor oficioso de varios presidentes franceses, continúa: “Aunque podamos esperar que las cosas se desarrollen correctamente con el Gobierno Meloni, no habrá la complicidad intelectual, cultural, instintiva que existía entre Macron y Draghi”. En otro momento de la conversación, añade: “Habrá usted observado, en las declaraciones de Macron, que en ningún momento ha buscado aislar a Meloni”.

Y así es. La reacción de Macron a la elección de Meloni ha sido tibia. Ni alarmismo ni gesticulación. Tampoco alegría alguna, claro. El palacio del Elíseo se limitó a declarar: “El pueblo italiano ha hecho una elección democrática y soberana. La respetamos. Como países vecinos y amigos, debemos continuar trabajando juntos. Como europeos, lograremos afrontar nuestros desafíos comunes”.

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No es la declaración de alguien que cree que el fascismo ha llegado al poder en la tercera economía de la UE. Ni son las palabras de un líder que piense que, con Meloni al mando, vaya a repetirse la bronca permanente en la que se convirtieron las relaciones franco-italianas durante el primer Gobierno de Giuseppe Conte, entre 2018 y 2019.

Macron, en una reunión hace 15 días con los periodistas que cubren el Elíseo, afirmó que, fuese cual fuese el resultado el 25 de septiembre, la cooperación entre ambos países continuaría. No contemplaba un regreso de las tensiones. Según el presidente francés, hoy existen “elementos ineluctables” que dificultarían los vaivenes. Uno es el Tratado del Quirinal, firmado por Francia e Italia en 2021. El otro es el legado y las decisiones de Draghi en la política europea, “difíciles de cuestionar en el contexto de la UE”. Es como si Mario Draghi fuera un seguro ante una deriva antieuropea de Italia, o ante el jaleo populista. “Yo estoy con Mario a fondo”, dijo Macron en un corrillo con periodistas tras la reunión.

Credo europeísta y atlantista

La clave, para que Meloni sea más o menos aceptada en París, es preservar el credo europeísta y atlantista de Draghi. El francés y la italiana podrían entenderse en la renegociación del pacto de estabilidad y crecimiento, que fija los límites de déficit y deuda para los países europeos.

Sin embargo, hay un pero, y no menor: la distancia entre el “dios, patria, familia” de Meloni y un Macron inscrito en la tradición liberal y republicana de la “libertad, igualdad, fraternidad”. El abismo ideológico lo expresó sutilmente la primera ministra francesa, Élisabeth Borne, al aplaudir el lunes, en la cadena BFM-TV, el toque de atención a Roma que había dado unos días antes la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. “Lo que dice la presidenta de la Comisión”, dijo Borne, “es que en Europa defendemos un cierto número de valores y evidentemente estaremos atentos a que estos valores sobre los derechos humanos, sobre el respeto de los otros, sobre todo el derecho al aborto, sean respetados por todos”.

Una complacencia excesiva de Macron con Meloni se le puede volver en contra. A fin de cuentas, podrían pensar muchos franceses, si Meloni es aceptable, ¿por qué no Le Pen? Macron sabe que, si tras las presidenciales de 2027 le sucede un candidato de extrema derecha, habrá fracasado. El problema, según el socialista Hollande, es que, una vez que Meloni empiece a frecuentar los consejos europeos y a participar en las decisiones, su imagen podría normalizarse. “En el fondo”, dice, “Europa es una máquina de lavar dirigentes”.

Le Pen llegó a la segunda vuelta en las dos últimas presidenciales en Francia frente a Macron. Desde este verano dirige el primer grupo de oposición en la Asamblea Nacional. El lunes celebró como propia la victoria del bloque de derechas. “El pueblo italiano ha decidido retomar su destino en sus manos al elegir un Gobierno patriota y soberanista”, declaró la euroescéptica y antiatlantista Le Pen. Ella no ha logrado romper del todo el cordón sanitario que impide a la derecha tradicional francesa aliarse con su formación o pedir el voto para la misma. Y quienes, como el tertuliano Éric Zemmour, han propugnado la unión de las derechas bajo el liderazgo ultra, han fracasado. Para ambos, Italia muestra el camino.

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