Mi hijo me falta al respeto, ¿qué puedo hacer?

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Algunos niños y jóvenes gritan, amenazan, rompen objetos, golpean puertas, se autolesionan, agreden a otros o incluso faltan al respeto a sus padres. “Los adultos hablan de límites constantemente y, con frecuencia, ignoran que los niños desconocen el significado, no saben identificarlos ni establecerlos”, declara Guillermo Blanco Bailac, psicólogo especialista en Psicología Clínica. Asimismo, argumenta, que esto ocurre porque su cerebro está todavía inmaduro y, aunque sepan que no pueden traspasar ciertas normas, “existe margen de error”. “Tienen impulsividad y necesitan un proceso de aprendizaje que les frene. Los niños quieren, en muchas ocasiones, imponer su criterio con comportamientos equivocados”, añade el experto. ¿Cómo actuar cuando tu hijo te falta el respeto?

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Algunos padres no encuentran solución. Bailac explica que, a nivel biológico, la corteza prefrontal (donde se encuentra, entre otros, la reflexividad), tarda en madurar -terminando sobre los 21 años- y hasta entonces los jóvenes aún no saben expresarse con claridad. “Los niños son impetuosos y no perciben los riesgos. Nosotros, los adultos, somos su ejemplo y ellos repiten los modelos, no solo en casa, sino también en el colegio. Nuestra reacción debe ser firme, sin entrar en el juego o asustarnos. Hemos de darles una alternativa y no solo censurarles”, manifiesta el psicólogo clínico.

Según el profesional, para el niño es difícil la gestión emocional y la labor de los adultos debe ser la de intervenir y trabajarse a sí mismos, incluso recurrir a técnicas de relajación y respiración. “Hemos de lograr no sentirnos atacados y comprender que el crío nos hace una demanda de ayuda para encauzar el asunto”, asevera Bailac. Según el psicólogo no debemos entrar en el “intercambio de golpes” y escuchar sus necesidades porque quizás no sepan explicarse: “Las familias deben trabajar la empatía, esto es, conseguir que el niño tenga conciencia sobre lo que ha hecho y a quien ha podido perjudicar. Es mejor no pedirle que se disculpe porque, aunque seguramente lo haga, no entienda el motivo de sus actos. Por ello, resulta más satisfactorio trabajar desde este entender al otro”.

Si estás calmado, tu hijo estará calmado

“La desobediencia es desintencionada en los niños. No hacen nada con maldad. No quieren lastimar a nadie con sus actos porque ni lo piensan”, añade Germán Felpeto, psicólogo y educador de menores. “Los más pequeños quieren la atención de sus padres y familiares y cuando no lo consiguen se tiran al suelo o no comen. Y si, en esas situaciones, atiendes su reclamo, lo repetirá porque le ha funcionado. Si te comunicas con calma, ellos lo reciben así. Si estás calmado, tu hijo estará calmado. Por el contrario, si no lo estás, se estresará. Ambos progenitores deben apoyarse, no desautorizarse el uno al otro o uno restar importancia al tema, cuando el otro no lo hace”, asevera.

El experto hace una diferenciación respecto a la adolescencia: “Los jóvenes siguen experimentando con los sentimientos, con sus iguales y con el contexto que les rodea. También necesitan un marco seguro. Si esto no es así, los hijos se descontrolan. Todo lo que viven, lo hacen por primera vez y para ellos es crucial. No se debe restar valor a lo que sienten o piensan porque es ahí donde se vuelven reactivos y desobedecen”. El profesional habla en este punto del aprendizaje vicario (tus hijos ven lo que tú haces y lo imitan): “No les estás enseñando a gritar o insultar, pero si tú lo haces, te ven y te copian”.

Los adolescentes buscan atención, pero buscan más el conflicto con sus progenitores. Para el experto, a partir de los siete años se puede establecer un “contrato” o precio simbólico entre padres-hijos. “Hablamos sobre, por ejemplo, la hora de llegada a casa. Hay una conversación y se establece un marco, donde el joven se siente partícipe en el proceso. Se redacta el pacto y se firma con las condiciones”, refleja el profesional.

Hasta los 21 años, puede existir todavía un aprendizaje infantil. “Todas las etapas presentan complejidades y nuestra labor como adultos es procurar entenderlas y no infravalorar a nuestros hijos. Ellos no tienen que vivir como lo hemos hecho nosotros”, prosigue Felpeto. Para el profesional, los padres deben analizar la conducta y buscar para qué están haciendo algo sus hijos y no el porqué: “Si quieren tiempo, se lo dedico. Los niños se contentan con muy poco”.

Además, en la adolescencia, los padres han de prestar más atención a las señales. “Pregunta a tu hijo qué quiere y qué necesita o cómo le ha ido el día. Puede que la contestación no sea la que te hubiese gustado, pero al menos él valorará tu interés. Es como decirle aquí estoy. Y es suficiente”, añade. Tenemos que ser conscientes de que les damos consejos y órdenes continuamente, “no obstante, obviamos interesarnos por sus necesidades y sentimientos. Dándole confianza, el joven se siente seguro”, sostiene Felpeto.

“Las familias deben mantener la calma y propiciarle al hijo el soporte emocional que necesita, sin justificar sus faltas de comportamiento, pero procurando comprender los motivos. Del mismo modo, cuando sea necesario deben excusarse por no haberles escuchado u ofrecido tiempo. Cuando la base educativa es la óptima, con el desarrollo madurativo se irán gestionando mejor las emociones. La educación asentada en el respeto por parte de los padres, permitirá que el hijo añada importancia a la tolerancia hacia el prójimo y hacia uno mismo”, termina el psicólogo.

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