El arrojo de Míchel, ese que le valió su exitosa etapa en el Real Madrid, no se ha trasladado a los Pumas de México. La experiencia de José Miguel González en el fútbol mexicano ha sido todo un vaivén. En sus primeros seis meses su club ha sido tan inestable que se ha alejado de la liguilla y de cualquier posibilidad de pelear por la Liga.
Míchel se enganchó con la identidad de Pumas desde su llegada en mayo. En sus primeros días aceptó hacerse cargo de uno de los clubes con un limitado presupuesto para contratar futbolistas y con una clara necesidad a voltear a ver a los equipos juveniles. Él, como jugador hecho en la fábrica del Madrid, tenía claro en que la juventud podía devolver a uno de los equipos de mayor solera de México y que representa a la Universidad Nacional Autónoma de México, el mayor centro de estudios de América Latina. Y, además, se hacía cargo del equipo de toda la vida de Hugo Sánchez, su excompañero en el Madrid y en el Celaya.
Los primeros días marchaban bien para un Míchel que se resignó a la plantilla que dispuso la directiva. En su debut en la Liga mexicana, los Pumas ganaron 0-2 al Atlético de San Luis, la franquicia del Atlético de Madrid. En su primer juego en casa, el estratega se deleitó con la goya, el cántico de tradición del club y los suyos volvieron a ganar 2-0. El español sacó lustre a jóvenes mexicanos como Alan Mozo, Andrés Iniestra o Bryan Mendoza.
Y, sin embargo, la inestabilidad se propagó por todos sus futbolistas al empezar a cosechar derrotas. Pese a eso, se mantuvieron en los primeros ocho lugares, con posibilidades de jugar la liguilla. Se cuestionaba a los chicos de Míchel por no conseguir victorias o aprovechar la superioridad numérica en caso de expulsión de alguno de los contrarios. En el partido más importante de la temporada, en el clásico de Ciudad de México frente al América, los Pumas lograron un empate (1-1) con un sabor agrio porque tuvieron ocasiones dignas para un triunfo pletórico.
Uno de los juegos clave para apuntalar su clasificación a la fase final del campeonato mexicano fue contra Puebla, un equipo que agonizaba en los últimos lugares de la clasificación. Y los Pumas de Míchel volvieron a arañar un empate 1-1. Ahí fue cuando se mostraron las vestiduras del conjunto universitario: dependiente de los goles del tenaz delantero Carlos González y de los tiros de gracia de Juan Manuel Iturbe, un prolífico creativo que sufrió por su irregular condición física que le permitió jugar solo dos partidos completos de los 18 de la temporada.
El momento de mayor frustración para los Pumas fue cuando tenía a sus pies la posibilidad de certificar su pase a la liguilla. Era el momento Míchel. El partido contra Juárez lo tenían ganando 1-0 desde el primer tiempo. Cerca de la hora del juego los universitarios consiguieron un penalti a favor. El hombre de confianza del estratega español, el capitán Ignacio Malcorra, pidió cobrarlo y su tibieza en el tiro provocó la atajada del guardameta rival. Siete minutos más tarde, los de Juárez les empataron y así finalizó todo. Míchel se fue entre murmuros y su capitán se llenó de vituperios.
Este domingo, los Pumas de Míchel dependían de una combinación de resultados para poder disputar el trofeo de la Liga mexicana. Pero la fortuna no llegó y perdieron 2-0 contra Pachuca. Los hinchas del equipo felino insultaron al español e incluso coreaban el nombre de otros exentrenadores en una forma de pedir su dimisión. Míchel solo se limitó a dar resoplidos y a lamentarse por la fría actitud de sus jugadores. “Llevo dos meses planificando el siguiente torneo”, soltó el entrenador para silenciar cualquier tipo de rumor de su renuncia o despido. Su club se estancó en la décima posición.
“Vamos a tener que buscar otra serie de motivaciones o, como he dicho antes, con jugadores de la cantera, con otros que van a tener más continuidad, intentar trueques, cambios y algo de imaginación”, dijo el director técnico antes de su más reciente partido. Míchel hará de funambulista en Pumas y, por el momento, no le teme al desafío.
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