Miguel Rellán: “Esta sociedad tiene mucho de estúpida, banal, ruidosa y frívola”


En su rostro no puede disimular los cuatro puntos cardinales de la bondad. Pero prefiere encarnar malos. Miguel Rellán (Tetuán, 77 años) esgrime su currículo de 200 trabajos y una actividad de no parar ahora tras haber dirigido en teatro Contarlo para no olvidar ―en cartel en el Teatro del Barrio, con Isabel Serrano y Amparo Pamplona en el reparto―, seguir de gira a nivel de no hay entradas con Los asquerosos o haber participado en series como Vergüenza y Perdonen las molestias, que se estrenará en 2022. Ha trabajado con tres generaciones de directores de cine español, pero sus conclusiones son contundentes: “Hay dos cosas importantes: el amor y el poder. Está todo en Homero ya y Shakespeare lo remató”.

Pregunta. ¿Sabe cuántas películas, obras de teatro y series de televisión ha hecho?

Respuesta. Lo tengo apuntado por ahí, entre cine, teatro y televisión, unas 200. Mucho, mucho, mucho…

P. Y todo eso, ¿para qué?

R. Por un lado, para llenar la nevera. Por otro, yo empecé en los grupos de teatro independiente para cambiar el mundo. Levantar el telón en época de Franco era un acto político.

P. ¿Y lo cambió?

R. No. Pero he cambiado a personas.

P. ¿Cómo lo sabe?

R. Porque me lo han dicho. Si el arte me ha transformado a mí, pues ha podido cambiar a otros.

P. ¿En qué medida el arte le cambió a usted? ¿Recuerda cómo era?

R. Una de las características para ser feliz es tener mala memoria. Hay tres clases: buena, mala y conveniente. Hombre, yo quiero pensar que mejoro, entre otras cosas porque hago lo que hago para mejorar. A medida que uno envejece, si no estás atento a la autocrítica, empeoras.

P. ¿Es obsesivo? ¿Se fustiga?

R. Sí, dicho de modo positivo, tengo fuerza de voluntad. Y el ego metido en lejía.

P. De esos casi 200 papeles, ¿cuántos eran malas personas?

R. No llevo el cómputo, pero a mí me gustan los malos.

P. ¿Le sale bien el mal?

R. No sé, consiste en sacar a flote lo que uno tiene de hijo de puta, que lo tengo, como todo el mundo.

P. ¡Venga ya!

R. ¡Hombre, claro! Construido a bóveda. Yo creo que me hice actor por Jack Palace en Raíces profundas. Te preguntabas por qué bebía, quién sería su madre.

P. De su niñez y adolescencia en Tetuán, ¿qué le queda?

R. El perfume, lo estético.

P. ¿Hay tanta distancia entre las dos culturas?

R. Los seres humanos somos iguales en todas partes.

P. ¿Y por qué esa incomprensión permanente?

R. Porque somos iguales, pero de burros. Cuando tomé conciencia de la diferencia fue al llegar aquí. Yo en el colegio tenía a mi derecha a Buarfa, que era árabe, y a mi izquierda a Guanich, judío. Ningún problema, salvo cuando jugábamos al fútbol.

P. Es de esos actores raros que van a conciertos de música clásica, ¿de dónde le viene la melomanía?

R. Perdón, tampoco llevo el cómputo de los peritos o los ingenieros nucleares que van a conciertos.

P. Bueno, vale. Con Netflix, las series, las plataformas, las películas, los teatros llenos, ¿no estamos vulgarizando la ficción y la cantidad nos ciega a la hora de apreciar la calidad?

R. En un momento de Contarlo para no olvidar dice una de las dos periodistas: ¿hay que dar al público lo que pide? La cosa tiene castaña, eh. La responsabilidad del ciudadano en no querer ver lo que le rodea es suya.

P. Esa función tiene más preguntas que respuestas. ¿Y usted?

R. También. Preguntas me hago muchas. Y tampoco estoy del todo de acuerdo con cosas que ellas plantean en la obra, como que el periodismo o el reporterismo de guerra no sirve apenas para nada. Yo creo que sí: los papeles de Pandora, el Watergate…

P. Si repasamos como actor lo que ha hecho o en lo que está últimamente, como la serie Vergüenza o la obra Los asquerosos, mucha esperanza en el ser humano no le debe quedar. ¿Le va lo de remover?

R. No tengo mucha confianza en el ser humano, últimamente. Los asquerosos, más que crítica al dominguero lo es a la estupidez humana. Pero lo veo como un cuento que critica esta sociedad estúpida, banal, ruidosa y frívola.

P. A pesar de eso, ¿se acuerda usted de lo importante? En general…

R. Procuro.

P. ¿Por ejemplo?

R. A saber: la coherencia, no traicionarme. Y, sobre todo, aunque suene a madre Teresa de Calcuta, lo importante son los demás.

P. ¿Complejo de santo?

R. No, en absoluto. Simplemente no conozco a nadie que se dedique a los demás que no sea feliz. ¿Qué pasa? ¿Suena esto a franciscano?

Inicia sesión para seguir leyendo

Sólo con tener una cuenta ya puedes leer este artículo, es gratis

Gracias por leer EL PAÍS


Source link