Miles de afganos protestan en las calles contra el dominio talibán


Los dirigentes talibanes parecen estar midiendo el pulso de la calle. Su tira y afloja con la población se prolonga. Mientras que en Kabul permitieron este jueves que los chiíes celebraran una ceremonia religiosa, e incluso hicieron la vista gorda a quienes ondeaban la bandera nacional en algunos barrios, en otros lugares dispararon contra quienes se manifestaban con ella. Varias personas resultaron muertas por ese motivo en Asadabad, en el este de Afganistán. La tricolor se ha convertido en un signo de resistencia frente los extremistas islámicos.

Impertérritos ante los muertos de la víspera en una protesta en Jalalabad, miles de afganos se han atrevido a sacar la enseña negra, roja y verde que los extremistas islámicos han reemplazado por la blanca y negra que les identifica. Con el pretexto del Día Nacional, que celebra la independencia de los británicos en 1919, las manifestaciones se extendieron a más ciudades, según se pudo ver en las redes sociales, a las que numerosos afganos subieron vídeos e imágenes de las protestas.

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“Nuestra bandera es nuestra identidad”, “Larga vida a Afganistán”, se oía corear a varios grupos en distintos lugares. En el barrio de Wazir Akbar Khan, uno de los más acomodados de la capital, la multitud, en la que inusitadamente además de hombres y chicos jóvenes también había mujeres de distintas edades, pasaba ante unos talibanes que les lanzaron improperios y agitaron sus armas, pero finalmente les dejaron pasar sin intervenir.

Sin embargo, en Asadabad, la capital de la provincia de Kunar, los milicianos abrieron fuego contra los manifestantes cuando intentaron izar la bandera oficial del país. Varias personas resultaron muertas, pero no está claro si como fruto de los disparos o por la estampida que desataron. Radio Azadi tuiteó que había tres muertos y dos heridos. Según esta filial afgana del servicio público que financia Estados Unidos, los talibanes dijeron que la gente había tratado de quitar su enseña (una tela blanca con la profesión de fe del islam sobreimpresa en negro) y que estaban investigando el incidente.

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El vicepresidente Amrullah Saleh, que se ha proclamado presidente tras la huida de Ashraf Ghani y está tratando de reunir a la oposición contra los talibanes, envió un saludo a través de Twitter “a aquellos que portan la bandera nacional y defienden así la dignidad de la nación”.

La milicia, que ha mejorado mucho sus relaciones públicas desde que EE UU la echó del poder en 2001 en represalia por los atentados del 11-S, respondió con su propia celebración del Día de la Independencia en Qalat, la capital de Zabul. Sus propagandistas difundieron imágenes de milicianos en formación y cientos de simpatizantes ondeando la enseña del Emirato Islámico, como denominan a su régimen.

Las protestas antitalibán, muy desiguales en tamaño, no son generalizadas. Sin embargo, dada la incertidumbre sobre las intenciones de los talibanes y el precedente de su brutal dictadura, se necesita mucha valentía para salir a unas calles que los periodistas extranjeros presentes describen como “llenas de patrullas talibanas”. Además, en un momento en que el grupo está tratando de proyectar una imagen más moderada para granjearse el reconocimiento (y la financiación) internacional, envían un mensaje de rechazo amplificado por los miles de afganos que estos días intentan escapar de su país.

Las escenas que desde el pasado lunes se están viviendo en el aeropuerto de Kabul hablan por sí solas. Miles de afganos, en su mayoría hombres jóvenes, pero también muchas familias con niños pequeños, intentan alcanzar alguno de los vuelos de evacuación organizados por Estados Unidos y otros países para sus nacionales y sus colaboradores locales.

Al menos 12 personas han muerto en el empeño en lo que va de semana, según la OTAN y un funcionario talibán citados por Reuters. No está claro si han sido víctimas de disparos o de estampidas. También este jueves se han oído disparos en varios de los accesos al aeródromo, según la misma agencia de noticias que no ha podido determinar si quienes disparaban eran los talibanes o el personal de seguridad que ayuda a las fuerzas de EE UU en su interior.

Los militares estadounidenses han tomado el control del aeropuerto y organizan los embarques y despegues de las aeronaves. Pero el exterior del perímetro está en manos de los talibanes. Aunque se han comprometido a facilitar el paso seguro de los extranjeros, no parecen tan contentos con dejar irse a los afganos. Muchos se quejan de que les impiden cruzar los controles incluso cuando tienen los papeles en regla.

Quienes durante las últimas dos décadas han trabajado con los ejércitos, embajadas u otras organizaciones occidentales, así como quienes se han significado en la defensa de los derechos humanos y las libertades civiles están buscando una vía de salida del país. Recelan de la amnistía anunciada por los nuevos gobernantes y de las promesas de que no van a buscar venganza. Sus palabras chocan con los relatos que van saliendo a la luz cada día.

Un informe confidencial de la ONU asegura que están buscando a los desafectos casa por casa, algo que ya denunció en este diario la activista Humira Sadiq. La cadena británica BBC ha recogido el testimonio de un intérprete afgano que ha llegado a Escocia con su familia y que temía que le decapitaran. “Muchos traductores fueron torturados”, cuenta.

De ahí que resulte llamativo que los extremistas suníes hayan tolerado las procesiones de Ashura en varios barrios de Kabul. Con esas ceremonias, los chiíes conmemoran la muerte de Husein, su tercer imam asesinado por los omeyas (suníes) en el siglo VII. Cuando estuvieron en el poder (1996-2001), los talibanes denostaron y marginaron a esa comunidad (que supone entre el 15% y el 20% de los 38 millones de afganos y en su mayoría hazara) por considerar infieles a sus miembros.

Los talibanes también han hecho gestos hacia otras minorías. Nada más entrar en Kabul el domingo, enviaron representantes a reunirse con los líderes de las pequeñas comunidades sij e hindú. De acuerdo con The Times of India, intentaron tranquilizarles sobre su presencia y les pidieron que no abandonen el país. Según un testimonio recogido por ese diario, incluso les facilitaron sus números de móvil por si tenían algún problema.

Por otro lado, las agencias de la ONU y otras organizaciones humanitarias han pedido a los donantes 800 millones de dólares (unos 684 millones de euros) para poder mantener la asistencia que prestan a los afganos. El esfuerzo humanitario, que ya estaba infrafinanciado, necesita ampliarse para alcanzar a los aproximadamente medio millón de desplazados que ha causado el avance talibán desde principios de año.

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