Mis limitaciones y yo



El portero del Chelsea, Kepa Arrizabalaga, falla el último penalti de la tanda contra el Liverpool en la final de la Copa de la Liga.JUSTIN TALLIS (AFP)

Se despejó la incógnita y el Athletic no seguirá desafiando a las estadísticas de finalistas de la Copa del Rey para presentarse por tercera vez consecutiva, y será el Valencia quien visite el Estadio de la Cartuja, ese que le va a traer luminosos recuerdos de una final maravillosa ganada al Atlético de Madrid con un gol de ensueño de Gaizka Mendieta y dos magníficos de un Piojo López desatado de aquellos tiempos de felicidad che.

E igual que sabía que una marea rojiblanca invadiría Sevilla si el Athletic llegaba a la final, estoy seguro, segurísimo, de que el naranja y blanco vestirá las calles sevillanas en el deseo de que esa afición valencianista, que tanto sufre y la que tanto le duele su club, se dé el homenaje de esta final peleada, trabajada, luchada y a la que llega con ese golazo de Gonçalo Guedes, uno de esos jugadores llamados a marcar diferencias en esta clase de retos.

Mientras tanto, el Athletic trabajó, peleó y luchó tanto como su rival para encontrarse de frente con sus propias limitaciones, esas que se nos aparecen siempre en el momento menos adecuado.

Qué les voy a contar yo de esos asuntos de limitaciones cuando me he quedado tantas veces en los cuartos de final, ya sea Eurocopa, ya sea Mundial, muchas veces sintiendo que merecíamos algo más, sintiendo que algo grande se escapaba de nuestras manos. Unas veces porque al partido le sobraban minutos, otras porque el agotar esos minutos ganados a la eliminación nos llevaban a ese cara y cruz de los penaltis. Y ya saben cómo acababa el asunto: cruz, siempre cruz. Esas limitaciones que se hacían más patentes el día que más querías superarlas.

Alguno de ustedes con buena memoria pensará que eso de los penaltis y el que esto escribe eran como el agua y el aceite, vamos, que convivíamos pero no acabamos de hacernos amigos, casi ni conocidos.

Claro que en aquel fútbol la limitación, el bloqueo, te podía llegar porque tu maestría en detener penas máximas era, estadísticamente, limitada pero en este nuevo fútbol se diría que el reto ha superado esa dificultad y la cosa puede tener más aristas de las tradicionales. Y si no que se lo digan a Kepa Arrizabalaga, portero del Chelsea, que se había convertido en decisivo para que su equipo llegase a la final de la EFL Cup, nuestra antigua Copa de la Liga, y que vivió todo el partido, y la prórroga, en el banquillo hasta que su entrenador se giró cuando ya el tiempo añadido acababa para darle entrada en el último minuto y dejarle, ahí es nada, solo ante el peligro, delante del reto de las penas máximas. Lo que no sabían Kepa y su entrenador, Thomas Tuchel, es que la tanda iba a consumir a todos sus tiradores sin fallo y que iba a poner al portero del Chelsea en otro lado del punto de penalti, en el del tirador que debe convertir su tiro para que su equipo siga soñando con la Copa. El tiro de Kepa se fue a las nubes y el Liverpool se proclamó campeón.

A mí la memoria me traía a De Gea, otra vez De Gea, y la tanda de la final de la Liga Europa contra el Villareal y su penalti detenido por Rulli y cómo se complica esto de ser portero ya que a mí, al menos, solo me criticaban por no pararlos y en mí se quedaba una vocecita diciéndome que si bien era verdad que yo no los había parado también era verdad que alguno de mis compañeros había marrado el suyo y que, en todo caso, era una culpabilidad compartida, pero nunca, nunca, nunca sucedió que se me criticase por no parar y, encima, por no marcar. Eso nunca, eso es el culpable total. Ni Agatha Christie.

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