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Míster, sigo enfadado con usted

Míster, ayer se cumplieron siete años desde que se fue y sigo enfadado con usted. Es inevitable. Siempre lo estaré. Dos semanas antes de su marcha hablamos por teléfono y no me dijo nada, me cogió por sorpresa la noticia. Me habría gustado despedirme y darle ánimos en aquellos últimos días, a usted y su familia. Pero ya se lo dije en la carta que le escribí en 2014: le entiendo, es normal, usted sería incapaz de quejarse.

Han pasado siete años en los que el mundo ha cambiado mucho. Hemos estrenado casa nueva, ahora se permiten cinco cambios en los partidos. No sé si ahí arriba estará al tanto de estas nuevas tecnologías del video arbitraje. Me habría encantado conocer su opinión. Puedo imaginarle perfectamente “Ni VAR, ni VUR, ni VIR, eso es penalti como una casa”.

En este tiempo el gran Cholo Simeone ha cogido su testigo para llevar al Club Atlético de Madrid al mejor periodo de su historia, peleando de tú a tú con los dos tiburones y todos los grandes de Europa. Para que se haga una idea, mientras escribo estas líneas le sacamos a merengues y culés nada menos que diez puntos…¡con un partido menos! Aparte de que tenemos al actual Pichichi y Zamora en el equipo. Su Atleti es mucho Atleti.

Me temo que no todo son buenas noticias. Me encantaría decirle que si estuviese entre nosotros le llevaría a Neptuno en unos meses, pero no sería posible. El mundo se está enfrentando a un pandemia global por un maldito virus. En estos momentos tan duros puedo imaginar que usted habría animado a la gente “Por lo civil o por lo criminal venceremos al covid”. Nos habría venido muy bien su motivación Míster.

Paulo Futre y Luis Aragonés, en un partido del Atlético de Madrid.

De motivación usted siempre será el número 1 entre los números 1. Me gustaría recordar una historia suya que creo que nunca he contado: el calentamiento en el Plantío contra el Real Burgos. Precisamente un 1 de febrero de 1992. El famoso partido en el que usted dirigió el calentamiento vestido con su abrigo de pelliza y zapatos de vestir, hecho un dandy.

La gente se tomó aquello a broma, como una excentricidad suya. La realidad no podía estar más lejos. El equipo pasaba por un momento delicado y su figura como entrenador peligraba. Para motivarnos a todos de la importancia del partido, nos dijo: “Puede que este sea mi último partido con ustedes, así que voy a dirigirles el calentamiento como despedida”.

¿Qué mejor forma de comprometernos con nuestro entrenador que esa? ¿De ser conscientes que su futuro estaba en nuestras botas? ¿De que debíamos salir a morir en el campo si hacía falta? Empatamos 1-1. Yo marqué el gol del empate en el minuto 66 y recorrí todo el campo para ir a celebrarlo con usted. Siguió en el banquillo y unos meses después nos convertimos en reyes del fútbol español ante el eterno rival en su propia casa.

Por último, Míster, han pasado siete años pero hay cosas que no cambian y debo acabar esta carta en la línea de la anterior. Me sigo acordando de nuestras guerras. La de veces que usted me dijo tras nuestras broncas: «Portugués un día nos vamos a encerrar en una habitación con guantes y nos vamos a dar de hostias». Yo siempre le respondía: «Cuando usted quiera». Nunca ocurrió porque somos personas de bien.

No tengo prisa en ir a visitarle, pero espero que mientras tanto esté tomando clase de boxeo. Nos quedó pendiente. Espéreme ahí arriba. Descanse en paz, Míster.


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