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Misterios dolorosos y uno gozoso

EL PAÍS

Estos días de Semana Santa, ya tan ajenos a la religión, pueden ser de gran edificación para todos. Por ejemplo, no hay mayor ejemplo histórico de evaporación del consenso (tal vez la caída de Ciudadanos en 2019) que la entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por la multitud, para que luego lo crucificaran en una semana, pues la masa al final prefirió salvar a un mangante. Que se vote al peor candidato no es algo que ya nos pueda sorprender. Puedes tener al mismísimo Dios en la Tierra y eliges a otro. Todo depende de la campaña.

El indulto sigue de actualidad, pues el mismo tribunal que condena a Laura Borrás dice que se ha pasado un poco y sería mejor rebajar la pena. No sé por qué no se hace más. Por cierto, eso, ¿por qué no se hace más y se hace ahora? Queda un poco raro, ¿no le podía hacer luego el Gobierno alguna ley a medida, para que no se desprestigiara el poder judicial? Total, qué sería un poco más de desgaste para Pedro Sánchez. Y podría colarlo en los indultos que permite la tradición: en el BOE del 29 de marzo, según señaló el sagaz portal Civio, hubo cinco, cuatro de ellos solicitados por cofradías. Si hay un populismo punitivo, ¿esto qué sería? ¿populismo procesional? A mí me parece bien esta costumbre anacrónica, pero no sé por qué lo piden solo las cofradías. Si uno tiene previsto delinquir conviene apuntarse a una, que luego te lo mueven. A menos que ya tengas un partido que hace eso mismo, claro. Los pobres descreídos que no tenemos ni una ni lo otro, recemos por un juez misericordioso.

También vemos estos días la negación del maestro, no una, ni dos, ni tres veces, a todas horas. Pobre Pablo Iglesias, elige tú una discípula predilecta para esto. Por otro lado, siempre me he hecho un lío con el término “pasión”, porque lo del Viernes Santo no parece muy excitante, la verdad. Pero el diccionario explica que viene del griego pathos, y significa “acción de padecer, lo contrario a la acción”. En este sentido sí que podríamos hablar de la pasión de Núñez Feijoo, por ejemplo. En cuanto al calvario, el caso de Trump también es rico de enseñanzas. Nos hace ver cuánto hemos avanzado: en 2016 todavía creía que si trascendían sus relaciones con una actriz porno perdería votos. No me digan que no es conmovedor recordarlo ahora, que sabemos que ya daría igual y no se gastaría un duro en comprar su silencio. Seguimos derribando prejuicios para encumbrar a botarates.

Qué decir sobre la resurrección. Ya de pequeño me parecía absurdo eso de que te pudieras morir en cualquier momento. Cuando me informaron de la posibilidad creí que no podía ser, ¿qué clase de broma pesada es esta? Desde entonces comprendo que cada uno se busque la mejor forma de no pensar en ello, sea creyendo en el más allá, en la reencarnación, en la liga o la independencia. Lo más parecido a una resurrección que tenemos es estar a punto de morir y librarte, una segunda vida. En este Domingo de Pascua rezo lo poco que sé para que mis amigos enfermos tengan otra vida extra. Deseo con toda mi alma que ese bebé rescatado de los escombros, a los cinco días del terremoto de Turquía, y que ha podido reunirse con su madre gracias al ADN, tenga una vida feliz, llena de prodigios. Es una niña, la habían llamado Gizem, que en turco significa misterio. La ciencia ha logrado que se reencuentren, algo imposible hace unos años. Entre los misterios gozosos de la vida y los grandes inventos de que somos capaces, empleados para el bien, el mundo no está tan mal, pese a todas las pasiones que soportamos.

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