Durante la pandemia de 2020, mientras los científicos de verdad se dejaban la piel para desarrollar una vacuna, aparecieron todo tipo de personajes ofreciendo presuntos remedios mágicos, soluciones milagrosas o medicamentos que no contaban con ningún aval científico para hacer frente a los estragos del coronavirus. Entre todos estos destaca un viejo conocido entre los que llevamos años denunciando la pseudomedicina, el MMS, una molécula con una larga y curiosa historia, pero que no sirve para el coronavirus ni para ninguna otra enfermedad. Eso sí, es un buen blanqueador industrial y es muy útil para el mantenimiento de la piscina.
La historia de este falso remedio surge de las elucubraciones de Jim Humble, exingeniero de la NASA (si nos creemos lo que él decía de sí mismo; como ven, en esta historia todo es presunto o hay que creérselo) que buscando oro en Venezuela tuvo una inspiración que le llevó a descubrir el MMS. Envió la receta a unos amigos en África y allí trataron con éxito de malaria a 100.000 personas, hasta que unos misioneros se lo impidieron, siempre según su relato. Además, descubrió que no solo servía para la malaria, también para el autismo, el cáncer, el sida o el acné. Tan entusiasmado estaba que lo llamó miracle mineral solution o MMS, es decir, solución mineral milagro. La composición de este supuesto remedio es una solución al 8% de clorito de sodio que, al mezclarse con ácido (vale un poco de zumo de limón), produce dióxido de cloro, una molécula de uso industrial, pero bastante tóxica y sin indicación terapéutica ninguna. Por supuesto que, al utilizarla, mucha gente sentía náuseas, diarrea o deshidratación, efectos propios de la intoxicación por dióxido de cloro, pero que Humble hábilmente achacaba estos síntomas al inexistente proceso de curación.
Ante la popularización de esta sustancia y la aparición de varios casos de intoxicaciones, varias agencias sanitarias publicaron advertencias sobre el producto e incidieron en su nula actividad terapéutica. Cabe recordar que su venta como medicamento está prohibida. Humble no se amilanó. Reconvirtió su negocio fundando la Iglesia Génesis II, en la cual su sacramento consistía en consumir MMS, lo que le permitía eludir la ley en varios países. Y no hay que olvidar que nada de esto era altruista. Cada botella milagrosa de MMS contiene clorito de sodio por valor de 20 céntimos de euro y se vendía a 30 euros.
En Europa el MMS llegó de la mano de Ludwig Kalcker, y encontró eco en el brumoso mundo de las terapias naturales. En 2012 la Guardia Civil detuvo a varias personas por vender este producto alegando que era un medicamento. Toda esta accidentada historia no ha impedido que siga siendo relativamente fácil de conseguir y que internet esté llena de páginas que hablan de sus virtudes. En 2017 se interpuso otra denuncia contra Kalcker y dos personas más por el hijo de una persona con artritis que vio cómo a su madre le habían recetado este no-medicamento en un herbolario, pero salieron absueltos. La legislación española no es nada eficiente a la hora de defender a los pacientes víctimas de pseudoterapias y el criterio que se sigue es que si alguien se toma un producto no autorizado, es porque quiere, dejando impune el hecho de que se está vendiendo algo alegando unas propiedades que realmente no tiene.
¿Hay algo con base científica en toda esta historia? Ya es muy sospechoso que un producto cure el autismo, la malaria, el ébola o la covid, y más si tenemos en cuenta que no es más que uno de los componentes de la lejía y, como tal, un oxidante fuerte. Obviamente es un buen desinfectante, pero ¿puede distinguir al parásito causante de la malaria de las células sanas?, ¿al virus de la covid del resto de células?, ¿a una célula cancerosa de una que no lo es? La respuesta es un claro y rotundo no. Tomar MMS es como beber lejía diluida. Una salvajada. No deja de ser sorprendente que vayan aumentando las supuestas aplicaciones terapéuticas del MMS, pero sigue habiendo una preocupante ausencia de ensayos clínicos que avale su eficacia. Así que, contra la covid, vacuna. Y para desinfectar superficies, MMS, perdón, lejía.
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