Moldavia llega a un acuerdo con Rusia para poner fin a la crisis del gas


Moldavia ha firmado un nuevo contrato de suministro de gas con la rusa Gazprom para poner fin a la crisis energética. El acuerdo se produce tras semanas de intensas negociaciones de Chisinau a dos bandas: con la compañía respaldada por el Kremlin, que había triplicado los precios y recortado los suministros enviando a uno de los países más pobres de Europa a una deriva complicada a las puertas del invierno, y con la Unión Europea, que acordó una subvención de 60 millones para la pequeña república exsoviética y acusó a Rusia de esgrimir el precio del gas como “un arma geoestratégica” para forzar a Moldavia a seguir en su órbita y frenar su reciente acercamiento hacia la UE.

El nuevo acuerdo con Gazprom, que hasta este mes había sido el proveedor único del país, es para cinco años, según ha anunciado este sábado el ministro de Infraestructuras moldavo, Andei Spinu. Moldavia pagará unos 450 dólares por mil metros cúbicos de gas; después, el precio bajará dependiendo del mercado de valores, aseguró Spinu, que remarcó que será “dos veces más bajo que el precio de mercado”. La gasista rusa habló de un acuerdo “mutuamente beneficioso”.

Hasta el 30 de septiembre, Chisinau pagaba a Gazprom, que tiene el monopolio del transporte en los gasoductos de Rusia, unos 200 dólares (170 euros) por mil metros cúbicos de gas; cuando expiró ese contrato, la compañía energética subió el precio hasta los 790 dólares (680 euros), un monto que Moldavia aseguró que no estaba en disposición de pagar. El nuevo pacto implica también una auditoría de las deudas que la gasista rusa achaca a Chisinau y que también había sido parte de la negociación. Las entregas, dice el Gobierno moldavo, comenzarán el lunes.

Moldavia, un país de 2,6 millones de habitantes encajado entre Rumania y Ucrania, declaró la semana pasada el estado de emergencia por la crisis energética, después de que Gazprom, al expirar el contrato de suministro y no llegar a un acuerdo para renovarlo, redujese en un tercio el suministro y amenazase con cortarlo por completo. El recorte, dijo la primera ministra moldava, Natalia Gavrilita, puso al país en una “situación crítica”. No solo provocó una pequeña caída en la producción de la industria, el cambio de algunas compañías al fueloil, y el temor de los hogares a quedarse sin calefacción mientras está llegando el frío, sino que también amenazaba con causar daños en los conductos de transporte del gas del país. El alto representante de la UE, Josep Borrell, acusó el jueves a Rusia de usar el gas como “arma” contra Moldavia.

La crisis moldava es otro capítulo de la emergencia energética global, en la que los críticos de Rusia han acusado a Gazprom –que suministra un tercio del gas a la UE y es su mayor proveedor— de recortar el bombeo como chantaje para que se acelere la aprobación del controvertido gasoducto NordStream 2, que llevará gas ruso directamente a Alemania evitando Polonia y Ucrania. Esta infraestructura está solo a falta de la luz verde final tras años de retrasos por la oposición de Estados Unidos —que además quiere colocar su propio gas— y varios países del Este, y las sanciones.

Durante años, Rusia ha utilizado la energía y los acuerdos de suministro como una herramienta para mantener una cierta influencia sobre sus países satélite (en septiembre, por ejemplo, cuando la crisis energética ya se aventuraba, renovó el contrato con Bielorrusia para el año que viene por un precio de 128,5 dólares por 1.000 metros cúbicos) y también hacia otros fuertemente dependientes de su gas. De hecho, tras la situación moldava, algunos observadores y responsables de la UE ven un castigo contra Chisinau por su acercamiento a la Unión. Moldavia eligió el año pasado a la proccidental Maia Sandu para la presidencia, frente al expresidente y aliado del Kremlin Igor Dodon, y revalidó su afinidad europea en las legislativas de este año al respaldar al partido de Sandu. Moscú ha rechazado las acusaciones y asegura que la pelea por el suministro y los precios del gas es “exclusivamente comercial”.

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La estrategia de Rusia ha inquietado a Bruselas, que el jueves ofreció 60 millones de euros (equivalente a 20 días de importaciones de gas a los precios actuales del mercado) de apoyo a Chisinau para hacer frente a la crisis energética y asesoramiento técnico y ayuda logística para potenciar la diversificación de su suministro. Sin embargo, Moldavia ha terminado por firmar en San Petersburgo un nuevo pacto con Gazprom. La primera ministra Gavrilita ya había apuntado que su país no podía depender ni hacer frente a las compras de fuentes alternativas en el mercado diario.

Esta semana, después de declarar el estado de emergencia, que permitió al Gobierno moldavo dotar de fondos extraordinarios a la estatal Energocom para que compre gas de fuentes alternativas, Chisinau firmó con Polonia su primera compra de una fuente distinta a Rusia en los 30 años de historia de Moldavia como país independiente: un millón de metros cúbicos de gas. El viernes, la energética estatal ucrania Naftogas anunció una licitación para suministrar 500.000 metros cúbicos al país vecino.

Analistas y observadores han temido que Moldavia, que hace equilibrios entre Rusia y Occidente, a cambio de un buen acuerdo de suministro de gas con Moscú haga concesiones a las esperadas reformas contra la corrupción y del sistema de justicia que le reclama la UE; o incluso sobre la región prorrusa del Transdniéster, reconocida como parte del Estado de Moldavia por la comunidad internacional, que se autoproclamó independiente en 1990 y que mantiene un contingente de tropas rusas. Este sábado, el ministro de Infraestructura moldavo ha tratado de alejar ese fantasma tras el acuerdo con Gazprom: “Para evitar especulaciones, el protocolo firmado [con Gazprom] no contiene ningún compromiso político”, ha dicho en su página de Facebook. “La región de Transdniéster no se menciona en el acuerdo de ninguna manera”, ha añadido.

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