Monasterio de la Vid, un monumento que llama al descanso junto al Duero

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Puntuación: 7,5
Arquitectura 10
Decoración 6
Estado de conservación 8
Confortabilidad habitaciones 6
Aseos 6
Ambiente 8
Desayuno 7
Atención 9
Tranquilidad 9
Instalaciones 7

Al enfilar el último tramo de carretera se intuye la silueta de un monumento importante. Y, nunca mejor dicho, vive Dios que lo es. La explanada frente a la cual se abre la recepción deja entrever, algo más lejos, la magnífica fachada del monasterio de Santa María de la Vid. Fue en 1140 cuando Sancho Ansúrez y Domingo Gómez de Camp­despina, dos nobles estudiantes en la entonces recién inaugurada Universidad de la Sorbona, en París, regresaron a sus feudos castellanos para fundar los dos primeros monasterios premostratenses de la Península: el de Santa María de Retuerta (hoy bodega de Abadía Retuerta, con su lujoso hotel Le Domaine, en la Ribera del Duero) y el de Santa María del Monte Sacro, trasladado dos décadas después a la otra orilla del Duero con el nombre de la Vid.

Románico y gótico se alternaron en sus naves y claustros hasta que, en 1516, el abad Íñigo López de Mendoza mandó levantar un nuevo claustro y una iglesia bajo las vigentes molduras renacentistas que acogieron otras reformas barrocas emprendidas durante el siglo XVIII. Aquí se conserva el único bestiario en castellano que existe en el mundo, escrito en 1570. Anécdotas y relatos no le faltan al monumento, tantos como para justificar la transformación de la antigua hospedería monástica en un moderno hotel abierto en 2020, en plena convulsión pandémica.

Una de las habitaciones del hotel Monasterio de la Vid (Burgos).
Una de las habitaciones del hotel Monasterio de la Vid (Burgos).

Con unas instalaciones impolutas, por desusadas, e inesperadas en un alojamiento abacial, el monasterio de la Vid merece el viaje desde cualquier punto por remoto que sea. Aquí se olfatea otra esencia del recato y la clausura, otro ritmo igual de pausado, pero no menos esperanzador del buen vivir. El ensalmo, la espiritualidad, el silencio y el deambular ocioso por la senda ribereña al Duero son también maneras de vivir… bien.

La primera planta está destinada a las habitaciones. Se dejan las escaleras, o el ascensor, para contemplar, a la derecha, la biblioteca y la zona privativa de los monagos de la orden de San Agustín, que desde 1856 habitan el monumento tras la inefable desamortización de Mendizábal. A la izquierda se suceden las habitaciones, cuyas ventanas dan al claustro. Algún día habrá que verlo mejor decorado.

No hay servicio de restauración. Pero, si uno cae simpático, puede cenar en la cafetería el mismo menú que reciben los agustinos en el refectorio.

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