Mónica Carrillo desvela que ha sufrido un cáncer de piel


Nos vemos en carne mortal, aún en fase 1, en la terraza del bar menos pijo de la pijísima plaza de La Moraleja, en Madrid, cerca del plató desde donde la entrevistada nos ha contado los peores datos de la pandemia cada fin de semana. Esta es su primera salida pública desde el encierro y, pese a la mascarilla, no son pocos los que reconocen sus ojazos verdes y no le quitan los suyos de encima. Ella hace como que no se da cuenta y se entrega a la charla con iguales dosis de cordialidad que de reserva y cautela. Queda claro enseguida. No hay manera: off-the-record te cuenta lo que tú quieras. Grabadora en marcha, solo lo que ella quiere. Claras las reglas, lo que sigue es el resultado del ameno combate.

¿Por qué escribe libros?

Al principio por curiosidad, por ponerme un reto, por ver si era capaz. Ahora, casi, por necesidad. Con los microcuentos de Twitter empecé a soltarme, pero el paso al libro me daba vértigo. No tanto por exponerme yo, sino por perder credibilidad, por decirme a mí misma: ¿pa qué te metes? Y, sin embargo, cuando me puse, me redescubrí. En un informativo, estás encorsetada con el corsé de la realidad y el rigor. Los libros consiguen que me quite ese corsé, y no solo ese. He descubierto que soy más valiente de lo que pensaba, y me encanta.

¿Tan gallina se creía?

Siempre he tenido miedo de pecar de cobardica, de no atreverme a hacer cosas. Pero con las decisiones, los años y la vida, he visto que no lo soy tanto.

Confírmeme o desmiéntame que los premios literarios de campanillas están dados de antemano.

Si es por mí, lo desmiento. Es la primera vez que me presento a un premio, no sabía qué iba a pasar. Al revés. Siempre he tenido la sensación de estar pisando lo fregao. Soy una chica de Elche que, de repente, llega a Madrid; de repente hace prácticas en TVE; de repente la fichan para la tele. Siempre me parece que estoy haciendo cosas que no me corresponden. Pero, al final, aunque solo sea por edad, te dices: igual todo responde al trabajo.

¿Tenemos síndrome de la impostora?

Esa sensación de pisar lo fregao nos pasa más a las mujeres. Es un cambio de mentalidad que tenemos que hacer nosotras mismas. Cuestionarnos nuestro trabajo, nuestra valía, nuestro talento como cualquiera, pero no ser nuestro peor enemigo. Tampoco soy de las que se flagelan, pero creo que forma parte de nuestra educación. Por eso, cuando te sorprendes valiente y dices: venga, me la juego y tiro para adelante, me gusta. Porque la mayoría de las veces sale bien. Y no hablo de tener éxito o vender libros, sino de que el aprendizaje compensa.

Las palabras son su materia prima. ¿Cómo las maneja?

Mimándolas. Cada una importa. Cómo encaja, cómo funciona, cómo suena. Para mí son como las piezas de un puzzle. Con cada libro, intento crecer. Y aprendo poniéndome retos. Con la primera, fue la creación de una voz propia, el monólogo de un solo personaje hablándose a sí mismo. La segunda, darle voz a un perro, como protagonista. En esta tercera, el reto ha sido hacer una novela coral, dar voz a más voces.

O sea que está aprendiendo a ser novelista novelando.

Mmm, algo así. El titular es bueno, pero no me eches por tierra, que te veo venir. Digamos que estoy en continuo aprendizaje. En esto y en todo.

En su libro juega con los secretos de familia y de pareja. ¿Cuán secreta es su vida privada? En Google hay un surtido de noticias del rosa al amarillo al respecto.

Mira, me da apuro, pero me he hecho mayor. Me da igual hasta el punto de que me hace gracia. Estuve un tiempo autoconvenciéndome de que nadie me reconocía. Quería seguir protegida por el anonimato porque soy reservada y tímida, pero con los años, aprendes a no entrar donde no quieres. Yo era muy vergonzosa. No me gustaba salir a la pizarra en el colegio y que me miraran.

Pues ahora es usted la pizarra en persona.

Claro. Y en el fondo, me gusta. Es contradictorio, porque por una parte he superado mis miedos, pero en tiempos de sobreexposición, apuesto no por mentir, por supuesto, pero sí por el derecho a reservar el misterio. Porque cada uno tiene sus misterios y los da a conocer a quien considera.

Bueno, es público y notorio que Matías Prats es su pareja más longeva.

Jaja. Matías y yo tenemos una complicidad y confianza absolutas. Nos conocemos, nos respetamos y nos queremos mucho. Nos espoleamos, apoyamos y sostenemos, en lo bueno y en lo malo. Es la pareja profesional ideal, sí.

¿Cuánto le `pone’ una exclusiva?

Más que una exclusiva, que a veces le perdemos el respeto a esa y a otras palabras, me pone el estar ahí, comunicando, contándole a la gente lo que pasa, sintiendo la responsabilidad de que confían en ti. Pero sí, esa adrenalina de actualidad de una noche electoral, por ejemplo, me pone mucho.

¿Cuántos ‘días históricos’ ha narrado?

Bueno, y bodas del siglo y partidos del siglo… Me chirría muchísimo esa hipérbole. Obviamente, alguno se nos cuela, pero intentamos cuidar el lenguaje. Tengo un grupo del trabajo que intentamos huir de lugares comunes, tipo a plena luz del día, como no podía ser de otro modo, o el uso abusivo de adjetivos.

¿Los adjetivos los deja para los libros?

Sí. La información requiere rigor y claridad expositiva. Nuestro trabajo es asimilar la información y la complejidad de la actualidad y hacerla asequible. Para los libros dejo la emoción, la pasión y la libertad absoluta.

Trabaja el fin de semana. ¿Desconecta de lunes a viernes?

No. Soy bastante yonqui de la información. Tengo una relación de amor-odio con el móvil. Por una parte, es una forma de mantenerte informada al instante. Por otra, te roba tiempo y te distrae de lo importante. Cuando escribo me tengo que obligar a no mirarlo.

¿Se ha tragado algún bulo?

Sí. El otro día una portada falsa de Time en Twitter, con la cara de Hitler y el bigotito con la efigie de Trump. Me vino de una fuente creíble, pero me advirtieron y borré el tuit enseguida.

¿Qué culpa tenemos los periodistas de que sigan rulando?

Es un momento difícil para el periodismo, con los bulos y la crispación política que se traslada a la sociedad y se vincula a los medios. No lo tenemos fácil, pero esto es una carrera de fondo y hay que capear el temporal y asumir las críticas. No podemos gustar a todo el mundo. Tenemos que hacer un ejercicio de responsabilidad y honestidad y, aunque suene tópico, trabajar para una sociedad mejor. Cuando decimos que sin periodismo no hay democracia, me lo creo. Para eso estamos.

Usted sabe que la miran. ¿Le duele la cara de ser tan guapa?

La cara no, la cabeza: soy muy migrañosa. Nunca he sido muy consciente de la imagen que proyecto porque me tengo muy vista. Conozco bien mis limitaciones, pero he llegado a un pacto conmigo misma y me gusta lo que veo.

Hay que tener mucha autoestima para anunciar cremas.

¿Ves? Ahí entra otra vez lo de pisar lo fregao. Cuando me lo ofrecieron lo pensé muchísimo, por aquello del pa qué te metes. El debate interno lo tengo antes, pero una vez me lanzo, a por todas. Además, ni te imaginas lo que me río de mí misma con los memes que me hacen mis amigos de los anuncios.


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