Mont-roig del Camp, donde Joan Miró decidió ser pintor

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Acercarse a Mont-roig del Camp es imbuirse de Mediterráneo. Luz, color, olor son la esencia de este municipio tarraconense que el pintor Joan Miró descubrió, hizo suyo y al que dio proyección en el mundo con sus lienzos. Se dice que el artista catalán llevaba siempre una algarroba de estos campos secos y fértiles en el bolsillo porque lo ligaba a la tierra. Aquí pasaba sus vacaciones, reposaba, se inspiraba… Encontró un lugar al que siempre volver. Hoy se puede visitar Mas Miró, masía que inmortalizó en una de sus pinturas (adquirida por Hemingway), realizar una ruta por los espacios naturales que más le impactaron y deleitarse con una naturaleza preservada mientras se disfruta de una oferta gastronómica de primer orden.

Mont-roig del Camp se halla a escasos 32 kilómetros al oeste de la ciudad de Tarragona, muy cerca del mar y con atalayas que permiten disfrutar del Mediterráneo con la necesaria distancia. Las rocas rojizas que le dan nombre (Mont-roig significa, literalmente, montaña roja) se elevan por detrás del pueblo formando una escultura de fantasía natural que merece una detenida visita. La localidad tiene también una destacada fachada marítima con el núcleo turístico de Miami Platja, nacido a mediados del siglo pasado para acoger un incipiente flujo de turistas. Y la zona costera de los alrededores es una de las mejor conservadas de la Costa Dorada, con calas recónditas y aguas transparentes.

Pero si Mont-roig está en el imaginario de muchos es, sobre todo, por la figura de Joan Miró (Barcelona, 1893- Palma, 1983), que creó con este paisaje y su obra un todo indisoluble. Para conocer de primera mano su relación con este pedacito de mundo hay que visitar la finca hoy conocida como Mas Miró, a la que se llega tras cruzar la gran autopista por un paso subterráneo. Sorprende la proximidad de la autovía a la casa fruto de un desarrollo urbano sin escrúpulos en la zona en décadas pasadas, pero el paseo desde la puerta de la finca hasta la residencia ya deja entrever que accedemos a un lugar donde se respira, y todavía vibra, la figura de Miró y de su obra. En septiembre de 1976 el artista abandonó para siempre la casa familiar, que quedó cerrada durante décadas tal y como él la dejó. En 2018, exactamente el día 20 de abril —coincidiendo con el 125º aniversario de su nacimiento—, abrió sus puertas Mas Miró, destino de veraneo de la familia, el lugar donde decidió que sería pintor, testigo del crecimiento del artista, de su evolución y de un buen número de vicisitudes familiares. La casa fue adquirida por su padre en 1911.

Hay que imaginar aquel paisaje virgen de principios del siglo XX, pletórico de algarrobos, olivos, viñas y almendros, con un cielo azul intenso y la tierra rojiza del cercano pueblo de Mont-roig. Colores que definieron la paleta de Miró hasta el fin de sus días. “Toda mi obra la he concebido en Montroig”, gustaba afirmar el pintor. El folleto de la Fundación Mas Miró explica que la masía y Mont-roig fueron un espacio energético esencial para él, un referente geográfico y emocional. Esta afirmación es, sin duda, una clara invitación a recorrer los mismos espacios que marcaron su vida y su trabajo, a poner los ojos donde los puso el artista para crear obras tan trascendentales como Playa de Mont-roig (1916), Mont-Roig, l’esglèsia i el poble (1919) y La masia (1921-1922). Esos lugares se hilvanan a través de la ruta que lleva el explícito nombre de El paisaje emocional de Miró, y que recala en los escenarios mironianos transportándonos a una época de creación sin límites, cuando algunos de los más reconocidos nombres de las vanguardias europeas visitaban este rincón de Tarragona para empaparse de color, de Mediterráneo y de arte.

Las siluetas blancas e impolutas de Mas Miró se recortan en el cielo azul, varios volúmenes (la casa, el taller, la recepción, el antiguo corral) que se conjugan para crear un conjunto armónico. La visita a las estancias más personales es otra gran experiencia, uno tiene la sensación de que allí el tiempo se detuvo hace casi 50 años: pinceles, objetos, un almanaque olvidado en la pared, la suntuosidad de algunas de ellas, la austeridad de otras en las que Miró se sentía más a gusto; el taller pleno de luz natural y bellísima estructura… Un viaje al mundo interior de un artista universal que cambió la historia del arte. El recorrido se puede realizar con una didáctica audioguía que se adquiere junto con la entrada (desde seis euros) y que explica no solo la historia de la casa y su relación con el pintor, su familia y amigos, sino también los vínculos con el territorio y cómo este influyó en su obra.

A Miró le impactaba la sencillez de las cosas, los objetos de los labriegos, las formas de la naturaleza… De ahí sus paseos por los alrededores para captar luz y esencia. Yendo hacia Mont-roig, pueblo empinado de origen y trazado medieval presidido por la iglesia y un mirador, a cinco kilómetros de la villa hay que detenerse en uno de los puntos donde posó su caballete para pintar su silueta. Desde allí y en una agradable excursión se asciende por un sendero que en poco más de una hora lleva hasta la ermita de la Mare de Déu de la Roca, aupada sobre un monolito de arcilla de color rojo intenso y rodeada de rocas con las formas más fantasiosas que se puedan imaginar. Allí volvió a colocar sus útiles y de esos colores y formas surgió otra de sus grandes obras (Mont-roig, Sant Ramon, de 1916). El camino es muy agradable, flanqueado de olivos y algarrobos, y acaba con una empinada cuesta que conduce a la ermita, cuyos orígenes datan del año 1230. Sobre el pequeño templo de una sola nave excavado en la roca emerge la capilla de Sant Ramon, que parece desafiar la gravedad haciendo equilibrios sobre un monolito de escasa base. Una buena opción es reservar mesa en el restaurante y hostal que hay en la cima (ermitadelaroca.com), cuyas especialidades son la carne a la brasa, la escudella (el potaje catalán) y, en temporada, los calçots, para proseguir luego la ruta de vuelta a Mont-roig a través del paisaje espectacular que conforma el barranco de la Mina de les Nines. También es posible subir en coche hasta la ermita y desde allí hacer la ruta circular por la montaña de L’Areny, que, en un paseo de unos 30 minutos, ofrece momentos espectaculares, no aptos, eso sí, para quienes padecen vértigo.

Recogida de la aceituna en los olivares de la empresa familiar Olis Solé en Mont-roig.
Recogida de la aceituna en los olivares de la empresa familiar Olis Solé en Mont-roig.

Una buena despedida

Antes de abandonar Mont-roig es buena idea acercarse a Olis Solé, una empresa familiar que lleva casi dos siglos y cinco generaciones cuidando sus olivos y mimando la producción de aceite. Imperdible la visita a sus instalaciones y al museo situado en el centro del pueblo (plaza Miramar, 9). Y del campo al mar para despedir la escapada con el murmullo de las olas en Miami Platja, que tiene una buena oferta de restaurantes, muchos de los cuales apuestan por una carta innovadora con productos de proximidad. Solo en playa Cristall encontramos tres establecimientos muy recomendables: Eclipse, Ginger y Limonero, en los números 3, 15 y 21, respectivamente, de la calle Vall d’Aran.

El sol se ha puesto y seguramente Miró vería en este cielo azul cobalto la pincelada perfecta para su lienzo, quizá la inspiración para algunas de sus maravillosas Constelaciones, de hecho tres de ellas fueron pintadas en Mont-roig del Camp en 1941. “Sentía un profundo deseo de huir. Me encerré deliberadamente en mí mismo. La noche, la música y las estrellas empezaron a tener un papel decisivo en mi pintura”, dijo.

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