Morante de la Puebla, ese desconocido

Morante de la Puebla, en un pase de pecho a uno de sus toros.
Morante de la Puebla, en un pase de pecho a uno de sus toros.Joaquin Arjona

Morante de la Puebla cumplirá la temporada próxima 25 años como matador de toros, —ya es todo un veterano—, y este sábado se presentó en Huelva como un torero nuevo y desconocido para la afición; y no por su contrastada condición artística, de sobra conocida, sino por su actitud, disposición y entrega.

Algo le sucede a Morante, y no es malo. No es habitual ese compromiso de principio a fin, con capote y muleta; ni ese semblante de diestro poderoso que se subleva contra las nulas condiciones de sus toros y se empeña en sacar agua de un pozo seco.

Es verdad que había hecho una apuesta por la corrida de Torrestrella, hierro con el que no se anunciaba desde 2006, 15 años ya, —el dato lo ofrecieron los comentaristas de Torostv—, y se justificó sobradamente, de modo que cortó una oreja a su primero y sorprendió que no se la pidieran en el cuarto, con el que estuvo mejor.

Claro, que falló estrepitosamente el elemento fundamental: el toro. La corrida de Torrestrella se anunció en Huelva por exigencia del propio Morante, dispuesto a gestas inapropiadas hasta ahora de su estatus de figura, y resultó un fiasco. Ni destacó por el trapío, muy discreto a excepción del toro sobrero, ni por su comportamiento, mansa en los caballos, y sosa y descastada en los demás tercios. Es decir, que no fue posible la gesta, pero sí la ocasión para ver a un Morante ilusionado y convencido de que aún tiene mucho que aportar a la fiesta; así, se lució a la verónica y por chicuelinas al paso con su primero, un animal noblote, muy justo de fuerza y de casta, ante el que se colocó, muleta en mano, al hilo del pitón, y aun así dibujó algunos pasajes estimables.

El cuarto era un ejemplar sin gracia ni entrega, de esos que Morante los ha despachado a montones en un plis plas, pero héte aquí que cuando parecía que montaría la espada tras un aseado y breve abaniqueo por bajo, se plantó como un muchacho necesitado de contratos, y le robó al toro varios naturales de singular enjundia. Y no fue lo único destacable, pues por allí anduvo con torería y chulería de torero poderoso ante un toro que no merecía tal miramiento.

Lo dicho: a Morante le sucede algo, y no es malo.

Daniel Luque, por su parte, volvió a corroborar que ha alcanzado un alto conocimiento de los toros, y destacó por su poderío y sobrada capacidad para adaptarse a las circunstancias de sus oponentes. Peca, quizá, de frialdad porque es tal su dominio que resta importancia a su labor. Escasa de emoción fue la primera a un animal descastado, y más trabajada la segunda, un toro que iba y venía sin ánimo alguno.

Pocas opciones tuvo Juan Ortega, más allá de mostrar su sentido de la naturalidad, templanza y buen gusto ante el inservible sexto. Engañó y de qué manera el sobrero que hizo tercero, un toro serio que empujó en varas, acudió largo en banderillas, con las que se lució Andrés Revuelta, y llegó al tercio final con las dificultades inherentes a la sosería y la ausencia de bravura.


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