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Muere Andrew Mlangeni, el último superviviente de la generación ‘antiapartheid’



Suele ocurrir que quien visita por primera vez los campamentos de población refugiada saharaui, se da de bruces con una realidad tan brutal e insospechada que se extraña de no haberse enterado antes. Como no queriendo asumir su propio desconocimiento, arremeten contra los medios de comunicación como responsables de ese olvido e invisibilidad de situaciones tan extremas. No existe sobre el Sáhara eso que eufemísticamente se llama “silencio informativo”, pero está bien recurrir a él antes que asumir las carencias de uno. Les pasa mucho a los cooperantes, cineastas o intelectuales que cada año acuden ilusionados y vírgenes a una nueva edición del FiSahara, el festival de cine que se celebra desde 2003 en la hamada argelina, en el desierto de los desiertos (“la antesala del infierno”, la calificó Javier Bardem cuando fue invitado en 2008), donde viven en condiciones extremas cerca de un cuarto millón de personas desde 1975, cuando su tierra, el Sáhara Occidental, fue ilegalmente ocupada por Marruecos tras el nada honroso abandono de España, que la administraba hasta entonces.
A Andrew Mlangeni, un histórico del movimiento contra el apartheid sudafricano, compañero de celda de Nelson Mandela y acaso portavoz de su legado ético y moral, le ha sucedido algo parecido. En su caso podría entenderse, Sudáfrica queda lejos y a buen seguro que los medios de su país considerarán prioritario otros asuntos y a sus casi 90 años cuesta imaginársele devorando páginas de Internet u otros medios alternativos para estar al día de todos los miles de conflictos que, por desgracia, en el mundo se dan.
Solo así se comprende la regañina que espetó a los periodistas que se encontraba a su pasó el día que llegó como invitado al campamento de Dajla, donde estos días se celebra la undécima edición del FiSahara.
“Veo muchos periodistas y fotógrafos en este tipo de eventos, pero nunca lo vemos luego reflejado en los medios”, dijo en su primera conferencia de prensa ante los incesantes destellos de los flashes y el chasquido de los disparos de las cámaras de fotos. Y se atrevió a más: “el pueblo saharaui está viviendo circunstancias excepcionales que tienen que verse en todo el mundo, ¿para qué vienen los medios aquí?”, dijo en un tono poco amable y semblante enfurruñado.
En la distancia corta, Mlangeni adopta un tono más amable. Incluso suaviza el discurso que le había llevado a decir ante el subidón de verse frente a tanta cámara venida de diversos lugares del mundo, que recomendaba a los jóvenes refugiados tomar las armas ya para resolver de una vez el conflicto saharaui, atascado en tantos frentes.
En la oscuridad de la jaima, en la noche estrellada del desierto, unas horas más tarde cara a cara con este periodista, matiza sus palabras: “El pueblo saharaui ha de estar preparado para todo, también para volver a las armas si se sigue ignorando su derecho a autodeterminarse”. Habla por propia experiencia. El movimiento en el que él participó contra el régimen segregacionista de Sudáfrica que lideró su amigo Mandela, también se vio obligado a recurrir a la violencia cuando se le cerraron todas las puertas y vías de solución.
El recuerdo a Nelson Mandela y su modelo de reconciliación que podría aplicarse al conflicto que enfrenta a saharauis y marroquíes desde hace casi 40 años, planea durante toda la íntima conversación. En su muñeca derecha, Andrew Mlangeni luce una pulsera metálica, posiblemente de plata, con el número 46664 grabado, el que llevó su amigo Madiva durante sus años de presidio.
“Los saharauis han de estar muy agradecidos a Argelia por haberles dejado este lugar; como nosotros agradecimos a Tanzania que nos dejara un cachito de jungla desde donde pudimos organizar nuestra lucha”, empieza por comparar. “Allí pudimos cortar árboles para hacer casas y sembrar comida para sobrevivir, pero los saharauis están en este lugar de mucha dureza y sufrimiento y sin embargo han sabido sobrevivir”, reconoce con admiración.
“Ahora estamos celebrando el 20 aniversario de las primeras elecciones democráticas en Sudáfrica y el fin de apartheid, gracias al gran papel de nuestro líder Mandela, y los saharauis también podrán hacerlo alguna vez”.
Además de la fuerza y la determinación del movimiento que encabezó Mandela, la lucha contra el apartheid tuvo mucho apoyo internacional y mucha presión contra el régimen que lo ejerció ferozmente, incluyendo un boikot económico por parte de las principales potencias mundiales. “Hay que ejercer más presión contra Marruecos”, apunta como posible camino, “para que se retire [del Sáhara Occidental] y se pueden buscar formas que no sean muy humillantes”. Pero no ve esa posibilidad como fácil, al menos a corto plazo: “cualquier país que ocupa otro y se beneficia de esos recursos que no son suyos, como la pesca o los minerales, es difícil moverle de ahí”
Apela a la africanidad de ambas partes en conflicto para encontrar puntos de encuentro: “Marruecos y el Sáhara Occidental son países africanos y ningún país africano ha de ocupar otro país africano”, sostiene subrayando la repetición.
“Hace más de veinte años que Marruecos aceptó hacer el referéndum, y fueron ellos los que llamaron a la paz y ahora son ellos los que no lo siguen. Y han añadido más de dos mil colonos que no son saharauis para alterar el resultado de ese censo”, recuerda. Y toma partido más posible: “Sudáfrica y Nigeria, los dos países más importantes de África económicamente tenemos una visión diferente a cómo lo ve Marruecos, y deberíamos liderar esa presión”.
Aunque el boikot contra el régimen racista de Sudáfrica supuso también sufrimiento para la mayoría negra, por la de puestos de trabajos que se perdieron cuando muchas empresas internacionales se retiraron del país, ellos lo vieron como un mal menor necesario: “nosotros lo solicitamos aún sabiendo que nos iba a perjudicar, pero estábamos preparados para sufrir. Era necesario ese sufrimiento, pues como nos enseñó Mandela la libertad no se conquista fácilmente, no te la van a regalar en una bandeja de oro, hay que saber luchar por ella en todas las circunstancias. Y no solo luchamos por nuestra propia libertad, sino también por la de nuestras generaciones sucesivas. Si los saharauis que están aquí en los campamentos no la consiguen, la conseguirán sus hijos”. Y repasa: “Nosotros en 1952 decíamos que quería ser libres ya y lo decíamos en serio y tuvimos que esperar hasta 1994. El pueblo saharaui está preparado para lo mismo”
Discursos políticos aparte, a Andrew Mlangeni le gusta recordar como era Madiva en el día a día de la cárcel: “era un líder natural, y no solo de los que formábamos parte con él del Congreso Nacional Africano, sino de todo el pueblo y de partidos como los Jóvenes Comunistas, el Partido Nacional Africano, el Ejército Armado de África y hasta de presos políticos de Namibia que estaban con nosotros en la cárcel”. “Ayudaba a todos, era muy humano y humilde preocupado siempre por los menos favorecidos. En la cárcel había familias separadas, sin comunicación que solo recibían una carta al mes, o a veces nada. Madiva le decía a su mujer que debería recaudar fondos para ciertas familias que sus padres estaban ahí, y dar estudios a hijos de presos. A los que estaban condenados a sentencias largas, él los instaba a estudiar, y le pedía a su mujer que desde fuera mediara para que instituciones pudieran pagarles estudios” No es mentira eso que se ha dicho de él que su generosidad llegaba incluso a sus propios carceleros: “Mandela también ayudaba a sus guardianes, era abogado de profesión y les aconsejaba legalmente cuando se metían en líos”. Recordamos la anécdota conocida de que invitó a su guardián a su toma de posesión como presidente: “Ese demostraba la clase de persona que era”.
Comparte Andrew Mlangeni lo que tantas veces se ha dicho de que Mandela no solo cambió Sudáfrica sino que al devolver la dignidad a la raza negra también cambió el mundo haciéndolo un lugar un poquito mejor. Al respecto rememora que “cuando conseguimos la libertad se pensó que habría un baño de sangre pero recapacitamos y no nos movió la venganza, redactamos una constitución que es ejemplo para el mundo entero y que reconocía los derechos de todas las comunidades, blancas y negras. Muchos países se inspiran en la constitución sudafricana”. “Rotundamente sí, Madiva también cambio el mundo y por eso el mundo le considera un líder universal, un icono y sé que en España también lo es”.
El ejemplo de la película Invictus, que se ha proyectado estos días en el campamento de Dajla, sirve para filosofar sobre qué cosas todavía se pueden hacer para que la lucha saharaui no caiga en la cronificación del conflicto y no haya otra solución que el legítimo recurso de la violencia contra la potencia ocupante. “La cultura es una buena vía, y festivales como este al que he tenido el honor de estar invitado son muy útiles para que se siga recordando”. Pero lo cierto es que Sudáfrica también contó con la ayuda muy importante del mundo del arte y la cultura internacional, escasa ante el problema saharaui. “Es cierto”, confiesa, “no veo la implicación de cineastas y músicos de fama mundial en esta causa como la que tuvimos nosotros; pero es que creo [vuelve casi al punto de partida] que los medios de comunicación no hablan lo suficiente para que los artistas se enteren y luego puedan influir sobre él”. Y no puede terminar sino es recordando de nuevo a su amigo. “En la película [Invictus] todos los jugadores lucharon con el corazón y lo hicieron porque querían satisfacer a Madiva”.


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