Muere el expresidente Carlos Menem, icono de la Argentina del ultraliberalismo

Carlos Menem, en una imagen de 2003.
Carlos Menem, en una imagen de 2003.Quique Kierszenbaum / Getty

Su mandato significó moneda fuerte y corrupción, privatizaciones y desempleo, dinero fácil y pobreza. Carlos Saúl Menem (Anillaco, 1930), presidente de Argentina entre 1989 y 1999, ha muerto este domingo 14 de febrero en Buenos Aires a los 90 años, víctima de una infección que se complicó por problemas cardíacos de base. Menem sucedió en el cargo a Raúl Alfonsín y lideró el regreso del peronismo al poder tras la reinstauración de la democracia.

El país se encontraba entonces sumido en una grave crisis económica marcada por la hiperinflación, que Menem resolvió aplicando las políticas ultraliberales surgidas del Consenso de Washington. Impuso la convertibilidad uno a uno entre el peso y el dólar e inició un profundo proceso de privatizaciones. La economía argentina creció hasta 1998, mientas incubaba los desequilibrios que terminaron con la debacle del corralito en 2002. Menem murió siendo senador, cargo que le permitió eludir las condenas de cárcel que tenía por corrupción.

Los argentinos recuerdan a Menem con devoción o desprecio, como padre de una gran transformación que lideró con talla de estadista o como gestor de una catástrofe. Aquellos que lo defienden recuerdan los años sin inflación, la inversión en infraestructura y la modernización de los servicios públicos por la vía de las privatizaciones. La paridad del peso con el dólar convirtió a los argentinos en turistas de primera clase y los productos importados inundaron el mercado. Eran los tiempos de “Argentina primer mundo” y de “relaciones carnales” con Estados Unidos, como alguna vez las definió el canciller (ministro de Asuntos Exteriores) de entonces, Guido Di Tella.

“Los noventa” fueron pronto sinónimo de menemismo, un movimiento que acomodó el peronismo a la ola ultraliberal de la década. Sus detractores, en cambio, ven en Menem el cierre de miles de empresas, niveles de pobreza y desempleo récord y, sobre todo, la implantación de la corrupción como forma de hacer política. El “menemismo” fue para este grupo el “menemato”, una alusión a las raíces árabes del mandatario.

Menem había ganado las elecciones en 1989 como un caudillo del interior que prometía la “revolución productiva” enfundado en un poncho norteño y con largas patillas. Pero el caudillo pronto afeitó sus patillas y cambió el poncho por trajes Armani. Y descolocó al peronismo. Hizo alianza con los sectores más conservadores del partido y nombró en su Gobierno a figuras de la derecha tradicional. El peronismo progresista pronto rompió con él y le hizo la guerra. Pero la bonanza económica frenó las revueltas internas. Menem selló un pacto con el radical Raúl Alfonsín para introducir la reelección en la Constitución y en 1995 repitió mandato. Su segundo periodo puso en evidencia el agotamiento lento pero imparable del modelo de convertibilidad.

Durante su Gobierno, Menem privatizó, entregó en concesión o disolvió 66 empresas del Estado. La venta de “las joyas de la abuela” más el endeudamiento externo inundaron de dólares el mercado. La corrupción fue la marca de los tiempos. Se acuñó entonces la frase “roban pero hacen”, como oposición a los radicales, tipos que los peronistas consideraban honestos pero faltos de habilidad para el poder. Fueron también años de “pizza con champán”, porque el menemismo tuvo su propia estética, hija de los negocios fáciles y las riquezas rápidas. El personaje en la Casa Rosada compensaba con carisma y una gestión de vértigo la sensación de que algo no andaba bien. Menem jugaba al fútbol, pilotaba aviones, conducía autos de carreras y forjaba fama de playboy. En una ocasión ordenó cerrar al tránsito 500 kilómetros de autopista para conducir a toda velocidad un Ferrari que acaba de recibir como regalo de un apostador. “El Ferrari de Menem” es otra foto imborrable en la memoria popular.

La vida personal de Menem fue parte inseparable de la política de entonces. Apenas asumió el cargo, el presidente expulsó de la residencia oficial a su esposa Zulema Yoma y a sus dos hijos, que lloraban ante las cámaras de televisión. El 15 de marzo de 1995, otro suceso familiar se convirtió en un asunto de Estado: su hijo Carlos murió en un accidente de helicóptero a los 26 años. Zulema Yoma sostuvo siempre que se trató de un atentado, hipótesis que Menem terminó por aceptar años más tarde. Fue también durante el menemismo que Argentina vivió los dos únicos atentados terroristas de su historia: el que destruyó la Embajada de Israel en 1992 y el ataque a la mutual judía Amia en 1994. Argentina carga aún con las esquirlas de esos ataques no resueltos.

En 1998, cuando la economía se derrumbaba, Menem intentó ser candidato por tercera vez, pero no pudo sumar apoyos para modificar otra vez la Constitución. El peronismo perdió finalmente las elecciones ante una alianza de radicales, liderados por Fernando de la Rúa, y peronistas de izquierda encolumnados tras Carlos Álvarez. La alquimia duró poco y todo terminó en la crisis de 2002. Menem acumulaba, mientras tanto, problemas judiciales. En 2001, un juez le sometió a prisión domiciliaria por traficar armas hacia Ecuador y Croacia pese a los embargos de la ONU. El expresidente estuvo encerrado cinco meses, acompañado de su flamante esposa, la ex Miss Universo chilena Cecilia Bolocco.

En 2003, Menem intentó ser presidente una vez más, pero cayó ante Néstor Kirchner. Se refugió en su provincia natal, La Rioja, que lo recompensó con una banca en el Senado. Coqueteó con el macrismo y luego apoyó al kirchnerismo en el Congreso. Los fueros como senador le evitaron la cárcel y murió en libertad, ocupando su escaño hasta el último día.


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