El expresidente de China Jiang Zemin ha muerto este miércoles a los 96 años, según ha informado la agencia oficial china Xinhua. Jiang ha fallecido en Shanghái a las 12.13 (hora local, siete horas menos en la España peninsular) debido a una leucemia y un fallo multiorgánico. El mandatario, al que no se pudo ver ya en el último Congreso del Partido Comunista, celebrado en octubre, ejerció como secretario general del partido entre 1989 a 2002 y como jefe del Estado entre 1993 y 2003, dando continuidad a las políticas de reforma y apertura iniciadas por Deng Xiaoping.
Jiang llegó al poder como una fórmula de compromiso entre facciones tras las protestas estudiantiles de Tiananmen de 1989, que acabaron en una dura represión que provocó la muerte de cientos o quizá miles de manifestantes. Él fue considerado la persona capaz de equilibrar el giro aperturista de Deng con la estabilidad y el control del partido al frente del Estado.
Ese año también fue nombrado presidente de la Comisión Militar Central. Y más tarde sería elegido presidente del país en 1993, pero no consolidó de forma efectiva su puesto en el vértice de la enorme pirámide de poder chino hasta la muerte de Deng en 1997, cuya figura aún proyectaba una larga sombra.
Jiang dejó el poder habiendo colocado las bases para el ascenso de China a la categoría de las superpotencias, con la locomotora del crecimiento funcionando a todo gas, y tras haber forjado la imagen de un gigante global, accesible y favorable a los negocios. Bajo su mandato se culminó en 1997 la devolución británica de Hong Kong a China, símbolo que ponía el punto y final a lo que muchos en China conocen como el siglo de humillación. Y esta trayectoria hacia lo alto fue coronada en 2001, también bajo su batuta, con el acceso de China a la Organización Mundial del Comercio, y con la elección de Pekín como sede de los juegos olímpicos de 2008.
Él abandonó su cargo al frente del partido en 2002 y dejó la presidencia del país en 2003, cumpliendo con los principios (escritos y no escritos) por los que se regía hasta hace poco la renovación de la cúpula del poder tras dos mandatos de cinco años. El actual presidente, Xi Jinping, le ha dado un vuelco a estas normas con un cambio constitucional que le permitiría eventualmente ser reelegido jefe del Estado para un tercer mandato y con su reciente reelección como secretario general para el próximo quinquenio.
A Jiang le sucedió en el liderazgo chino el expresidente Hu Jintao, de 79 años, también de corte aperturista y protagonista de un insólito episodio en el reciente XX Congreso del Partido Comunista, cuando fue forzado a abandonar su asiento en el Gran Salón del Pueblo ante la mirada impasible del presidente Xi y las cámaras de la prensa internacional.
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Los máximos órganos del partido han sido los encargados de anunciar su fallecimiento a través de una carta dirigida a todos los miembros de una organización que suma en sus filas más de 97 millones de personas. La carta expresa “el dolor profundo” por su muerte. “El camarada Jiang Zemin fue un destacado líder que gozaba de un alto prestigio reconocido por todo el Partido, todo el ejército y por todos los grupos étnicos del pueblo chino”. También le reconoce su valor como “un gran marxista, un gran revolucionario proletario, estadista, estratega militar y diplomático”, además de un destacado líder de “la gran causa del socialismo con características chinas”.
Una de sus grandes aportaciones fue la llamada ―en el alambicado lenguaje del partido― “teoría de las tres representaciones”, la cual permitió a los empresarios entrar a formar parte del partido. Este cambio conceptual contribuyó de forma clave al despegue económico de un país regido con firmeza por un partido único, al abrir una vía que comunicaba los vasos entre el comunismo y el incipiente hipercapitalismo tecnológico del siglo XXI.
Xi, liberado
La teoría de Jiang está inscrita en la Constitución del partido, pero sin hacer referencia a su autor, al contrario de la que ocurre con la trinidad que configura hoy el olimpo del poder chino: Mao Zedong, Xi Jinping y Deng Ziaoping, cuyas aportaciones teóricas sí figuran junto a sus nombres.
Con su marcha, unida al controvertido episodio de la silla vacía de Hu en el último Congreso, el actual líder, Xi Jinping, queda libre de toda influencia de sus predecesores, los cuales han ejercido tradicionalmente de contrapeso en las decisiones de los máximos órganos. El último congreso, en el que el presidente Xi ha sido encumbrado para un tercer mandato sin precedentes, ha supuesto de algún modo el certificado de defunción del legado político de Deng, Jiang y Hu.
Jiang era ingeniero eléctrico de formación, además de un apasionado de la música clásica, un pianista amateur y un lector de poesía. Protagonizó momentos carismáticos, impensables hoy en la cúpula de poder del país, como bailar con la esposa del entonces presidente francés, Jacques Chirac o acudir como invitado al mítico programa estadounidense de entrevistas 60 minutes. A esto se añadía cierta afición por el canto. En 2001, entonó de forma improvisada el O sole mio en un almuerzo junto a Luciano Pavarotti durante la visita al país de los Tres Tenores para una representación en Pekín. Ese mismo año despidió una gira por Latinoamérica cantando con Julio Iglesias en presencia de Hugo Chávez, entonces presidente de Venezuela.
Jiang fue también el protagonista de un complejo rifirrafe diplomático con España a cuenta del principio de justicia universal. En 2013, la Audiencia Nacional puso al ya entonces exmandatario en busca y captura por el genocidio en el Tíbet, uno de los grandes anatemas para Pekín, y una de las manchas oscuras en el expediente de Jiang, junto a la decisión de prohibir en 1999 a la organización religiosa Falung Gong.
El caso español sobre el Tíbet tensó hasta límites insospechados los lazos entre Madrid y el Gobierno chino, pero acabó mostrando el poder de la que ya era la segunda potencia del planeta: forzó un cambio legislativo en España, impulsado por el Partido Popular, para reformar la ley de justicia universal. Y, finalmente, el pleno de la sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, presidido por el hoy ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, decidió cerrar el caso.
Su fallecimiento llega en un momento crítico en China, después de que los ciudadanos se hayan echado a la calle en los últimos días para protestar por la férrea política antipandémica del país, en la mayor muestra de desafío al poder en la década de Xi. La ola de descontento coincide con el frenazo de la gran locomotora económica, que pierde fuelle a un ritmo desconocido en las últimas tres décadas, debido a los desbarajustes de la denominada estrategia de covid cero.
Durante los años de Jiang en el poder se desarrollaron las bases de lo que muchos analistas consideran un contrato social no escrito entre el Partido Comunista y la ciudadanía, por el cual unos ceden gran parte de sus libertades y confían el mando al partido único a cambio de beneficiarse del meteórico desarrollo del país. El despegue de los noventa y los primeros dos mil (época que algunos nostálgicos denominan los “años dorados”) se ha ido, sin embargo, ralentizando en la última década, que coincide con el ascenso de Xi como líder absoluto.
Con un crecimiento previsto por muchos analistas por debajo del 4% este 2022, la economía tocada por los continuos cierres y disrupciones, el país prácticamente sellado al exterior desde hace casi tres años y las tasas de contagios por coronavirus batiendo registros, uno de los grandes retos de Xi será precisamente el de tratar de solventar las nubes oscuras de un posible descontento que acabe por dinamitar el contrato social impulsado en los años de Jiang.
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