Antonio Martínez Sarrión ha fallecido hoy en Madrid a los 82 años víctima de un infarto según han informado fuentes cercanas a su familia. Nacido en Albacete en 1939, se convirtió en un nombre fijo en los recuentos de la literatura española de las últimas décadas del siglo XX desde que Josep Maria Castellet lo incluyó en 1970 en la antología Nueve novísimos poetas españoles. Era uno de los tres seniors de esa selección, junto a Manuel Vázquez Montalbán, fallecido en 2003, y José María Álvarez. El apartado juvenil lo ocupaban Pere Gimferrer, Félix de Azúa, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero y los también fallecidos Leopoldo María Panero y Ana María Moix.
Gran traductor de Baudelaire para el Libro de Bolsillo de Alianza, sus amigos y maestros ―entre ellos, Juan Benet― lo llamaban “el moderno” porque su mirada cosmopolita y sus aficiones al margen de la literatura ―el cine, la música― contrastaban con la formación de los letraheridos de la posguerra española, más limitada al mundo de las letras.
En la trilogía memorialística formada por Infancia y corrupciones (1993), Una juventud (1996) y Jazz y días de lluvia (2002), relata su infancia albaceteña, su paso por Murcia para estudiar Derecho y su introducción en la vida literaria madrileña mientras trabaja (dato clave: por las mañanas) como funcionario público. Entre 1974 y 1976 estuvo al frente de la revista La Ilustración Poética Española e Iberoamericana junto a Jesús Munárriz, fundador de la editorial Hiperión, y José Esteban.
Su voz cavernosa y sus ojos de miope magno se hicieron familiares para el gran público gracias a sus apariciones en el programa de televisión presentado por José Luis Garci ‘¡Qué grande es el cine!’
En la segunda mitad de los años noventa, su voz cavernosa y sus ojos de miope magno se hicieron familiares para el gran público gracias a sus apariciones en el programa de José Luis Garci ¡Qué grande es el cine!
La consagración de Martínez Sarrión en la antología de Castellet ―que marcó la poesía española de la Transición― coincidió con la aparición de su segundo libro: Pautas para conjurados. Se había estrenado en 1967 con Teatro de operaciones. Con Una tromba mortal para los balleneros cerraría un ciclo en los que la experimentación formal, trufada de una mezcla personal de costumbrismo y surrealismo, daba cobertura a temas muy de su generación ―la que despega en la posguerra y aterriza en el 68― como la cinefilia, las drogas o la música.
“La síntesis entre cultura y vida”, ha escrito uno de los grandes expertos en su obra, Ángel L. Prieto de Paula, “alcanza su momento más feliz en Ejercicio sobre Rilke, en que un texto del poeta de Praga sirve de base a un repertorio de recuerdos, pensamientos y estampas de su vida. Cantil puede considerarse un paréntesis en la evolución poética del autor: a partir de un cuadro de Böcklin, La isla de los muertos, el autor construye un poema de gran densidad culturalista y un imponente sentido funeral, aunque el libro es también un ejercicio manierista donde relumbra la rica panoplia de recursos de un poeta en la cima de su madurez”.
Sus últimos títulos ―Cordura, Poeta en diwan― son un viaje hacia la desnudez y una reflexión sobre la vejez. A este libro, de 2004, pertenece el poema Discreto, que resume bien su estado de ánimo en los últimos años y su paulatina retirada del mundo literario y, casi, del mundo: “Feliz quien sin anhelo / aguarda la mañana. / Y, en llegando, se dice / sereno: ‘Ya viví’. / Ése empieza ganado / un día y otro día. / Ni se jacta con ello, / ni publica su suerte, / ni menos aún mendiga / aplausos, pompas, humo / con que hacerse una estatua”.
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