Hasta el último cuarto de hora, el panorama pintaba muy negro para el Athletic. Lo cierto es que se fue despertando a lo largo de la segunda mitad después de una puesta en escena plomiza a más no poder. Primero con la entrada de Unai López y luego, con la de Muniain. El navarro firmó el empate e inició la acción del segundo tanto gracias a su presión. Resurrección rojiblanca en pleno Halloween. Llamó a la puerta del Sevilla, ¿truco o trato? Y el susto cambió de bando.
Garitano habló en la previa de un partido muy físico, con un conjunto hispalense que tenía “caballos” sobre el verde. Para el combate retiró del once a Muniain y a Unai López, los dos aglutinadores principales del esférico, y dio entrada a Morcillo y a Zarraga. Potencia, velocidad y sacrificio… a costa de renunciar al balón. El plan, con una especie de 4-4-2 como dibujo, hizo aguas. El centro del campo andaluz fue superior en número al local y lo evidenció el 0-1 del marcador al descanso.
El Athletic buscó transiciones rápidas, aunque no enganchó ninguna peligrosa. Ni desplazando en largo el cuero ni a través de conducciones. Zarraga, en su primera titularidad como león, cumplió en su labor e incluso dio el único pase que permitió romper a la defensa rival por el sector derecho en la acción que finalizó con el testarazo desviado de Raúl antes del descanso.
No introdujo el bisturí Garitano y tampoco mejoró el panorama. El Sevilla tuvo un par de aproximaciones en las que pudo dejar encarrilado el choque antes de que el técnico agitara el árbol. Se juntaron Unai López y Muniain en un escenario que potenciaba sus virtudes y el Athletic lo agradeció infinitamente. Esas conexiones permitieron alargar las posesiones y desarmar a los andaluces desde dentro. Iker acabó en la zurda y Morcillo, en la derecha. Extremos a pie cambiado, algo que el deriotarra avanzó la semana pasada.
Eso sí, el empate surgió a balón parado. Morci botó el córner, Vesga peinó en el primer palo y Muniain recogió el caramelo en el segundo. Un gol que dio alas a los bilbaínos. El terror dio paso a la esperanza. El de la Txantrea se creció y asumió el mando de las operaciones, ejerciendo de líder con la pelota en los pies. Fue el lanzador de casi todas las ofensivas del Athletic en el último tramo.
Aunque la remontada se produjo por una acción de garra del capitán. Estaba encimando a todo sevillista que tuviera cerca con el objetivo de vivir el mayor tiempo posible en terreno contrario. En una de esas tuvo premio. Muniain le robó el balón a Koundé en la izquierda, Williams puso un centro de oro y Sancet firmó el 2-1. Una victoria reparadora. Con el pitido final, Iker la celebró tirándose de rodillas al suelo. El Athletic esquivó las calabazas.
