Parece que la historia a veces no va con él, que está a desgana, que le fallan las piernas y se ha dejado llevar. Pero nada más lejos de la realidad. Daniil Medvedev es el rey del engaño, el mago de los mil trucos. El tenista que domina como ningún otro el farol. Cuesta interpretar siempre en qué modo está el ruso, un competidor tan genial como sinuoso que jamás enseña sus cartas. Este domingo cedió el primer set de la final contra Alexander Zverev en París-Bercy y el alemán parecía ir lanzado a por el trofeo, hasta que él enseñó el sombrero y empezó a sacar conejos de la chistera para atrapar su tercer título en los Masters 1000, el segundo esta temporada: 5-7, 6-4 y 6-1, después de 2h 07m.
Lo que hizo Medvedev fue un ejercicio de demolición en toda regla. Desgastó y desgastó a Zverev hasta que este quedó tambaleante y cayó al suelo con un leve toque del índice del ruso. El arte de la distracción, la astucia del trilero. No estoy, pero estoy. Cuanto más fuerte ejercía su rival, que venía de ganar doce partidos consecutivos bajo techo y de derribar a Rafael Nadal en las semifinales, más le descolocó él. Cambios de alturas, golpes de todos los colores —de esa forma tan peculiar que tiene él, por no decir poco ortodoxa— y, en el fondo, pura estrategia para guiar al de Hamburgo hacia el rincón de pensar.
A la que empezó a darle vueltas a la cabeza, Zverev ya se había marcado un maratón sin darse cuenta y sus piernas no daban para más, porque jugar contra Medvedev significa algo así como meterse en la centrifugadora. Va y viene el ruso, acelera o frena según le conviene y deja destellos aquí y allá con toda naturalidad, porque su repertorio técnico es de los más generosos en la ATP. Si coge ritmo, es uno de los jugadores más temibles del circuito y puede dar fe de ello el alemán, que había comenzado como los ángeles y terminó fundido, sin respuestas ante la maquiavélica propuesta de su adversario.
El duelo entre ambos fue una paradigmática muestra del hoy, y sobre todo del mañana. Tenis a martillazos. La primera manga fue una sucesión de servicios o, en su defecto, puntos dirimidos a dos o tres golpes por dos gigantones que simbolizan a la perfección hacia dónde va este deporte. Potencia pura y dura hasta que Medvedev cambió de registro y se puso su otro traje. Había pagado el despiste que le concedió el set inicial a Zverev, pero luego meneó los cubiletes sobre la mesa hasta que el de Hamburgo terminó mareado.
Bajo las directrices de David Ferrer, se observa un cambio de actitud en el alemán. Ya no hay desdén ni malos gestos, y sí la linealidad que demandaba su juego. Progresa adecuadamente, pero cayó en la tela de araña que fue tejiendo Medvedev, al abordaje desde que lograse el break que decantó el segundo parcial. A partir de ahí, siete juegos consecutivos y un dulce trazado hacia el premio final en Bercy, un terreno más que propicio para los tenistas rusos. Antes que él, triunfaron en el torneo sus compatriotas Yevgeny Kafelnikov (1996 y 2001), Marat Safin (1999, 2000, 2002 y 2004), Nikolay Davydenko (2006) y Karen Jachánov (2018).
Con el octavo laurel de su carrera, Medvedev asistirá al Masters de Londres (del 15 al 22) como uno de los firmes candidatos al cetro maestro. Zverev, vencedor en 2018, con la misma condición.
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