Nueva York sube el telón, crepita el distrito de Queen’s y en Flushing Meadows comienza a hervir el asfalto mientras el aroma empalagoso a perrito caliente y nachos embadurnados de queso se apodera de la mastodóntica central del complejo Billie Jean King. Arranca el US Open, broche anual a los cuatro grandes y, claro, de la mano vienen de nuevo el calor y la humedad, las sesiones golfas y sobre todo el ruido. Mucho ruido. Se escucha a la masa yendo, viniendo y sobre todo divirtiéndose, muchas veces más pendiente del show que del propio tenis; y se oyen también tambores de guerra porque los tres desfilan por ahí otra vez, con paso amenazante y hegemónico, e intención firme.
Transcurren los años, los cursos y los nombres, mientras aquellos que desean novedades insisten en la cercanía del salto de la nueva hornada de jugadores, pero aun así resulta muy difícil imaginar otro campeón que no proceda del trío más salvaje de la historia del tenis, el formado por Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic.
Los tres –38, 33 y 32 años, respectivamente– comandan el listado y los tres irrumpen en Nueva York como las máximas referencias. Predomina otra vez la sensación, acompañada de una estadística demoledora: desde que el suizo venciera por primera vez en Wimbledon, 2003, el triunvirato ha conquistado 54 de los 67 grandes títulos (un 80,5%) en juego.
Solo un reducido puñado de contestatarios (Agassi, Ferrero, Roddick, Gaudio, Safin…) fue capaces de arrebatarles algún trofeo en la fase inicial y únicamente cuatro osados en activo (Del Potro, Cilic, Murray y Wawrinka) se filtraron en la era tiránica del Big Three, que durante el último lustro ha ido reafirmando aún más su poder: Federer, Nadal y Djokovic han ganado 16 de los 19 últimos Grand Slams, un 84,2%. El último que logró colarse en el baile fue Wawrinka, en el US Open de hace tres años. Es decir, prácticamente no hay quien les tosa, y con ese poso llega esta edición de Nueva York.
“Todo el mundo tiene altibajos, excepto ellos…”, explica el ruso Daniil Medvedev (23), ascendido al número cinco después de triunfar en Cincinnati y una de las raquetas señaladas, teóricamente, para incomodar en el presente al viejo reinado. “Cuando ellos se retiren todo se abrirá, como ocurría a principios de este siglo, pero no hay duda de que ellos son los tres mejores de la historia de nuestro deporte”, aportaba recientemente el veterano Milos Raonic. “Sus resultados hablan por sí solos y dicen quiénes son. Están en su propia liga”, subraya el búlgaro Grigor Dimitrov, que hace unos años apuntaba a inmiscuirse entre los gigantes y apenas ha podido llevarse unas pocas migas a la boca.
Los tridentes de los setenta, ochenta y noventa
Y es que no existe en la historia del tenis gobernantes más imponentes que Federer, Nadal y Djokovic. Retrocediendo a los setenta destaca el mandato de Björn Borg (8 majors, a los que añadiría tres más en la década siguiente), Jimmy Connors (8) y John Newcombe (5), que aglutinaron el 45% de los grandes premios; después llegó el tridente de Ivan Lendl (8), Mats Wilander (7) y John McEnroe (7), que se hizo con el 51,2% de los Grand Slams en los ochenta; y más tarde ejercieron soberanía Pete Sampras (14) y Andre Agassi (8), acompañados por su compatriota Jim Courier (4) para hacerse con un botín del 52,5% (21 torneos de 40) durante los noventa.
Pese al dominio, en esas etapas había rendijas para otros. No en la oligarquía actual. “Se ha llegado a este punto porque jugamos por la historia en cada torneo en el que participamos”, razonaba Nadal hace tres días. “Pero yo no veo el tenis solo de esta manera. Mi ilusión es darme la opción de competir bien y de aspirar a lo máximo, pero es por un tema personal, mío, no porque el otro tenga 16 o el otro 20… Cuando pienso es ese objetivo no pienso en la historia en sí, sino en mi historia, y mi historia consiste en intentar darme otra oportunidad de competir en un torneo tan importante como el US Open”, prolongaba el de Manacor, que debutará la madrugada del martes al miércoles (1.00, Eurosport) contra el australiano John Millman.
Rafa y el impulso de Montreal
Aterriza Nadal fresco y a tono, después de haber revalidado durante el verano el título de Montreal y habiendo renunciado a Cincinnati, al igual que hace un año. Entonces se marchó de Nueva York dolorido y con mal sabor de boca, al resentirse de la rodilla derecha en la semifinal contra Juan Martín Del Potro, aunque el curso anterior elevó su tercer trofeo sobre el cemento de Queen’s, tras los de 2010 y 2013. “Este es un torneo que se me ha dado bien últimamente, con una energía muy potente y muy especial. Normalmente me he adaptado bien. Estoy jugando bien y ganar en Montreal me ha ayudado”, recuerda.
En sentido opuesto, Federer y Djokovic decidieron no participar en Canadá y sí hacerlo en Cincinnati. Allí sufrió un severo sobresalto el suizo –derrota en octavos contra Andrey Rublev, en 62 minutos– y cedió también el número uno. Sin embargo, pese al tropiezo ante Medvedev el serbio llega muy reforzado desde el punto de vista anímico después del heroico triunfo en Wimbledon, donde abrió una seria herida a Federer al remontarle una final maravillosa. Ambos, junto a Nadal, mandan, dictan y ordenan con puño de acero. Y en Nueva York, a priori, no parece que pueda hacerse una excepción.
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