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Nazis y peronistas organizan una cita a ciegas


Cuento una historia de amor pero es en realidad una historia de política; ocurrió hace más de 70 años pero es una historia actual. Una porteña y un ucraniano, ambos judíos, se casaron en Estados Unidos en 1948. Los responsables de que se encontraran fueron Hitler y Perón. Los felices enamorados, Yakov y Rosa, se conocieron gracias a que alemanes y argentinos permitieron con desidia e inconsciencia que sus gobiernos fuesen liderados por gente sin escrúpulos.

Rosa Lida (1910-1962) fue una estudiosa de la literatura española y de sus fuentes clásicas, una medievalista sabia, con obras que seguimos leyendo en las facultades de filología y de historia. En mi opinión, fue la erudita que más interesantes notas a pie de página ha escrito, con un conocimiento construido sobre datos que hoy echamos de menos, cuando a veces el mundo académico hace triunfar lo inconsistente del aire frito. Por su parte, Yakov Malkiel (1914-1998) fue un gran lingüista, ocupado sobre todo de las raíces de las palabras. Sus trabajos eran muy analíticos: descomponía un vocablo como en una mesa de quirófano y exploraba su historia de vida, le sacaba los genes a cada una de las partes que se suman para formar voces.

La unión de ambas inteligencias en una vida en común es uno de esos matrimonios de académicos que se dan a veces en la historia de la ciencia. Pero indagar en la biografía personal de cada uno de ellos hasta que ocurre la boda es más una lección de política que de preámbulo amoroso.

Malkiel nació en Kiev en la época en que la actual capital ucraniana estaba bajo dominio ruso. A causa de la guerra civil rusa, su familia emigró a Alemania y allí Malkiel se forma en la Universidad de Berlín; pronto vio venir el odio antijudío y se marchó prudentemente a Estados Unidos: se salvó. Por su parte, Lida venía de una familia que había llegado a Argentina migrando desde el imperio austrohúngaro, estudia en la Facultad de Filosofía y Letras y se integra en el Instituto de Filología de Buenos Aires, un buque insignia de la solidez intelectual argentina que empezó a ser torpedeado a mediados de los años 40 por el gobierno peronista. En un clima de inquietud, ella saca la cabeza buscando un destino profesional fuera y acepta una beca para ir a Estados Unidos: se salvó.

A veces la política empuja por la espalda a los ciudadanos, los lanza a una pedana de esgrima y cada cual acaba negociando con su nuevo escenario. Hablo de dos personajes a la altura de la excepcional romanística que se hacía entonces en Europa y en América, que vivían en un ambiente intelectual completamente desnivelado respecto al clima político miserable que los rodeaba. Ambos empezaron intercambiándose por carta publicaciones y preguntas profesionales; su correspondencia, editada hace unos años por Acantilado bajo el título Amor y filología, terminó siendo un epistolario amoroso, cortejador. Tras meses de amor por carta, se encuentran en persona por primera vez en Estados Unidos, se casan y ejercen en la Universidad de Berkeley. Esta, por cierto, tiene su escudo en azul y dorado, colores que, vistos de lejos, son muy parecidos a los de la bandera de la desdichada Ucrania.

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