Siempre ha habido proyectos fracasados. Negocios que hoy están y mañana, cuando el cliente se presenta ante su puerta, de repente se han convertido en pasado. Una mala planificación, previsiones que nunca llegaron a cumplirse, jubilaciones o el simple deseo de pasar a otra cosa. Esta vez es diferente. La pandemia ha golpeado a comercios rentables. Tiendas boyantes han pasado a depender de ayudas públicas para sobrevivir. Y aquellas con menos margen en sus cuentas han quedado fuera de juego.
Con más de 3,2 millones de afiliados al régimen de autónomos a finales de octubre, las cifras oficiales hablan de solo 3.720 menos que en diciembre. Las organizaciones sindicales lo consideran una ilusión. Aferrándose a las prestaciones públicas o a los ahorros, muchos se resisten a dar de baja el negocio de su vida, pero esa férrea capacidad de aguante tiene límites, y en algunos casos acabará desmoronándose. El barómetro de la Asociación de Trabajadores Autónomos dice que hay un millón de ellos en el alambre, la expresión con la que se refieren a que su facturación es una quinta parte de lo que era en 2019. Uno de cada tres tiene deudas pendientes, y, si se cumplen los peores pronósticos, miles de ellos acabarán bajando la persiana.
En muchos casos, su culpa se limita a haber estado en el lugar equivocado en el momento más inoportuno. El mundo, año 2020 después de Cristo. El economista británico John Maynard Keynes advirtió una vez a los inversores diciéndoles que los mercados pueden permanecer irracionales más tiempo del que ellos pueden ser solventes. La versión pandémica de esa cita está grabándose a estas horas en el callejero de Sevilla, Murcia, Barcelona o Madrid. Para algunos dueños de negocios, rentables en tiempos de buena salud y puertas abiertas, el virus puede durar más tiempo del que pueden soportar. El 31 de enero de 2021 es la nueva fecha marcada en el calendario. Ese día caduca la prórroga de los ERTE si antes no se anuncia una nueva prórroga.
El salvavidas público ha marcado una diferencia abismal con el golpe de crisis anteriores, pero sigue siendo un parche necesario. El verdadero partido se juega en los laboratorios y la calle. En miles de hogares se contiene la respiración con cada avance de la vacuna y cada bajada del número de contagiados, hospitalizados o enfermos graves. Supone un día menos de incertidumbre para feriantes sin niños a los que marear, zapateros sin viandantes de suelas gastadas, guías sin turistas de caminar relajado y billetera agradecida o bares y restaurantes sin clientes a los que servir otra ración. Todos ellos conforman una nueva clase: las víctimas económicas de la pandemia. No son los únicos: desempleados, recién llegados al mercado laboral o asalariados de sueldos congelados tampoco lo tienen fácil. Pero la apertura de un negocio se parece mucho a iniciar una relación seria. Nadie que la empieza piensa que algún día terminará.
“Podemos aguantar cerrados un par de meses. Después nos quedaría abrir y morir”
PILUKA ARANGUREN | Bar Lo Máximo | Madrid
“Y de repente una pandemia. Qué podía pasar peor de lo que ya nos había pasado”. Piluka Aranguren quedó en shock, estancada, cuando en marzo cerraron Bodegas Lo Máximo, un garito con 50 años de historia y símbolo de la resistencia cultural frente a la gentrificación acelerada del barrio madrileño de Lavapiés.
Piluka Aranguren, propietaria del mítico bar musical Bodegas Lo Máximo, en el barrio de Lavapiés, Madrid.
Al estupor general por el estado de alarma y la crisis sanitaria se unía que su negocio, una cooperativa regentada por tres socias, acababa de librar, y ganar, una batalla contra el fondo de inversión británico que había comprado su edificio y que en un principio no contaba con renovar su contrato de alquiler. “Después de 20 años con nuestro propio proyecto, funcionando como funcionaba, a la edad que tenemos ya, era complicado plantearse que de la noche a la mañana estaríamos en la calle sin un duro”, cuenta Aranguren de 52 años. Tras un sinfín de reuniones lograron convencer a los nuevos propietarios de que el bar era interesante para ellos y llegaron a un acuerdo para unos cuantos años más. “Si hay una persona humana detrás de un fondo de inversión nos ha tocado”, ríe Piluka.
La alegría duró poco. Con la crisis del coronavirus agravándose día tras día, y los plazos para volver a subir la persiana difuminándose, decidieron esperar hasta después de verano. Bodegas Lo Máximo es un bar de “barra petada”, describe Elena Ros, otra de las socias, sin posibilidad de terraza, con un aforo de 52 personas y un horario de siete de la tarde a dos de la mañana, una hora más en fin de semana. Y nunca fue un negocio para hacer dinero. “Todo lo que entra sale en forma de trabajo digno, horarios repartidos, proveedores y gastos mensuales. No tenemos ahorros”, añade Ros, que lleva las cuentas. Su proyecto, en realidad, nació en el año 2000 para aunar las facetas artísticas de sus socias con una actividad que les permitiera contar con una fuente de ingresos estable. Piluka Aranguren es una cantante con una larga trayectoria que le ha llevado a colaborar con Tonino Carotone o Amparanoia; Mamen Fuertes es fotógrafa y Elena trabaja en producción de circo. La pandemia golpeó el bar, pero también su actividad artística.
Con los siete trabajadores del bar en ERTE, en mayo la cosa empezó a ponerse fea. La cuenta corriente fue reduciéndose hasta casi llegar a cero y entonces decidieron pedir un crédito ICO de 15.000 euros para hacer frente a los gastos. Septiembre llegó, pero la pandemia había vuelto a empeorar. “El fondo de inversión nos condonó el alquiler, eso fue nuestra salvación”, asegura Aranguren, que intenta mantener cierto optimismo, aunque el tiempo se les acaba a la espera de que se suavicen unas restricciones que hacen inviable su apertura. “Espero que no estemos hablando de que en dos o tres meses Lo Máximo echa la persiana. Podemos aguantar cerrados un par de meses. Después nos quedaría abrir y morir. Esa es la última intentona”.
“Las ferias pueden servir de terapia psicológica, para devolver la alegría”
MANUEL CAÑADILLAS | Feriante | Murcia
A sus 39 años, Manuel Cañadillas ha pasado toda su vida entre atracciones, luces y olor a algodón de azúcar. Es la sexta generación de una familia de feriantes de Alcantarilla (Murcia) a quien la crisis del coronavirus ha dejado en un limbo en el que no puede trabajar pero sigue obligado a asumir los gastos que supone el negocio, en su caso, dos atracciones y un remolque de venta de gofres. La temporada para los feriantes, explica, se prolonga de marzo a octubre: la de este 2020 se ha perdido por completo.
Solo unos días antes del primer decreto de estado de alarma, Cañadillas se encontraba en Castellón, preparando sus atracciones para la Feria de la Magdalena. Entonces el Ayuntamiento de la ciudad les anunció que se cancelaban las fiestas. “Nos devolvieron el 80% de lo que habíamos pagado en tasas, pero ahí empezaron las pérdidas, porque la gasolina que gasté en los viajes y lo que ya había invertido en reparaciones, eso no me lo da nadie”, lamenta. Solo el mantenimiento de sus atracciones supone una inversión de unos 10.000 euros anuales. Desde entonces, casi los únicos ingresos que han entrado en casa de Cañadillas, casado y con dos hijas adolescentes, han sido los de la prestación por cese de actividad. También algunos extras en los meses de verano, al mando de un remolque de gofres en municipios de la costa murciana.
La situación, asegura, se presenta ahora “desesperada e incierta”: sin ayudas específicas para un sector que en España aglutina a unas 40.000 personas, sin perspectivas de recuperar la actividad y con la obligación de seguir pagando las cuotas de autónomo, el impuesto de vehículos de tracción mecánica, el mantenimiento de las atracciones y los gastos de cualquier hogar, desde la hipoteca hasta la alimentación. En su opinión, la solución pasaría por que los ayuntamientos permitieran instalar ferias con límites de aforo y cumpliendo todas las garantías sanitarias. “Son espacios de ocio al aire libre, se pueden desinfectar, no hay constancia de que hayan supuesto ningún foco de contagio. Y pueden servir hasta de terapia psicológica para la gente, para devolver la alegría a los niños”, apunta.
“La pandemia ha sido letal para el comercio tradicional”
ESTHER ESTRADA | Alpargatería Estrada | San Sebastián
San Sebastián pierde una tienda “de toda la vida”. Cierra la Alpargatería Estrada, una víctima más del coronavirus. Habrá muy pocos donostiarras que no hayan comprado alguna vez unas alpargatas o unas zapatillas en este minúsculo comercio de la Parte Vieja. La pandemia ha sido como un tsunami que pone fin a 80 años de historia. “Hemos aguantado hasta ver si pasaba esta racha, pero en vista de que todo va a peor, en agosto pasado tomamos la decisión de cerrar. Ha sido muy doloroso, me da mucha pena echar la persiana a finales de año”, afirma su propietaria, Esther Estrada.
La alpargatería reabrió a mediados de mayo, tras el confinamiento, pero las ventas desde entonces han ido cayendo en picado. “La tienda funcionaba bien, daba para contratar a una dependienta y sacar un pequeño suplemento a mi pensión. Pero este verano ha sido muy malo y septiembre, catastrófico. En estos últimos cuatro meses y medio hemos vendido lo mismo que en junio del año pasado”, se lamenta la dueña, de 74 años y jubilada hace nueve.
Los padres de Esther abrieron la Alpargatería Estrada en 1940, en plena posguerra, en una época de muchas estrecheces. Primero su madre modista y después sus hijas han regentado estos 16 metros cuadrados, un local sin almacén ni baño, donde todo el género está a la vista. “Yo no he metido ni un solo clavo aquí. Todo está como el primer día. Hay que hacer un verdadero puzle para tenerlo todo en su sitio”.
El aspecto tradicional de la alpargatería, su fachada “de siempre” y el género que ofrecía –”todas mis alpargatas están cosidas a mano”, precisa Esther– han sido el principal gancho de Estrada. A esta alpargatería solían venir vascos que viven en Venezuela, México o EE UU para llevarse calzado para sus familias. También actores y actrices que acudían al Festival de Cine y a las funciones de teatro. “Un día se presentó la infanta Elena; casi me da algo cuando la vi entrar”, recuerda Esther, que conocía el pie que calzaban sus clientes habituales: “Es un producto que no encuentras en muchos sitios y que llama mucho la atención a los extranjeros”. Además de alpargatas y zapatillas de casa, Estrada vende menorquinas, victorias, babuchas, safaris… Ahora lo tiene todo a mitad de precio: las alpargatas clásicas a seis euros, por ejemplo.
Alpargatería Estrada pudo acomodarse hace años a los nuevos hábitos de consumo que trajeron los grandes centros comerciales, también resistió la competencia de los comercios chinos… Pero la pandemia “ha sido letal para el comercio tradicional”: “Da mucha pena, pero no puedo aguantar este golpe. Tengo que pagar un sueldo y ahora tendría que comprar todo el género para el verano de 2021, pero ¿quién sabe cómo vamos a estar el año que viene?”. Entre lágrimas, Esther Estrada reconoce: “Me está dando mucha tristeza ver que las estanterías empiezan a vaciarse”.
“La gente quiere seguir viajando”
PABLO VÁZQUEZ | Empresario turístico | Málaga
“Es como visitar la ciudad con un amigo”, dice Pablo Vázquez, máximo responsable de Spain Food Sherpas. Su empresa guía a turistas de todo el mundo por restaurantes, bares con solera, mercados o lugares emblemáticos de Málaga, Granada y Sevilla desde 2014. La firma no ha dejado de crecer desde entonces: suman más de 20.000 clientes, 7.000 de ellos solo en 2019. Con las buenas previsiones turísticas para 2020, este año planificaban aterrizar en Valencia y Madrid, pero todo se truncó el 14 de marzo. Aquel día, Spain Food Sherpas ofrecía su último tour. Desde entonces, la nada.
Pablo Vázquez, de la empresa Spain Food Sherpas, la pasada semana en Málaga.
“Las cancelaciones ya habían empezado en febrero, pero se convirtieron en un aluvión”, recuerda Vázquez, 39 años, un ingeniero de Montes con pasado en el sector público y en el privado. El malagueño ya había creado un negocio de importación de productos andaluces en Alemania tras residir un año en Suecia. En el confinamiento cesó su actividad, llevando a sus dos empleados a un ERTE mientras que la decena de colaboradores –autónomos todos– afrontan un complicado presente y un futuro lleno de incertidumbres. Como el de la propia compañía, que debe reinventarse para sobrevivir: la crisis sanitaria ha acabado con algunas de las empresas con las que trabajaban. El patronato de turismo Costa del Sol cifra en 9,3 millones los viajeros que la zona ha perdido este año. Y Juan Marín, consejero de Turismo de la Junta de Andalucía, calcula que la región perderá 14,5 millones de turistas en 2020, más de la mitad de los 32 millones de 2019.
El 85% de la clientela de Spain Food Sherpas reservaba las rutas online, y la esperanza de Vázquez es que la pandemia impulsará aún más la digitalización. Consciente, además, de que las nuevas generaciones disfrutan desde casa organizando su viaje, el empresario malagueño ha aprovechado estos meses para formarse más en nuevas tecnologías. “Es ahí donde queremos destacar”, subraya optimista, porque opina que “más pronto que tarde” la situación volverá a como estaba antes de marzo. “La gente quiere seguir viajando”, insiste.
“En junio comenzaron las rebajas de una temporada que no se había vendido. Eso hizo daño”
BÁRBARA SICRE | Ropa infantil Neverland for kids | Cádiz
Este verano debía ser el de Bárbara Sicre y su tienda de moda infantil Neverland for kids. “Después de tres años, ya estábamos afianzadas y era la campaña del despegue”, rememora la empresaria gaditana de 40 años. En lugar de eso, en septiembre tomó la dolorosa decisión de cerrar su tienda en la calle José del Toro, en pleno centro de la capital. “Prefiero cerrar antes de ahogarme más”, resume la comerciante apenas una semana después de entregar las llaves de su local.
En el que debía ser su año dorado, Neverland celebró su tercer aniversario de marzo en pleno confinamiento. A Sicre y a la socia que tenía entonces la primera ola les sorprendió con “cajas de pedidos de ropa aún por abrir”. El negocio, como otros muchos, quedó congelado: los propietarios del local le perdonaron el alquiler de 1.700 euros mensuales, el banco le permitió pagar solo las comisiones de su crédito, y accedió a una ayuda de 600 euros mensuales como autónoma por cese de actividad. Pero la debacle vino con la reapertura: “En junio comenzaron las rebajas de una temporada que no se había vendido. Eso hizo daño”.
A finales de ese mes, la socia de Sicre abandonó el barco y, en apenas dos meses, la empresaria tomó la decisión más difícil: “Me quedé sola y veía el inverno inestable y malo”. Pese a todo, se ha mantenido de alta como autónoma para probar suerte con la tienda online que creó en 2018. Verá si “compensa” probar suerte en la red y, en el futuro, crear un showroom en una zona de su casa para seguir atendiendo las celebraciones para niños —como las comuniones—. “Parece que estos años se van a la basura, pero quiero pensar que no. Voy a intentar readaptarme”, zanja con esperanza.
“El panorama cambia cada 15 días, anímicamente estoy en una montaña rusa”
MANUEL EGUÍA | Dueño de tiendas de souvenirs | Sevilla
Manuel Eguía mantiene cerradas 10 de sus 11 tiendas de souvenirs en Sevilla, pero con la esperanza de abrir nueve de ellas cuando regresen los turistas. De sus 40 empleados, solo están en activo su mujer, Encarnación López, de 51 años, y él (de 54). Once contratados permanecen acogidos a un ERTE. El resto de trabajadores eran eventuales y sus contratos se extinguieron entre primavera y verano. “Anímicamente estoy en una montaña rusa. Aguantar depende de lo que te diga el banco y mi intención es continuar, pero el panorama cambia cada 15 días. La incertidumbre es lo peor para hacer proyectos a corto plazo”, relata.
Manuel Eguía Padilla, propietario del grupo Padilla Crespo.
El grupo empresarial de Eguía –formado por las firmas Padilla Crespo, Eguía Souvenir y Manolete Souvenir– facturó 3,5 millones el año pasado, pero con la pandemia los ingresos han caído a solo un 15%. “Aunque estos días son de cero porque no tenemos público”, matiza. El cierre perimetral de la ciudad de Sevilla remató hace dos semanas la ausencia de clientela, cada vez más acuciante. Sobre el futuro cercano, Eguía ve nubarrones: “Yo no quiero despedir a nadie, pero si los ERTE no se prorrogan… Nuestra actividad turística no se incluyó en la exoneración [en las cuotas a la Seguridad Social, del 75% al 85%]”.
Durante el confinamiento de marzo y abril, negoció con su decena de caseros y algunos le condonaron el alquiler, otros lo redujeron al 50% y otros mantuvieron el precio. “Solo con la tienda situada cerca de la Giralda fue imposible el acuerdo y por eso cerramos definitivamente”.
El abuelo de Eguía empezó el negocio a principios del siglo XX en Andújar (Córdoba). Hoy el nieto solo mantiene una tienda abierta en Sevilla, que incluye un taller artesanal de sombreros. En 2019 tuvo 8.500 clientes. Este año han caído a solo 2.200 (un millar desde el 15 de marzo), el 60% turistas extranjeros y el 40% nacionales. La venta de sombreros de verano cayó un 30%, los de invierno un 70%. “A pesar de todo soy optimista porque hemos capeado el temporal y confío en que el turismo se recupere en 2022”, concluye el empresario.
“El coronavirus nos ha dado la puntilla”
GONZALO ALONSO | Zapaterías Gonzalo Alonso | Valladolid
La crisis sanitaria ha jubilado a Gonzalo Alonso. Este vallisoletano de 65 años mira apenado el escaparate desnudo de una de las dos tiendas de zapatos que ha regentado durante 40 años, en la Bajada de la libertad y en la calle de las Angustias. Ambas han sucumbido al coronavirus. No queda calzado en esas paredes adornadas en honor al festival de cine Seminci, celebrado en el cercano teatro Calderón. El cataclismo económico ha dado “la puntilla” a un negocio corneado por otra pandemia para el pequeño comercio: la venta online, alimentada por comerciantes que ofrecen precios más competitivos que los tenderos de calle.
Alonso habla de “terremoto”. Las pérdidas han superado el 40%: imposible mantener a las dos dependientas contratadas ni que él y su esposa, que se repartían en los establecimientos, dejen de perder dinero. Mejor cerrar. “La gente venía con miedo”, explica, pese a las precauciones para evitar contagios. El refrán “mal que no mejora, empeora” se ha convertido en el mantra del hijo del expresidente del Real Valladolid Gonzalo Alonso. No en vano luce un pin y la mascarilla a juego. Su padre, fallecido en junio a los 95 años, logró el único título para las vitrinas del club: una copa de la Liga en 1984. Su hijo lamenta haber vaciado las suyas a precios pírricos: un saldista le ha pagado tres euros por cada par, valorados en más de 25.
Las cifras contrastan con aquellos gloriosos años ochenta, traducidos en datos como 50 millones de pesetas en ventas y 18.000 pares dispensados. Al llegar el euro, facturaban 150.000 anuales. Y de ahí, bajón tras bajón. El pasado junio solo despacharon 300 pares. “Una ruina, no podemos subsistir”, zanja este habitante de una ciudad donde los “Se vende” o “Se alquila” se extienden en locales que no han superado el contagio de la crisis económica.
“Es una pena, tenía mucha ilusión”
CARLOS MARTÍNEZ | Moda de hombre The Wrong Shop | Santiago de Compostela
Carlos Martínez ha trabajado en tiendas desde los 23 años. Antes de empezar su última aventura detrás de un escaparate estuvo en Madrid, Cádiz e Inglaterra. Pero decidió regresar a Galicia para estar más cerca de su familia. Hace seis años, el cangués, ahora de 49, decidió dejar su trabajo en un local de ropa masculina en Santiago de Compostela para abrir una propia: The Wrong Shop. Decidió apostar por el casco histórico, confiado en que el turismo le ayudaría a crecer. Acertó: su empresa se mantuvo bien los primeros años y empezó a despegar mucho mejor en los últimos dos. Todo cambió en pocos meses. La falta de turistas le hizo perder más de la mitad de las ventas respecto al verano del año pasado.
Martínez no ve otra opción que cerrar. “Es una pena, porque tenía mucha ilusión”, agrega al recordar que él mismo levantó el suelo del local para la remodelación. Se necesitó mucho trabajo porque, según cuenta, nadie lo había usado en 15 años. Tenía 26 cubos de agua para contener las goteras. Todavía se distingue la estética diáfana y moderna que dio al local entre los escaparates medio vacíos de la calle. En el fondo, detrás de un gran mostrador, está Martínez solo. Tenía una empleada a la que puso en un ERTE en marzo. Nunca regresó a la tienda porque dejaron de abrir todo el día.
Dado que no quiso pedir ayudas, la situación era insostenible para hacer frente al alquiler de 2.500 euros y los impuestos de más de 5.000. Para este empresario, el cierre es el final de su etapa en el comercio. Tiene claro que quiere alejarse de la ciudad y regresar a su aldea en el municipio pontevedrés de Cangas de Morrazo. Asegura que no puede convivir más con unos vecinos que tienen miedo a una crisis sanitaria en la que él no cree. No oculta su hartazgo y se niega a usar mascarilla. Cuando cierre esto se apuntará al paro y después… “sobre la marcha”.
Con información de Antonio Nieto (Madrid), Virginia Vadillo (Murcia), Mikel Ormazabal (San Sebastián), Nacho Sánchez (Málaga), Jesús A. Cañas (Cádiz), Javier Martín-Arroyo (Sevilla), Juan Navarro (Valladolid) y Caridad Bermeo (Santiago de Compostela).
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