Para no creer, oiga. El Athletic, que ofreció un primer tiempo serio, inspirado, sólido y con pegada para mandar a la lona a cualquiera, se desmoronó sin razón aparente como las barrancas y la selva sobre las favelas tras una riada.
Al Cádiz le bastó con echarle casta para destrozar a los rojiblancos que se derritieron como un helado al sol ante cientos de aficionados bilbaínos en las gradas que no creían lo que veían. O sí, porque ya lo vivieron ante el Celta unos días antes.
Es el sino de este grupo. Un pasito adelante y dos atrás, como el título de Lenin en el que razonaba la necesidad de separarse de mencheviques y bolcheviques tras el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia. Revolucionar su fútbol, eso es lo que esperan también los forofogoitias rojiblancos hartos de no saber a qué atenerse, a qué Athletic van a ver cada cinco minutos.
De hormigón armado a flan
Partidos en los que se atisba buen fútbol, alta presión, velocidad, verticalidad y llegada. Y otros en los que el equipo parece que no sabe a qué juega o si se juega algo. Incluso, como en Cádiz, dentro de los mismos 90 minutos. De hormigón armado a flan Dhul sin solución de continuidad. Como para tener contento a un tipo como Bordalás, ni a Santa Teresa de Jesús, qué coño.
Imagino a Marcelino en el banquillo, buscando, desesperado, razones con las que disculpar a sus pupilos en la rueda de prensa posterior. Que si la expulsión, que si la madre del cordero. Paparruchas.
Ya lo dijo Toshack, “los lunes pienso en cambiar a once jugadores, los jueves, a cuatro, y el domingo ya pienso que tienen que jugar los mismos once cabrones”. Pues eso, que quizá no hay más.