El 12 de junio de 1926, dos semanas antes de cumplir 74 años y seis días después de ser atropellado por un tranvía, Antoni Gaudí (Tarragona, 1852-Barcelona, 1926) fue enterrado en medio del clamor de miles de barceloneses que acompañaron la carroza fúnebre hasta la Sagrada Familia, su última obra. La multitudinaria despedida, en la que no faltaron las vendedoras de La Rambla lanzando flores, dista mucho de la imagen de persona solitaria, huidiza, incomprendida y distante con la que se asocia al arquitecto. A las pocas semanas se editó un libro con las necrológicas escritas esos días. Y en esa primera monografía se le calificaba de místico, santo, visionario e, incluso “arquitecto de Dios”, por haber dedicado los últimos 15 años de su vida a construir el templo expiatorio donde fue enterrado. Unos adjetivos que se han repetido hasta hoy creando un personaje mítico y místico que se ha acabado imponiendo al complejo arquitecto que en realidad fue Gaudí, creador, eso sí, de una obra única.
Juan José Lahuerta, uno de los mayores especialistas en el artista, director desde 2016 de la cátedra Gaudí de la Universitat Politènica de Catalunya, lleva años luchando para rescatarlo de los tópicos que lo han envuelto y acabar con la imagen simplista de un genio al que todo le ha venido dado, sin que nada ni nadie le influyeran. Lahuerta es el comisario de la exposición (Re)conocer Gaudí. Fuego y cenizas, que abre sus puertas mañana viernes en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) de Barcelona con la idea de “mostrar la otra cara de Gaudí y despojarlo de la imagen de icono turístico, comercial y digerible en que se ha convertido”. La muestra, que reúne 650 objetos arquitectónicos, diseño y mobiliario, obras de arte, documentos y fotografías, cuenta con préstamos de 74 centros y estará abierta hasta marzo de 2022. Luego viajará, reducida, al Museo de Orsay de París, la ciudad donde el arquitecto ya expuso sus obras en 1910.
“Gaudí no era el genio aislado, desconocido y fuera de su tiempo que buena parte de la bibliografía ha dado a entender. Lo demuestra que la alta burguesía y la Iglesia no pararon de encargarle obras y que la construcción de sus edificios fue seguida con pasión en la prensa y miles de postales los difundían como la imagen de Barcelona en crecimiento. Gaudí era una persona popular y compleja, que captó como nadie las necesidades de la sociedad en la que vivió, en un momento de cambio radical”, defiende Lahuerta.
Para el experto “la superioridad de sus edificios proviene de su capacidad para crear las imágenes más fuertes, algo que ha hecho que perduren en el tiempo”. Sus obras se han convertido en una de las imágenes más potentes de Barcelona capaces de arrastrar, pandemia aparte, a millones de personas cada año, generando pingües beneficios a sus gestores y dueños.
La exposición muestra cómo Gaudí no fue un iluminado de ciencia infusa, sino un arquitecto formado en la Escola d’Arquitectura de Barcelona que acabó en 1878 sus estudios dispuesto a satisfacer las demandas de una ciudad en construcción. Era una nueva Barcelona con grandes desequilibrios en la que la burguesía competirá por mostrar su riqueza, mientras se sucedían los episodios violentos fruto de la lucha de clases, como la bomba que explotó en el Liceo matando a 20 personas en 1893 o el centenar de muertos y 80 edificios religiosos incendiados durante la Semana Trágica de 1909.
“Gaudí no era solo el hijo de un calderero de Reus o Riudoms, eso no importa, sino un intelectual formado en una universidad donde tenía al alcance libros y catálogos con las últimas tendencias y las obras de arquitectos y diseñadores en los que se inspiró: Adolphe-Victor Geoffroy-Dechaume, Eugène Viollet-le-Duc, Thomas Jeckyll, Hector Guimard o William Morris”, apunta Lahuerta.
La exposición muestra sus primeros trabajos ejecutados bajo las órdenes de arquitectos como Josep Fontseré en el parque de la Ciutadella; de F. de Paula del Villa, en Montserrat; su primera obra para la cooperativa Obrera Mataronense de Mataró, y los objetos de mobiliario urbano que creó, como soportes de anuncios, quioscos de prensa, farolas, tiendas o vitrinas comerciales, “necesarios para la ciudad en crecimiento”, explica el comisario de la exposición.
También se aprecia cómo de los primeros encargos arquitectónicos importantes (la Casa Vicens o los pabellones Güell de Pedralbes, en los que ya muestra su capacidad en el uso de nuevos materiales y técnicas) pasó a los proyectos para su gran mecenas, Eusebi Güell (el Palau Güell, el Parc Güell y la cripta de la Colonia Güell), con el que Gaudí dio rienda suelta a su creatividad.
A partir de 1900, las fachadas de la nueva Barcelona se convirtieron en el escaparate para que la burguesía mostrara su poder. Y los arquitectos encontraron la libertad para diseñar “cuadros de una exposición independientes unos de otros”, explica Lahuerta. Gaudí construye tres de estas casas, sus fachadas y el mobiliario interior: la Casa Calvet (la única que sigue siendo una vivienda de vecinos), la Casa Batlló y la Casa Milà (La Pedrera).
Todos estos trabajos están representados en la enciclopédica exposición que ha montado el experto en el artista en 2.500 metros cuadrados del MNAC, con un coste, según explicó el director del museo, Pepe Serra, de 940.000 euros. “Es una muestra de tesis, pero con piezas maravillosas para disfrutar”, aclara el comisario. Y una oportunidad única para verlas. Como la docena de bellos dibujos creados por el universitario Gaudí y los dos muebles excepcionales elaborados para el Palau Güell: una chaise longue y un tocador (digno de una película de Disney), que la familia Güell conserva y no presta nunca.
También el gigantesco recibidor de madera de la Casa Milà, inédito, ya que hasta que se desmontó y dispersó en los años sesenta solo lo habían visto los dueños de la casa; una columna de basalto no utilizada en la Colonia Güell, y las enormes fotografías que se utilizaron en la exposición de París de 1910 y que nunca más se han visto. Por primera vez desde 1907 se expone uno de los tres tapices que Gaudí y Josep Maria Jujol pintaron para los Juegos Florales de ese año y que luego se plegaron hasta que se han restaurado.
Impresiona la sala en la que se han instalado gran parte de los yesos del obrador de la Sagrada Familia (destruido en un incendiado en la Guerra Civil) con los que Gaudí dio forma a su arquitectura y creó figuras a partir de moldes de animales, plantas y personas vivas y muertas. Son unos trabajos que Lahuerta ha puesto en diálogo con los de Auguste Rodin para su Puerta del infierno, hechos desde 1890.
En una de estas figuras de la Fachada del Nacimiento, Gaudí puso un demonio que entrega a un anarquista una bomba Orsini como la que mató a 20 burgueses en el Liceo, mientras el hombre reza a la Virgen para no caer en esa tentación. “No hay que olvidar que la Sagrada Familia es un templo expiatorio de la violencia de la lucha de clases que vivía Barcelona, otro ejemplo de lo implicado que estuvo Gaudí con la realidad que le tocó vivir”, concluye el comisario de la muestra.
(Re)conocer Gaudí. Fuego y cenizas. Museo Nacional de Arte de Cataluña. Palau Nacional (MNAC). Parc de Montjuïc, Barcelona. Del 19 de noviembre al 6 de marzo. 14 euros. www.museunacional.cat
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