Nikolai Leonov, el hombre del Kremlin en América Latina

Nikolai Leonov, el hombre del Kremlin en América Latina


Nikolai Leonov, durante una entrevista con la radiotelevisión cubana.Wikipedia

La muerte el pasado miércoles de Nikolai Sergyevich Leonov en Moscú, a los 93 años, arrebata a la historia política contemporánea uno de sus testigos y notarios marxistas más allegados. Y ello en su condición de historiador de las revoluciones americanas, biógrafo de Fidel y Raúl Castro, alto oficial de los servicios de inteligencia de la Unión Soviética (KGB) e intérprete de alto nivel. En el organigrama de esta organización estatal del espionaje y contraespionaje soviético, Leonov, nacido en Rusia en 1928, que alcanzaría el grado de teniente general, llegaría a asumir la responsabilidad de la inteligencia soviética en el hemisferio occidental en la década de los años ochenta del siglo XX.

Su vida pública adulta arranca en 1953 cuando, en un viaje en barco desde Génova a Veracruz (México), donde se proponía estudiar la historia azteca, conoce de manera fortuita a un joven que le llama la atención por su interés por la historia y por Rusia: Raúl Castro, que viajaba en el navío italiano Andrea Gridi con dos amigos guatemaltecos. Traban una amistad merced a un episodio inesperado, ya que, de manera casual, una huelga portuaria en Marsella desplazó hasta el puerto de Génova a Castro y sus amigos, en viaje de regreso hacia América; la travesía duró 38 días. En el viaje, Leonov, que no podía descender a tierra en ninguna de las escalas españolas y portuguesas de la singladura, por no existir relaciones diplomáticas ni en España ni en Portugal con la URSS, reconoció haber probado por primera vez plátanos de Canarias, “una deliciosa fruta tropical, que Raúl compró para mí, aislado en el barco, en un puerto canario” comentaba con una sonrisa en una entrevista concedida a la radiotelevisión cubana en 2015.

Al arribar a La Habana, Castro y sus acompañantes guatemaltecos fueron detenidos por la policía del dictador Fulgencio Batista. Leonov, entristecido por el apresamiento de sus amigos, temió no volver a verlos nunca. Él era a la sazón estudiante de Historia en el Instituto de Relaciones Internacionales de Moscú y prosiguió viaje a México, su destino, donde trabajó como auxiliar de la legación soviética y se aplicó a culminar sus estudios de lengua española e historia americana con una tesis doctoral. Su tesis versaba sobre los cristeros mexicanos, protagonistas de una guerra civil, de trasunto religioso, que ensangrentó el país azteca y se desarrolló en el marco de la Revolución mexicana de principios del siglo XX.

Mes y medio después de su llegada a la capital azteca, Leonov se enteró por la prensa del asalto al cuartel de Moncada en Cuba y descubrió algo que Raúl Castro le había ocultado: que ellos eran los que protagonizaron la acción militar, antesala de la revolución en la isla caribeña. “Hasta entonces, Cuba no importaba apenas en el Kremlin”, señalaba Leonov, “pero, a partir de aquello, comenzó a cobrar relevancia”.

Tiempo después, en México, de manera fortuita, según señaló, se encontró en una calle con Raúl Castro, que había sido deportado por las autoridades cubanas. Raúl le presentaría a su hermano Fidel y a Ernesto Che Guevara. “Consideré que Guevara era un comunista químicamente puro”, afirmó Leonov. Le dejó su tarjeta de visita y le visitó para recoger unos libros. Poco tiempo después, en una redada de la policía en casa de los Castro, se descubrió su tarjeta y en la prensa surgió un escándalo. “Dijeron que la mano peluda de Moscú movía los hilos de la Revolución cubana”, señalaba Leonov; El caso fue que el embajador de la URSS en México dio por terminada la estancia de Leonov en la misión y en la carrera diplomática.

Al poco, regresó a Moscú, al Instituto de Relaciones Internacionales. Dos años después, altos cargos del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y del KGB tuvieron conocimiento de su amistad con los hermanos Castro, y “gracias a que conservaba unas fotos del viaje en barco”, explicó Leonov, “pude atestiguar mi relación con los dirigentes cubanos, por lo que oficialmente me pidieron que regresara a América”.

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Tiempo después, cuando la hostilidad entre Estados Unidos y la Revolución cubana hizo acto de presencia, Raúl Castro decidió adquirir armamento en Checoslovaquia. Fue entonces cuando el KGB envió a Praga a Leonov, que reveló haberse hecho el encontradizo con él, si bien había recibido instrucciones del propio Nikita Jruschov para sugerirle amistosamente al revolucionario cubano si quería visitar Moscú. Raúl consultó con Fidel, que dio su plácet, y Leonov y Raúl partieron juntos hacia Moscú donde Nikolai, que ya dominaba el español con fluidez, actuaría de intérprete en las conversaciones con el líder soviético desarrolladas en el Kremlin. Allí se gestó el despliegue militar de la URSS hacia Cuba —al conocerse que el presidente John F. Kennedy preparaba la Operación Mangosta para invadir la isla— que desembocaría en la crisis de los misiles soviéticos.

En Cuba, Leonov se desempeñaría ya como traductor áulico entre visitantes de alto rango como, Anastas Mokoyan, número dos de la jerarquía soviética o el propio líder y secretario general del PCUS, Jruschov durante sus entrevistas en La Habana con Fidel y Raúl Castro, así como con Che Guevara. Lo mismo hizo cuando dirigentes cubanos viajaron a Moscú. Y durante la citada crisis de los misiles. Desde entonces, Nikolai Leonov se vio estrechamente vinculado a la dirección político-militar de la Revolución cubana y asistió de cerca a todos los acontecimientos protagonizados por los hermanos Castro, sobre los que escribiría sendas biografías; Raúl, un hombre revolución fue best seller en la isla.

Del supuesto asesino de Kennedy, Lee Harvey Oswald, que visitó a Leonov en México dos meses antes del drama de Dallas, diría que Oswald “era un pobre hombre, demacrado, al que resultaba difícil darle su temblorosa mano, al que considero incapaz de atentar contra nadie; me dijo que le diera un visado para Moscú porque querían matarle”

En 1991, en un contexto de relajamiento de la confrontación Este-Oeste de la Guerra Fría, se celebró en San Lorenzo de El Escorial un curso de verano de la Universidad Complutense sobre el espionaje; habían sido invitados, entre otros, el fundador del Mossad, Isser Harel, altos funcionarios de la CIA, el MI-6, la DST francesa, el BND alemán y el servicio de inteligencia vaticana durante la Segunda Guerra Mundial. También fue convocado Leonov, pues el director del CESID, Emilio Alonso Manglano, había puesto su agenda al servicio de los organizadores del curso; no obstante, el teniente general de la KGB no pudo asistir al desencadenarse un golpe de Estado en Moscú. Sin embargo, Leonov envió una ponencia que fue leída con interés, donde afloraron sus conocimientos sobre Iberoamérica, más su conocimiento de la Cultura española, además de resumir con desenvoltura algunos de los principios que informaron la actividad secreta de la inteligencia de la URSS.

Miguel Castro, alto funcionario del Ministerio de Cultura de Cuba y museólogo, conoció a Leonov en 2002, en una visita que giró al Museo del Ballet de Alicia Alonso en La Habana. Allí le escuchó decir que la personalidad de la cultura rusa, señaladamente el ballet, se había visto “dispersa y difuminada entre las 190 nacionalidades existentes en la Unión Soviética”. Este testimonio, tras la desaparición de la URSS, cuadra con la ulterior adscripción de Nikolai Leonov a un partido nacionalista ruso, del que fue representante en la Duma durante dos mandatos. “A partir de 1987 vi venir lo que acontecería en la URSS: cuando la columna vertebral, en ese caso, la unidad del Partido Comunista, comenzó a desintegrarse políticamente, lo que sobrevendría se convirtió en inevitable”, dijo en su entrevista con la radiotelevisión cubana. Sobre la Revolución cubana sentenció: “el prestigio político de Cuba es universal, ahora se trata de prestigiar su economía al mismo rango”.

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