No hay paz para Járkov: la casa donde en 1941 se colgaba a judíos es hoy un edificio bombardeado por los rusos

No hay paz para Járkov: la casa donde en 1941 se colgaba a judíos es hoy un edificio bombardeado por los rusos

Hay ciudades que parecen llevar en el ADN el sufrimiento. Lugares que por su ubicación han visto todas las guerras posibles desde su existencia. El caso de Járkov es uno de los más llamativos. Ochenta y un años han transcurrido entre dos fotografías. En la primera se ve a varios judíos colgados por los nazis en los balcones de la calle de Sumskaia. La otra muestra el edificio del Ayuntamiento que se levantó exactamente en el mismo sitio unos años después y que fue bombardeado el pasado 3 de marzo cuando todos los ojos del país estaban puestos en Kiev y la ciudad vivía sus peores días tras la II Guerra Mundial por la invasión rusa.

Hoy a la capital del este de Ucrania no le va mucho mejor que antaño. El centro histórico de Járkov, segunda ciudad en tamaño e importancia del país, ha quedado reducido a escombros. Museos, edificios oficiales o la famosa biblioteca Korolengo, joyas del constructivismo soviético, que hizo de la ciudad un símbolo arquitectónico, son un montón de ruinas polvorientas y tristes. Pero no solo el patrimonio cultural, también cafés, bancos, panaderías, tiendas de ropa, restaurantes o supermercados son cascarones vacíos donde los cristales rotos se mezclan con el hierro retorcido o los techos derrumbados.

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Según el alcalde de Járkov, Igor Terejov, “se ha marchado más del 30% de la población de la ciudad, unas 500.000 personas —del millón y medio de habitantes que tenía antes de la guerra—, más los 300.000 estudiantes que residen aquí habitualmente”, explica el regidor a este periódico. En su balance sobre los daños sufridos, Terejov, que ahora atiende a la prensa en el sótano de un restaurante, explica que “han sido atacadas 109 escuelas, 55 hospitales y ambulatorios han resultado dañados y 500 casas fueron totalmente destruidas”. La última escuela afectada fue reducida a cascotes por un misil el pasado jueves de madrugada.

Este viernes las autoridades de la ciudad llegaron a la conclusión que habrá que derribar el Ayuntamiento recientemente bombardeado, un simbólico edificio levantado tras la matanza de miles de judíos durante la II Guerra Mundial. Las capas de la historia han querido que Járkov sea una sucesión de horrores superpuestos.

Ciudadanos de Járkov colgados de los balcones de la sede del Partido Comunista de la ciudad en los primeros meses de la invasión alemana en 1941.

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Ocho décadas antes de que Vladímir Putin decidiera “desnazificar” Ucrania, su principal argumento para una invasión que hasta el momento ha dejado 15 millones de desplazados y refugiados y miles de muertos, en ciudades como Járkov residía un 15% de población judía que se convirtió rápidamente en objetivo de los nazis cuando en 1941 el ejército alemán entró en la ciudad. Para Hitler, esta ciudad era clave en su intento por neutralizar uno de los corazones industriales de la antigua Unión Soviética que, en sus mejores días, entre 1919 y 1934, había sido también la capital de la Ucrania, antes de que fuera trasladada a Kiev.

En la animada calle de Sumskaia, que vertebra la ciudad, estaba por entonces la sede del Partido Comunista. Se trataba de una construcción de dos alturas levantada años antes en piedra y ladrillo con largos balcones que se convirtió en sede de los nazis tras la cruenta ocupación de la ciudad en la conocida como primera batalla de Járkov. La llegada de los nazis dio paso a redadas masivas y el asesinato de unos 15.000 judíos en cuatro años, recuerda el profesor de Historia de la Universidad de Járkov Pavló Yeremieiev. El profesor recuerda que Járkov ya era por entonces una de las ciudades más pobladas de la Unión Soviética, con casi un millón de habitantes, y que igual que sucede ahora con los ataques rusos contra la población civil, que han destrozado barrios enteros, también entonces “había una intención ejemplarizante de los nazis al exhibir a los judíos ahorcados en los balcones para que toda la población pudiera ver las consecuencias de no colaborar. Fue algo habitual durante los primeros meses de la invasión”.

El académico recuerda frente al actual edificio, bombardeado por los rusos, que una forma habitual de matar judíos consistía en pasearlos en los llamados Gaswagen, una cámara de gas rodante donde se introducía a cientos de personas durante horas para que fueran muriendo poco a poco al inhalar monóxido de carbono.

A aquella invasión le siguieron más batallas en las que la ciudad pasó de rusos a alemanes y viceversa en tres ocasiones más, dejando la ciudad destrozada y 260.000 muertos. En 1954, en el mismo lugar que estaba la sede del Partido Comunista de la URSS, se levantó el actual Ayuntamiento, una enorme construcción de seis alturas frente a la plaza de la Libertad.

La esquizofrenia histórica que acompaña a la gran urbe rusófona de Ucrania, ubicada a 35 kilómetros de Rusia, ha moldeado un espíritu que volvió a jugar en su contra recientemente. En 2014, Járkov vivió protestas de separatistas prorrusos durante el derrocamiento del entonces presidente del país, Viktor Yanukóvich, quien finalmente huyó a Rusia precisamente desde Járkov. Pero la ciudad se mantuvo en manos ucranias.

El edificio fue atacado con un proyectil lanzado desde Rusia. Este viernes las autoridades concluyeron que tendrá que ser demolido debido a los daños.

A pocos metros se encuentra una boca de metro que cada día al caer la tarde ve cómo decenas de personas se adentran en ella, no para subirse al flamante metro, con más de 30 estaciones, sino para quedarse a dormir en los andenes. Más de 100 días después de iniciarse la guerra, barrios enteros siguen destrozados y miles de familias han salido de la ciudad o duermen a la intemperie debido a que siguen escuchando el sonido de las bombas y el fuego de artillería. Tras el éxito militar en esta zona de Ucrania, de donde se han retirado los rusos, a los habitantes de Járkov les queda el consuelo del historiador. “La diferente entre 1941 y 2022 es que aquella vez el invasor tomó la ciudad, pero esta vez no ha podido”, dice.

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