Un astrónomo tuvo la necesidad en 1988 de avisar al mundo de que venía el apocalipsis o, por lo menos, una posibilidad de que ocurriera. El científico Brian Marsden difundió en nombre de la Unión Astronómica Internacional que el asteroide 1997-XF11, de 1.500 metros de diámetro, pasaría a unos 40.000 kilómetros de la Tierra el 26 de octubre de 2028. Nos rozaría, en términos astronómicos, y no podía descartarse el temible impacto. Es lo más parecido que hemos vivido al argumento de la película No mires arriba, recién estrenada en Netflix: la astrónoma que interpreta Jennifer Lawrence descubre un cometa en rumbo de colisión catastrófica, y junto a su colega, interpretado por Leonardo DiCaprio, trata de avisar al mundo. El filme contó con la asesoría de la astrónoma Amy Mainzer, especialista en la materia, por lo que se mantiene fiel a lo que sería un evento así. Pero hay detalles absurdos y situaciones irreales que conviene matizar: sobre todo, el problema no quedaría en manos de dos científicos desesperados y solitarios.
[Spoilers: A partir de aquí no se destripa la película, solo se discuten algunas líneas generales del argumento que aparece en todas las sinopsis].
La primera aclaración: la película es una comedia —aunque muchos se la han tomado en serio—, una fábula construida con humor negro para abordar la situación de la crisis climática. Así lo ha contado el director, Adam McKay; y su protagonista, Leonardo DiCaprio lo ha expresado de este modo: “Trata sobre nuestra incapacidad para escuchar verdades científicas”. ¿Qué ocurre si viene hacia la Tierra un cometa del tamaño del Everest (crisis climática) y a nadie le importa? Si una astrónoma descubriese que una gigantesca roca espacial va a exterminar la vida en el planeta, ¿qué pasaría en realidad?
El astrónomo Josep Maria Trigo, del Instituto de Ciencias del Espacio (CSIC-IEEC), reconoce: “La forma en que se plantea el descubrimiento, con esas observaciones y unos pocos meses de margen, yo la veo impecable. Se daría de este modo en esas circunstancias”. El personaje de Lawrence observa este objeto espacial una noche, que resulta ser un cometa de 9 kilómetros; y, tras unos cálculos junto a su mentor (DiCaprio), ambos concluyen que dentro de seis meses impactará contra la Tierra con casi un 100% de seguridad. La humanidad está sentenciada.
Esa parte es la que convence menos a la especialista Julia de León, del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC). “Primero se hacen el descubrimiento y una primera estimación de la órbita, que permite predecir probabilidades de impacto a futuro, pero con unos márgenes de error enormes”, advierte la científica. A medida que se observa el objeto más noches, se intenta determinar su posición en muchos puntos a lo largo de su órbita, para conocerla mejor y predecir dónde va a estar en el futuro. “Lo que suele ocurrir en la gran mayoría de los casos, es que a medida que afinas y el error es muy pequeño, las probabilidades de impacto se reducen a cantidades ridículas”, resume.
No siempre sucede así. Cuando se descubrió el asteroide Apofis, en lo que serían unas tensas Navidades de 2004 para los astrónomos, comenzaron a buscar nuevas observaciones para calcular mejor su ruta, que tenía dirección a la Tierra. Pero cuantos más datos llegaban, más aumentaba el riesgo de colisión, como contaba en su día la ingeniera María Eugenia Sansaturio: se situó en un 3% para 2036. Dos años más tarde se pudo reducir al mínimo el peligro; y en 2013, finalmente, se descartó.
Pero en aquel entonces no existían las redes internacionales de colaboración actuales, ni los protocolos que ya se están ensayando. El pasado abril en Viena, durante la 7ª Conferencia de Defensa Planetaria, se desarrolló un simulacro de descubrimiento de un asteroide peligroso: 2021 PDC caería en una región centroeuropea al cabo de seis meses. Como habría sucedido en la realidad, la trayectoria y probabilidad de choque la calculó y comunicó la Red internacional de Alerta de Asteroides, integrada por organizaciones como la NASA, la Agencia Espacial Europea (ESA) y la Academia China de Ciencias. De forma paralela, el Grupo Asesor de Planificación de Misiones Espaciales comenzaría a estudiar las posibilidades de interceptar o desviar la roca espacial.
En la conferencia se presentó una ponencia de astrónomos austriacos que le da más verosimilitud de la esperada a la película de Netflix: No se creen la covid, ¿se creerán el impacto del asteroide?. Y otra titulada ¿Qué puede enseñar la pandemia de covid-19 a la comunidad de defensa planetaria?. Los científicos son conscientes de que, como en la broma de McKay, hay más reticencias en la sociedad hacia la ciencia de las que serían deseables. La polarización de la pandemia y sus negacionistas obligaron a McKay a hacer su argumento “un 20% más alocado, porque la realidad se había vuelto más loca que el guion”.
Tanto la Red (IAWN son sus siglas en inglés) como el Grupo (SMPAG) se crearon en 2014 por impulso de la Oficina de Naciones Unidas para Asuntos del Espacio Exterior, dirigida por la astrofísica y experta en astronáutica Simonetta di Pippo. De este modo, se coordina la recogida de datos, se verifican los cálculos antes de difundirlos y todos los países del planeta se enteran del riesgo existencial. “Cuando hay un riesgo”, explica De León, “se trabaja siempre en colaboración, hay una red internacional de vigilancia, no es una astrónoma o un país, porque es imposible, tenemos que cooperar, observar desde el hemisferio norte y sur, tener cubiertos todos los flancos”.
De ese modo, innumerables científicos y organismos conocerían la noticia y no tendrían que ser sus descubridores quienes la difundieran. Desde hace pocos años, tanto la NASA como la ESA cuentan con sus respectivos responsables de Defensa Planetaria: Lindley Johnson y Detlef Koschny. Si aparece Simonetta di Pippo junto a estos hombres en la televisión, será una buena pista de que algo peligroso está pasando.
Julia de León tranquiliza: “Que nos sorprendiera un objeto de ese tamaño sería muy raro, están prácticamente todos localizados: se sabe por dónde andan y ninguno tiene una probabilidad diferente de cero en los próximos cien años”. Esos son los que pondrían a la humanidad en un brete, y más del 95% se localizó por mandato del Senado de EE UU. Pero los que no son apocalípticos, sino solo terroríficos, están mucho peor controlados: los de menor tamaño. “Con los que andan entre cien metros y un kilómetro [como Apofis] es donde la cosa comienza a ponerse interesante, porque ese rango de tamaño lo tenemos peor mapeado, solo conocemos el 30%”, reconoce.
Este verano, la NASA anunció en una rueda de prensa que había calculado con el mayor detalle posible la trayectoria del asteroide Bennu, una roca de 500 metros bien conocida por la comunidad científica. Y anunció que existe una posibilidad “extremadamente pequeña”, el 0,057%, de que alcance a la Tierra el 24 de septiembre de 2182. En este caso, las probabilidades son residuales y lejanas en el tiempo y se anunció de ese modo, porque la NASA había ‘visitado’ Bennu y tenía los mejores datos.
Pero si el riesgo estuviese por encima del 1% en los próximos 50 años, la cosa cambia. Se activarían las alertas y, desde luego, no serían los descubridores quienes darían la voz de alarma personalmente, como indica Trigo: “El punto de la comunicación queda cojo en la película; obviamente los datos son verificados por más expertos y ellos [Lawrence y DiCaprio] mantienen un protagonismo que no se daría en la realidad”. Los países que lo descubran están legalmente obligados a informar, según la Oficina de Naciones Unidas. La ESA, por ejemplo, está obligada a revisarlo con una entidad independiente (como la NASA), a publicitar un aviso de impacto y a compartirlo con IAWN.
En la película, la posibilidad de impacto está cerca del 100%. De León explica: “Si se diese un porcentaje elevado, la comunidad internacional se pondría en marcha para observarlo y en un plazo de una semana continua de observaciones iríamos afinando muchísimo ese número”. Y añade: “Podría ocurrir que viniese un objeto que a medida que lo vas observando desafortunadamente vayas viendo que sí, que impacta. Por suerte, no nos ha pasado”.
En 1998, era Morgan Freeman quien avisaba del impacto letal de un cometa en la película Deep impact, interpretando al sosegado y trascendental presidente Beck. Ese mismo año, en el mundo real, al astrónomo que difundió la alerta por el asteroide 1997-XF11 le cayeron palos por todos lados, según ha recordado estos días The New York Times: su aviso se basó en un único cálculo que no contaba bien con todas las variables. Al día siguiente desde la NASA se aclaraba: “Las posibilidades de que choque contra nuestro planeta son actualmente cero”, según aseguró el astrónomo Don Yeoman, que recalculó la órbita del asteroide. Y añadió: “¿Por qué se hizo el comunicado a la prensa antes de presentar los datos y consultar con los colegas? No lo sé”. Dos décadas después, se sabe que un anuncio así sería mucho más meditado y consensuado. En la ficción, sin embargo, han cambiado la sobriedad de Freeman por la desesperación de Lawrence y DiCaprio. El signo de los tiempos.
¿Por qué un cometa?
El director McKay y su asesora Mainzer han revelado en The New Yorker que la científica consiguió reducir de 32 a 9 kilómetros el tamaño del cometa, para que fuera posible hacer algo contra él. Pero McKay no se dejó convencer cuando Mainzer le propuso que tuvieran años de margen para actuar y no solo seis meses. El director quería que fuera algo urgente, inaplazable. “Ya te adelanto que no tendríamos ninguna capacidad de reacción para evitar esa colisión: con solo seis meses estamos fritos”, asegura De León, que habla con conocimiento de causa. “Sería imposible hoy día”, coincide Trigo. Tanto De León como Trigo participan en la misión DART de la NASA, que por primera vez en la historia tratará de desviar un asteroide golpeándolo con una sonda espacial. En 2024, la sonda Hera de la ESA comprobará si fue un éxito. Ojo: es solo un ensayo, el asteroide que pretenden desviar no viene hacia aquí.
A pesar de que los grandes objetos están casi todos controlados, sí que es probable que nos llevemos un susto con tan escasa antelación como en la película. O incluso menos. El asteroide que rasgó la atmósfera sobre Cheliábinsk, de 17 metros y 10.000 toneladas, fue visto cuando ya lo teníamos encima y era un evento de los que ocurren solo una vez cada 100 años. “Hay todo tipo de cuerpos que se nos han echado encima en cuanto los acabamos de descubrir, objetos oscuros, con órbitas excéntricas, que nos dan muy pocas semanas de margen”, señala Trigo. Con el asteroide 2015-TB145, fragmento desgajado de un cometa, de 600 metros y 300 millones de toneladas, tuvimos solo tres semanas de margen para el encuentro.
Quizá por eso tanto en No mires arriba como en la reciente Greenland (Ric Roman Waugh, Prime) el objeto espacial que nos golpea es un cometa. “Un objeto grande como plantean siempre las películas, en plan destructor global, es más probable que sea un cometa, porque los asteroides grandes ya los tenemos localizados”, aclara la astrónoma del IAC. Y apunta: “De vez en cuando descubrimos cometas nuevos, con órbitas excéntricas, que vienen de regiones muy lejanas”. Su colega del CSIC-IEEC explica que los cometas tienen movimientos impredecibles porque las corrientes de gases y polvo en forma de chorro los desvían, provocando trayectorias muy inestables. “Es un fenómeno mucho más improbable que un asteroide, con una frecuencia de 1.000 millones de años, altamente improbable. Pero si impacta, lo hace con mayor energía, por esas órbitas excéntricas, con una capacidad destructiva enorme. En los términos de la película, sería una devastación a escala global”, concluye Trigo.
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