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“Nos dedicamos a sobrevivir”

“Mientras el paro juvenil pone la piel de gallina, importa un huevo lo que diga tu currículum. Por eso Amparo escribe el mío”. Amparo es una gallina ponedora que picotea un teclado cubierto de pan rallado, rellenando al azar el currículo de Albert Rius, publicista barcelonés de 26 años. El vídeo que envió al buzón de EL PAÍS es una “protesta”, dice, “cansado” de no obtener “respuesta alguna”. Albert ha vuelto de Buenos Aires tras dos años trabajando en la agencia BBDO, donde ganó un premio del Círculo de Creativos Argentino. En su perfil de Linkedin hay contratos de 6 meses en prestigiosas agencias como Ogilvy o Saatchi & Saatchi. Pero no le sale nada. Albert envió también un gif, en el que intenta atrapar sin éxito a Amparo en el patio de la casa de su madre, a la que ha vuelto. Sobre la animación se lee: “Yo tratando de conseguir un trabajo”.

El mensaje del publicista es un respiro de humor ácido en el mar de los más de 350 mensajes recibidos por EL PAÍS con la pregunta “¿Cómo es ser joven en 2021?”. La mayoría destilan frustración laboral y rabia. “Es triste ver que la gente ha dejado de preocuparse de sus sueños y se ha dedicado a sobrevivir, estamos anestesiados”, resumía Franco Moyano, coctelero en Barcelona, en un intento de describir ese navegar el día a día, sin tierra a la vista, de su generación. Manuel Martín, profesor interino de 34 —que no sabe si tendrá plaza el año que viene—, le ponía nombre al problema: “Si hay una palabra que define a la juventud actual es precariedad. En todos los órdenes de la vida, en la visión que tenemos de nuestro futuro”. Camino de la fábrica en la que trabaja a través de una empresa de empleo temporal, Luis, de Zaragoza, 27 años (currando desde los 17) contaba en un audio —sus pasos de fondo— que el futuro que era capaz de ver se extendía tan solo una semana: “Hasta ver si me vuelve a llamar o no la ETT”.

El vídeo del publicista Albert Rius.

El drama del paro juvenil, que alcanza en España el 27% entre los 20 y los 29 años (frente al 12% de media en la Unión Europea), aparece en primera persona en muchos de los mensajes. A Vanessa, de 28, trabajadora social, se le acabó el contrato en prácticas y la sustituyeron por la siguiente. También ha tenido que volver a casa de sus padres. Su novia está igual, ambas van a terapia: “No vemos esperanza y en la España rural aún hay menos oportunidades”, dice desde Castilla-La Mancha. Enrique, también en paro en Ciudad Real se pregunta: “¿Cómo podemos tener experiencia si con 25 o 30 años nos piden cosas inalcanzables a esa edad? Nos preparan para competir de manera despiadada entre nosotros, para trabajar en empresas que nos exigen demasiado en todos los sentidos”. Exigencias como las de una oferta que describe otro mensaje: “Te damos 300 euros pero tienes que tener 4 años de experiencia, coche, estar en la oficina 8 horas al día y además tener el máster del máster para ser apto al puesto”. Muchos narran sus días buceando en portales como Infojobs, algunos cuentan cómo rebajan sus currículos para encontrar trabajo “de lo que sea”.

Los que sí tienen trabajo, aunque se consideran afortunados (“y yo tengo suerte”, fue una coda recurrente en muchos mensajes), descubren que no han atrapado a la gallina de los huevos de oro. Daniel Cantón, 26 años, Ingeniero Industrial, tres idiomas y máster, ha pasado por cuatro empresas y lo máximo que ha conseguido han sido 1.000 euros mensuales de una beca “que en realidad oculta una subcontratación”, advierte. Borja, 32, camarero, ha hecho jornadas de 10 horas a 30 euros al día. Isabel, 25, economista, cobra 700 euros al mes. Rania, 20, niñera, ha llegado a cobrar hasta dos euros la hora. A veces, el sueldo es nada. Cero. Lo cuenta Daniel Mate Cabello, 24 años: “He hecho cinco prácticas con diferentes empresas y entidades públicas de las cuales únicamente dos me han dado una ‘ayuda económica’ por mis 40 horas semanales trabajadas que en ningún caso llegaba al mínimo interprofesional”.

Los sueldos ridículos son solo una pata del precariado. La temporalidad en España llega al 53%, comparada con el 33% en la UE (Eurostat). Manuel Ferichola lleva seis meses en un supermercado: “Es el trabajo que más me ha durado”, dice, “me he dedicado básicamente a encadenar contratos de tres meses en épocas altas como Navidad”. Tiene 31 años. Como él, muchos de los jóvenes atrapados entre las dos debacles económicas se han acostumbrado a lo que Sendoa Aguirregoitia llamaba en su mensaje “una crisis perpetua”. Sienten que el pacto se ha roto, que al final del esfuerzo no hay recompensa. Algunos mencionan su falta de fe en el sistema, se niegan a “matarse a trabajar”, parecen más conscientes de los horarios abusivos o la necesidad de conciliar que generaciones anteriores, hablan de la “mentira del capitalismo” y el papel mojado de sus promesas. Pocos mencionan expectativas de triunfo profesional o salarial, la mayoría buscan tan solo “estabilidad”. Incluso los más jóvenes dicen que opositar o emigrar son las únicas vías posibles para encontrarla (a ello dedicaremos el próximo capítulo de esta serie). Por el camino, se nota que se han abandonado vocaciones y sueños; desperdiciando un talento que tal vez no se desarrollará. Antes de empezar, Pablo, estudiante de 25, se ve “rodeado de gente sobrecualificada currando de camarer@s y sin esperanza de tener una vida propia”. Juan, 23 años, tras “buscar enloquecidamente” trabajo en Granada, donde hizo la carrera, ha vuelto a Valdepeñas. Sigue estudiando y trabaja por las tardes en un Burger King: “Un trabajo digno, pero si has estudiado se supone que es porque quieres dedicarte a ello. Así que ves que tienes dos caminos; adaptarte, no hacer nada, estancarte, o intentar hacer aún más cosas”.

Sin embargo, muchos no encuentran la gasolina para seguir confiando. Critican a los gobiernos y las clases políticas, al sistema educativo o a la gran empresa, pero también a sí mismos. Algunos se consideran parte de una generación “malacostumbrada”. Pero incluso ellos consideran que el problema de la precariedad juvenil no es solo suyo, sino de una sociedad que mira para otro lado. “Lo peor de todo”, dice Sergio, 24 años, “es que gritamos ayuda, pero nadie nos escucha”.

Testimonios

MARIEM MARTÍNEZ

28 años. Jaén. Empleada temporal en el sector seguros
Contratada por una empresa de empleo temporal, nunca he tenido un contrato indefinido. Vivo en Madrid por trabajo y el 40% de mi sueldo lo destino al alquiler de la vivienda. No me permito pensar en el futuro. Simplemente no puedo planear ni elegir nada: no puedo planear comprar vivienda porque no me concederían hipoteca, no puedo elegir dónde quiero vivir en un futuro, eso lo decidirá el trabajo que tenga. Tampoco puedo decidir qué trabajo quiero tener, lo dirá el mercado laboral. No puedo elegir destino de vacaciones, pues al tener un empleo temporal no sé si para verano seguiré contratada. Tampoco puedo elegir el barrio donde quiero vivir, lo hace por mí el mercado inmobiliario, que me señala los barrios donde puedo pagar el alquiler. Eso sí, el bar donde me voy a tomar la caña del viernes sí lo puedo elegir. Me siento atrapada en un bucle.

ÁNGEL JESÚS SÁNCHEZ

31 años. Cádiz. Periodista en paro
La generación imposible. Tener un trabajo digno, que ya no digo de lo que has estudiado, IMPOSIBLE. Tener una casa en propiedad, o un alquiler para independizarse, IMPOSIBLE. Un coche, IMPOSIBLE. Tener estabilidad a los 31 años, IMPOSIBLE. La maldita crisis económica comienza por apretar y recortar las becas de estudio y sus requisitos de acceso, pero, tranquilo, estás estudiando una carrera universitaria, la cosa irá bien, ¿o no? Pobre del que estudió historia, ADE, o mi querida vocación, Periodismo. Si nos lo llegan a decir antes… ¡Estudia el Tato! Terminas la carrera, de empleo vamos cortitos, muchas prácticas y pocos contratos que te permitan llevar una vida media. Tus ánimos están a cero y te toca una pandemia, la vives en el paro, de vuelta a casa de tus padres y sintiéndote con 31 años la persona menos realizada del mundo.

ANDREA L. P.

34 años. Madrid. Doble licenciatura y máster, trabaja de teleoperadora
Ser joven es no conseguir un trabajo de verdad. Que tengas carrera, máster y cursos de especialización y vayas a entrevistas de lo tuyo y te digan que buscan a alguien más “senior” a pesar de tus prácticas gratuitas y voluntariados. Nadie te da la oportunidad de empezar. Y mientras, tienes que trabajar en una tienda, de teleoperadora o camarera, de lo que salga, con contratos de mierda (que ahora, con la covid, se han convertido en campañas de dos meses). Que tengas que vivir en casa de tus padres por esa inestabilidad económica-laboral o en pisos compartidos. Y encima, que los medios nos llaméis “trabajadores saltarines que no saben establecerse en un sitio de forma estable”.

NACHO ALLENDE

23 años. Girona. Parado y Youtuber
Soy técnico superior de Marketing y Publicidad y vivo en Lloret de Mar, un pueblo que depende del turismo, así que el coronavirus ha golpeado aquí muy muy fuerte; muchas familias han tenido que acercarse a Caritas a pedir comida. En mi caso, todos mis planes laborales y los relativos a independizarme han quedado parados en el tiempo. Perdí mi empleo y únicamente me ofrecían contratos temporales, así que decidí abrir un canal de Youtube (NachoGörniak). Me ha tocado reinventarme y subo vídeos en los que visito restaurantes de la zona e intento destacarme en creación de contenido. Ahora toca pelear, replantearse la vida y ver cómo vamos a hacerlo para encontrar, o crear directamente, nuevas oportunidades.

ITZIAR SANCHÍS

25 años. Valencia. Licenciada en paro
Cuando acabé el Bachiller no tenía ni idea de qué estudiar, nada me interesaba hasta que encontré la carrera de Turismo. La acabé casi con matricula y tuve la oportunidad de irme de Erasmus a Londres. Luego me dieron una beca para trabajar como técnico de turismo en el Ayuntamiento de Valencia. Después hice el máster de profesorado de Secundaria (para poder opositar en un futuro) y un ciclo superior de comida… Ahora con todo este recorrido, me planto en el mundo laboral con una experiencia a base de prácticas no remuneradas y becas, muchas becas, pero ningún contrato laboral. Buscar trabajo está siendo un infierno. Muchas empresas te descartan por ser mayor de 25 años y no poder hacerte un contrato de formación, otras porque no tienes de dos a cinco años de experiencia, y otras simplemente porque ven tu currículum demasiado lleno y te dicen que estás sobrecualificada, saben que si te sale otro puesto mejor los dejarás tirados. Y así seguimos, buscando trabajos precarios en un sector que generaba un 13% del PIB antes de la pandemia y que ahora es uno de los más fustigados.

DANIEL LABORDA

30 años. Gran Canaria. Ingeniero en paro
Estudié el grado en Ingeniería de Tecnologías de la Telecomunicación. Aunque hace cuatro años que terminé la carrera, no he conseguido trabajar de ello. Solo he tenido trabajos precarios, temporales y a media jornada, donde no requieren ninguna titulación. Estoy en paro desde hace un año y me siento frustrado y cabreado con el sistema. Tanto del Estado como del gobierno autonómico como del ayuntamiento de mi municipio he recibido siempre la misma respuesta, dicho con otras palabras de forma disimulada: “Búscate la vida”.

CAMILA JIMÉNEZ

22 años. Tarragona. Trabaja en hostelería
He trabajado mucho en el sector de la hostelería de la costa de Tarragona. Todos los contratos han sido precarios: las horas semanales que figuraban sobre el papel eran como mucho 10, pero yo trabajaba más de 40 horas a la semana. No entiendo cómo no hay más inspecciones en las empresas de hostelería. No veo un futuro para los jóvenes si el Gobierno no garantiza contratos justos.

SAID OFKIR

24 años. Madrid. Estudiante y trabajador de imprenta
Estudio derecho en la UNED y trabajo en una imprenta. Mi primer trabajo fue en una pizzería; muchas horas por 350 euros mensuales. Llevo cuatro años cobrando el salario mínimo y aún no me da para poder alquilar una casa. Muchos compañeros más mayores llevan muchos años compartiendo piso. Si tienes recursos puedes estudiar, pero si te toca costearte tus estudios, puedes tardar hasta el doble de tiempo en sacarte la carrera. Llevamos desde la crisis del 2008 encadenando trabajos basura y con la covid fuimos los primeros a los que echaron. La juventud mejor preparada de la historia no puede crear un futuro sostenible; vive sumida en la incertidumbre. Me pregunto cómo vamos a pagar las pensiones de nuestros padres. Ya no solo eso, ¿cómo vamos a traer descendencia a una sociedad que ni siquiera se preocupa por nosotros?

MARTA RODRÍGUEZ

32 años. Valladolid. Doctora en Química Orgánica
Realicé la mitad de mi tesis en Francia y la otra mitad en Tarragona. Volví a mi ciudad como investigadora postdoctoral con un contrato de casi dos años. Después, en el paro, empecé el Máster de Profesor de Educación Secundaria. Luego me mudé a Bilbao, también como investigadora. Años con la casa a cuestas tras los que he decidido plantarme. Voy a instalarme donde quiero estar, en Valladolid, y a buscar alguna alternativa laboral en la que poder utilizar mi experiencia como investigadora. Da pena lo olvidada que está la investigación en este país. Yo he decidido quedarme, muchos compañeros se han ido a otros países y es complicado que quieran volver a estas condiciones tan lamentables.

ANA ALEMANY

23 años. Murcia. Estudiante en prácticas
Estoy acabando Derecho y Administración de Empresas y trabajando por las tardes. Ser joven en 2021 es mejor que en 2020, partamos de ahí. Salir a la calle o tener la oportunidad de resolver dudas escolares en una pizarra, y no por Zoom, son privilegios que nunca había apreciado. La idea de independizarse es otro cantar, aunque no me quejo: llevo un año disfrutando de una beca, me pagan, aprendo de lo mío y lo que es mejor, cotizo y puedo costearme la universidad. No puedo irme de discotecas, pero no me importa: siempre me ha gustado más una cerveza con patatas y olivas (típico murciano) al sol que más calienta.

ÁLVARO DE LUNA

29 años. Sevillano en Madrid.
Graduado en Filosofía y máster en Crítica cinematográfica, después de un año trabajando de librero en la FNAC no me renovaron y me dedico precariamente a la figuración de cine, al tiempo que estudio Literatura española. Pasé la pandemia junto a mi pareja en un piso de 27 metros cuadrados por 560 euros mensuales (sin gastos). He sufrido importantes crisis de ansiedad que no fueron (y no son) tratados por la sanidad pública (por la privada no puedo permitírmelo). Aunque mis padres desde Sevilla me enviaron dinero tuvimos que recurrir a Cáritas para recibir alimentos algunos meses. Mi esperanza es exigua y mi miedo cada vez mayor: temo la polarización social y política, el salvaje capitalismo en el que nadamos cada vez con mayor resignación, la magullada fraternidad y el éxito del individualismo. Temo la poca importancia dada a la igualdad (con índices de desigualdad cada vez mayores), así como un gris futuro en el que la precariedad, las crisis (económicas, climáticas, sociales) y el egoísmo neoliberal triunfen.

JONATHAN HOLGUÍN

24 años. Barcelona. Graduado en Derecho
Tengo la gran suerte de trabajar en lo que he estudiado, en un departamento legal. Con mi salario, algo más de 1.000 euros, tengo que ayudar a mi familia: son autónomos, mi madre tiene una peluquería, y han sido los grandes golpeados por la crisis. La visión de futuro está un poquito oscura, en Barcelona es imposible independizarte, tienes que compartir piso, y en estos momentos ayudar. Así que ahorrar no puedes y es complejo hacer una proyección a largo plazo y ya familia ni planteártelo.


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