El mundo avanza a grandes pasos hacia una configuración multipolar y con tendencia a la confrontación. En ella, grandes actores como Estados Unidos, la Unión Europea, China, Rusia o India pugnan con intensidad para estrechar relaciones con el nutrido, y heterogéneo, campo de países que van bajo la etiqueta de sur global, o de forma más genérica, en todo el sector de Estados no alineados. La Conferencia de Seguridad de Múnich puso en clara evidencia esta competición que se desarrolla con múltiples palancas, desde las inversiones y el comercio a las narrativas ideológicas y cuestiones identitarias.
El Alto Representante de Política Exterior y de Seguridad de la UE, Josep Borrell, subrayó la cuestión en su intervención en el foro el domingo. “No podemos pensar en la seguridad europea sin mirar al panorama global y relacionarnos con otros socios. Yo veo cuán poderosa es la narrativa rusa, sus acusaciones de dobles raseros. Tenemos que desmontar esa narrativa, cooperar con otros países, aceptar que la estructura ONU debe ser adaptada”.
El día inaugural de la conferencia, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, se declaró “impresionado por cuánta credibilidad estamos perdiendo en el sur global”. Alertó sobre el resentimiento que sigue vigente hacia Europa y Occidente en muchos de esos países, un sentimiento que tiene mucho que ver con la historia anticolonialista en África y antiimperialista en América Latina. Cada uno a su manera, Rusia, China e India juegan con esa perspectiva histórica para afianzar sus posiciones.
Mientras se desarrollan dos grandes ejes de tensión —entre EE UU y China, y entre el bloque OTAN y Rusia— los demás países del mundo van afinando su posición, a veces acercándose a algunos de los actores, pero muchas otras con la intención de no quedar atrapados en una lógica de bloques e, incluso, extraer ventajas del interés de las distintas potencias de ensanchar el campo de socios y amigos con los que contar.
La pugna es reñida. La invasión rusa de Ucrania recibió en marzo de 2022 una rotunda condena en la Asamblea General de la ONU con 141 votos en contra, 35 abstenciones y cinco a favor. Y el G-20 aprobó el pasado noviembre unas conclusiones bastante desfavorables para el Kremlin. Sin embargo, son solo unos 40 los países que aplican sanciones contra Rusia, y son muchos los que abiertamente reprochan a Occidente su papel, bien sea por acciones pasadas que espolearon el conflicto, por considerar que lo alimenta suministrando armas o que ha contribuido a una crisis económica global imponiendo duras sanciones a Rusia.
Mientras, desde hace décadas, China cultiva lazos por la vía de grandes inversiones desvinculadas de toda clase de exigencias democráticas. Rusia lo hace proveyendo servicios de seguridad o con manipulación ideológica. India, intentando erigirse en el gran referente de ese sur, con su historia de alineación. Nueva Delhi organizó en enero una cumbre virtual invitando a 120 naciones del sur global, y en la que significativamente no estaban sus grandes competidores.
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El esfuerzo de las grandes potencias se proyecta a lo largo y ancho del atlas, pero por supuesto se concentra con especial intensidad en potencias medias clave, como pueden ser Brasil, el gigante latinoamericano, Indonesia, con sus 280 millones de habitantes y sostenido crecimiento económico, o Turquía, país clave en una región turbulenta, miembro de la OTAN con un diálogo fluido con Rusia, que este mismo domingo recibió la visita del secretario de Estado de EE UU, Antony Blinken.
En una conversación mantenida con este diario durante el desarrollo de la conferencia, Borrell elaboró los conceptos apuntados en su intervención pública. “Está claro que hay un grupo de países que son no alineados en versión moderna. Países que, según lo que toque, pueden estar con uno u otro. Los europeos tenemos que medir más el impacto en países terceros de nuestras políticas, que nos parecen muy buenas, muy bien intencionadas; hay que salvar el planeta, pero a veces no calibramos suficientemente el impacto sobre los terceros. Cuestiones como el aceite de palma en Indonesia, el Mecanismo de Ajuste en Frontera por Carbono, la desforestación en América Latina o el sudeste asiático. Hemos de hacer eso, pero hemos de tener mucho más en cuenta estos países. Tener mucho más en cuenta sus intereses, puntos de vista, preocupaciones”.
La importancia del asunto tuvo una consagración visual con el protagonismo otorgado en la conferencia de Múnich a un panel sobre el sur global, en el que participaron la primera ministra de Namibia (Saara Kuugongelwa-Amadhila), la vicepresidenta de Colombia (Francia Márquez), y los ministros de Exteriores de Brasil (Mauro Luiz Iecker Vieira) y Filipinas (Enrique Manalo). En él, afloraron varias cuestiones de fondo, entre ellas la fuerte expectativa en los países del sur que los del norte, en gran medida responsables de las emisiones que espolean el cambio climático, asuman a fondo su responsabilidad para ayudar a los más frágiles a afrontar las consecuencias y que compartan los avances tecnológicos para producir energía limpia.
“Lo que esperamos es la paz global, la paz total. Que también es justicia social, cerrar brechas de desigualdad, iniquidad”, dijo Márquez. “Esperamos de Europa, del mundo, que asuman la justicia climática que implica la transición energética. Necesitamos que el mundo asuma los desafíos de la crisis ambiental. Un nuevo orden mundial que ponga en el centro la vida”.
Lula: “Dos no pelean si uno no quiere”
Muchos de estos países reprueban la guerra en Ucrania no solo por sus consecuencias sobre la ciudadanía ucrania, sino también por su impacto en los precios globales, y a menudo adoptan una posición con sabor a equidistancia, como quedó evidente en algunas declaraciones del presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, que condena la invasión rusa, pero subraya que “dos no pelean si uno no quiere” o, en el pasado, declaró que el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, era “igual de responsable” que el ruso, Vladímir Putin, por el conflicto.
Muchas intervenciones de líderes occidentales en Múnich subrayaron esta tendencia a la equidistancia y exhortaron a mejorar el esfuerzo de explicación y persuasión acerca de la distinta graduación de responsabilidades en ese conflicto. La socialdemócrata Sanna Marin, primera ministra de Finlandia, replicó directamente a las posiciones pacifistas de Márquez, señalando que ella también comparte el rechazo a la guerra y el sueño de un mundo sin conflictos, pero que en el mundo y en la vida hay agresores y que, ante una agresión, la inactividad o la equidistancia son una forma de complicidad con el abuso.
Otra de las cuestiones acerca de las cuales reclama el sur global —y que fue verbalizada por el ministro filipino Manalo— es la reforma de la ONU y otras instituciones internacionales para adaptarlas a unos equilibrios muy diferentes de los de 1945, cuando la actual arquitectura de gobernanza del mundo se plasmó.
Al respecto, en Múnich, no solo Borrell se manifestó partidario de que la UE acompañe ese anhelo. Macron señaló que quiere celebrar una conferencia en París en junio para “acelerar la reforma de instituciones como el FMI o el Banco Mundial, la adaptación del orden mundial para que sea más inclusivo”.
Son múltiples, pues, los terrenos de competición para ganar la confianza de un amplio número de países que, sin tener por sí mismos un peso económico o militar decisivo, naturalmente tienen un creciente peso en la escena global por la vía de su desarrollo, su demografía.
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