Ocho claves para conseguir un apego seguro con nuestros hijos


No había cosa que más me gustase cuando era pequeña que el sentir que mi madre o padre me achuchaban. Recuerdo que cuando lo hacían me sentía protegida, querida y enormemente especial. Sus besos, abrazos y miradas cómplices me recargaban de energía e ilusión. Un apego que me alentaba a ser valiente, a intentar conseguir todo aquello que deseaba, que lograba empequeñecer los miedos. Nada me daba más tranquilidad que sentir que, cuando todo se tambaleaba, siempre podía contar con ellos, que no juzgaban mis errores, que me regalaban a diario nuevas oportunidades.

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Todos los niños nacen con el instinto impetuoso de apegarse a un adulto. Con la necesidad de sentirse cuidados, aceptados, queridos y comprendidos. De que sus necesidades primarias (alimentación, sueño, seguridad…) sean atendidas y de pertenecer a una tribu que les reconozca y responda sensiblemente a sus necesidades. El apego seguro es el correcto equilibrio entre la protección y la exploración. Desde que son bebés nuestros hijos necesitan sentir que estamos a su lado y que somos capaces atender todo aquello que demandan. No hay nada más reconfortante para un niño que el sentir que sus progenitores atienden su llanto y crean así fuertes lazos afectivos. El afecto y la atención que le ofrecemos a nuestros pequeños fortalecerá su desarrollo cognitivo y emocional, desarrollará su autonomía y sus habilidades personales y sociales.

El vínculo se crea en los primeros meses de vida y se va forjando a lo largo de los años poco a poco gracias a las relaciones afectivas más cercanas, estables y especiales que los niños mantienen con sus padres, maestros y cuidadores habituales. No crea dependencia y ofrece autonomía emocional y social. El apego es la conducta instintiva que poseemos los humanos para formar un vínculo de amor y protección con nuestros hijos. Es la relación afectiva más especial y única que pueden establecer dos personas que se quieren. Es la base del desarrollo emocional equilibrado imprescindible para que nuestros hijos sean felices. Un niño que se sienta querido será un niño dichoso, con buena autoestima, confianza y seguridad a lo largo de su vida.

Este apego seguro ayudará a nuestros hijos a establecer relaciones positivas con los demás, a entender el mundo que les rodea. Facilitará el desarrollo del lenguaje, la capacidad de aprendizaje y les permitirá afrontar con mayor confianza los retos que la vida les pondrá a diario. Además, influirá muy positivamente en el desarrollo de la personalidad de nuestros pequeños, en la manera de dar respuesta a los tropiezos o dificultades, de tolerar la frustración. Esta conexión les hará sentir que estamos presentes y disponibles, que somos adultos significativos que les cuidan y protegen, que saben valorar el esfuerzo y les enseñan a aceptar el error como parte imprescindible del aprendizaje.

Los niños que sienten que sus necesidades afectivas no están cubiertas tienen muchas probabilidades de desarrollar un estilo de apego no seguro. Esta desatención afectiva produce mucha incomprensión, inseguridad, baja autoestima y puede provocar importantes dificultades para el aprendizaje y la relación con los demás. Aquellos que no se sienten queridos son más desafiantes, muestran dificultades para relacionarse con su entorno y gestionar correctamente sus emociones.

¿Cómo podemos conseguir un apego seguro con nuestros hijos?

  1. Para promover el vínculo de apego es fundamental que demostremos a nuestros hijos que les queremos y amamos sin condición. Que estamos a su lado y les ofrezcamos nuestro cariño y aliento no por lo que hacen o consiguen sino por lo que son. Que estemos disponibles y presentes en sus vidas cuando lo necesiten.
  2. Creando espacios diarios donde puedan expresar con libertad todo aquello que sienten, necesitan o les preocupa sin sentir vergüenza. Momentos llenos de confianza donde nos mostremos empáticos y comprensivos con todo aquello que nos explican.
  3. Estableciendo normas y límites claros y consensuados que les protejan y den respuesta a sus necesidades físicas y afectivas. Reforzando las conductas positivas y enseñándoles a mostrarse flexibles y adaptables delante las nuevas situaciones.
  4. Permitiendo y legitimando todas las emociones que sienten y explicándoles que no existen emociones buenas y malas, que todas son necesarias en la vida. Ayudándoles a identificarlas, ponerles nombre sin miedo y gestionarlas de forma acertada.
  5. Fomentando la autonomía personal y la toma de decisiones. Ofreciéndoles motivos para esforzarse y enseñándoles a hacer frente al error de forma efectiva.
  6. Dando respuesta a todas sus dudas, alimentando a diario la curiosidad y las ganas de aprender. Motivándoles a hacerse preguntas y respuestas ingeniosas, a pedir ayuda cuando lo necesiten, a ser valientes.
  7. Cultivando la autoestima a diario creyendo y confiando en ellos. Potenciando el autoconocimiento, autocontrol y autogestión desde la atención cálida y la educación positiva. Ayudándoles a reconocer sus aptitudes y habilidades y tener un autoconcepto saludable.
  8. Poniendo en práctica la pedagogía del querer, esa que acompaña a nuestros hijos con abrazos que protegen, besos que contagian optimismo, miradas cómplices y palabras que les alientan.

Una de las mejores herencias que como madres y padres podemos dejar a nuestros hijos es el sentimiento de seguridad y confianza en uno mismo y en los demás para el resto de su vida. Como decía Dalai Lama: “Casi todas las cosas buenas que suceden en el mundo, nacen de una actitud de aprecio por los demás.”

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