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Los lagos son en muchas ocasiones lugares idílicos en medio de entornos naturales, pero, como todo en la vida, tienen un reverso tenebroso, y determinados lagos pueden convertirse en trampas mortales. Y esto es debido a un fenómeno geológico que tiene que ver… con el agua con gas.
Algunas bebidas llevan burbujas, que pueden aparecer por acción de los microorganismos que, además de fermentar y producir alcohol, siguen respirando y producen dióxido de carbono que se queda en la bebida. Esto es lo que ocurre en la cerveza, el champán o el vino de aguja. También existe agua carbonatada de forma natural que brota de determinados manantiales y aguas termales donde, debido a los minerales de la zona y al pH del agua, el gas se produce de forma espontánea y satura el agua, como el manantial de Selters, en Alemania. Otros manantiales donde el agua está carbonatada de forma natural son el de Vichy o el de Vichy Catalán en Caldes de Malavella (Girona). Debido a la escasez y rareza de estos manantiales, desde muy antiguo se ha tratado de carbonatar el agua de forma artificial. El químico Joseph Priestley en el siglo XVIII descubrió un método para carbonatar el agua, inventando así el agua con gas, aunque lo dejó como curiosidad y no le vio interés comercial. Fue el sueco ­Torbern Bergman el que desarrolló el método industrial en el mismo siglo, lo que permitió que no fuera necesario desplazarse a ningún manantial para apreciar el cosquilleo en la nariz de muchas bebidas.

Señor Salme

Beber agua con gas no supone ningún problema para la salud, más allá de las molestias que pueda ocasionar llenar de gas el tracto digestivo. Las cantidades de ácido carbónico o bicarbonato ingeridas no son suficientes para alterar el pH fisiológico, así que el agua con gas es inocua cuando te la bebes. Sin embargo, hay excepciones, y no tienen nada que ver con la industria de las bebidas, ya que una de las mayores catástrofes naturales de la historia reciente fue debida a una explosión de agua con gas.
Sucedió el 21 de agosto de 1986 en el lago Nyos, en Camerún. El lago está formado por la acumulación de agua de lluvia encima del cráter de un volcán. El volcán no está activo del todo, pero sigue emanando gases. La capa de agua inferior, más fría que la superior, fue acumu­lando durante mucho tiempo el dióxido de carbono que procedía de las emanaciones de la caldera, mientras que la capa de agua de arriba, más caliente, no acumulaba apenas gas ya que este se evaporaba libremente. Esto formó lo que se llama un estado metaestable debido a la sobresaturación de gas de la capa inferior. Un estado metaestable viene a ser como dejar una canica encima de una esfera. Con un poco de habilidad puedes hacer que la canica se quede quieta, pero la más mínima perturbación hará que ruede hacia abajo. El lago parecía tranquilo, pero era una bomba en potencia. Y precisamente eso pasó aquel día de agosto cuando un simple desprendimiento de tierra reventó el sistema y tuvo el mismo efecto que cuando agitas una botella de gaseosa y luego abres el tapón: una monumental explosión de agua con gas. Aquí las consecuencias fueron mucho más graves. El dióxido de carbono es más denso que el aire y, si hay una gran cantidad, no se evapora libremente, sino que se queda a ras del suelo, por lo que los millones de toneladas de gas liberados se desplazaron montaña abajo e inundaron el valle, causando la muerte por asfixia a más de 1.800 personas y matando el ganado en 25 kilómetros a la redonda.
Después de esta tragedia, los servicios geológicos se pusieron a monitorizar todos los lagos y a buscar depósitos de gas que pudieran convertir cualquier lago en explosivo. En España tenemos uno sometido a estrecha vigilancia, la Corta Guadiana, en Puebla de Guzmán (Huelva). No obstante, los expertos señalan que, a diferencia de lo que pasó en Camerún, donde el lago se encontraba a mayor altura que la población, este lago se localiza a altura más baja y la nube no superaría las paredes del pozo. Solo podría ser un peligro para la gente que estuviera paseando por su orilla en ese momento. Por cierto, este problema se podría evitar con una simple canalización que a modo de sifón fuera aliviando el gas poco a poco. —eps

El Triángulo de las Bermudas

En el mar podría darse un fenómeno parecido debido a los depósitos de metano. Si en el momento en que aflorara una bolsa de metano hubiera un barco en las inmediaciones, el agua disminuiría su densidad y minimizaría la tensión superficial, imposibilitando que un barco flotara, por lo que acabaría en el fondo del mar. Sería literalmente absorbido. Uno de estos afloramientos fue descubierto en 1981 por el servicio geológico estadounidense dentro del Triángulo de las Bermudas, donde, datos en la mano, no desaparecen más barcos que en cualquier otra zona marina transitada. Nunca se ha documentado un caso de estas características, pero se sospecha que este fenómeno natural podría estar detrás de alguna desaparición inexplicada.

J. M. Mulet es bioquímico y divulgador.


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