El runrún comenzó al mediodía de Tokio, cuando la Federación Internacional de Tenis (ITF) anunció que el teórico estreno de Naomi Osaka se caía del cartel y que su partido frente a Zheng Saisai, la que a priori iba a ser la apertura de la competición de tenis, se posponía al domingo sin mediar explicación. Después, el organismo comunicó que el cambio en el programa obedecía a la petición de la organización de los Juegos, ni más ni menos. Y a partir de ahí, conforme avanzaron las horas y se acercaba la ceremonia de inauguración, encajaron todas las piezas del puzle, todavía más cuando el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Thomas Bach, incidía en la diversidad y en el sentido cohesionador del evento. Osaka, la icónica tenista que impacta de un costado a otro del mundo, tenía un mensaje para el mundo.
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A través de sus redes sociales, en dirección al millón de seguidores que le acompañan en Twitter y los dos millones y medio que observan sus peripecias estilísticas en Instagram, la ganadora de cuatro Grand Slam expresó: “Aún estoy tratando de entender lo que acaba de pasar. Sin duda, este es el mayor logro deportivo y el máximo honor que tendré en toda mi vida. No tengo palabras para describir lo que siento ahora, pero estoy llena de agradecimiento y gratitud. Os quiero”.
Se pronunciaba Osaka ya como la primera tenista de la historia que enciende el pebetero en unos Juegos Olímpicos, marcando el camino de por dónde van los tiempos: 23 años, deportista, mediática y con una resonancia extraordinaria en los canales que seducen a las nuevas generaciones y les imantan hacia las pantallas de los móviles. Pero Osaka es eso y mucho más. También es la atleta con más ingresos del mundo ―34,2 millones de euros, según la última estimación de la revista Forbes— y desde hace tiempo un icono multicultural y reivindicativo, convertida en un gigantesco altavoz en defensa de causas varias; desde el antirracismo hasta el empoderamiento de la mujer, poniendo también sobre la mesa el concepto de salud mental en el deporte de élite.
Fue el pasado 30 de mayo, cuando debutó en Roland Garros y adelantó que no se presentaría a las ruedas de prensa —obligatorias por contrato en los torneos de tenis, bajo riesgo de castigo si no se acude— porque, alegaba entonces, la exposición ante los periodistas y el formato le producían ansiedad, además de haber sufrido una depresión en los dos últimos años. Finalmente, la japonesa decidió abandonar París al día siguiente y el 18 de junio, su equipo confirmó que renunciaba a Wimbledon para “tomarse un tiempo y estar con la familia y los amigos”, y que reaparecería ante su gente en Tokio; esto es, casi dos meses después de haber pisado por última vez una pista para competir.
De ‘Time’ y ‘Vogue’ a la Barbie
Sin embargo, pese a la ausencia, Osaka no ha dejado de jugar. No ha estado, pero estaba. Primero rompió su silencio con una carta en la revista Time en la que decía sentirse presionada por los medios —“los deportistas también somos humanos”— y en la que demandaba un cambio en el modelo comunicativo, puesto que para ella se ha quedado “obsoleto” y en muchas ocasiones es agresivamente unidireccional. Posteriormente, se dejó ver por primera vez de manera pública con un escueto discurso en la entrega del premio ESPY a la mejor atleta femenina del año, y unos días más tarde anunció que suBarbie ya era oficialmente una Barbie registrada.
Pero su onda expansiva mediática no iba a terminar ahí. Ocupó también la portada de la revista Vogue y en la antesala de los Juegos estrenó a través de la plataforma Netflix un documental sobre su día a día, en el que narra cómo lidia con los problemas que reveló en París y explica su introversión y timidez. También habla de aquel episodio de hace dos años en el que tras perder en el Open de Australia se calzó las zapatillas de madrugada, se puso unas gafas y salió a la calle de incógnito para caminar y reflexionar, al sentir que había defraudado a mucha gente; entre ellos, al baloncestista Kobe Bryant, con el que había entablado una bonita amistad y que fallecería dos días después, en un accidente de helicóptero.
Todo esto precedió a la estruendosa puesta en escena de este viernes, punto final a una ceremonia que la devolvió al primer plano y que volvió a subrayar una vez más su relieve y su impacto, juegue o no juegue, esté peloteando o en una sesión fotográfica. Da igual. Osaka, un fenómeno que parece no tener freno, crece como un tótem japonés y comercial, deportivo y social. Bandera de lo moderno. Hacía 57 años que una deportista en activo —en 1964, el corredor Yoshinori Sakai— no prendía la llama final. Pero llegó ella.
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