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El pasado 25 de junio, la Dirección Nacional de Inteligencia de EE UU hizo público un informe atípico ansiosamente esperado: el estudio preliminar sobre Fenómenos Aéreos no Identificados (UAP por sus siglas en inglés), denominación que ahora se prefiere a la, por lo visto, ya anticuada de ovni. El estudio, en teoría, iba a revelar la explicación de 143 casos de objetos volantes extraños, presenciados exclusivamente por pilotos de la Marina o detectados por los radares de los cazas estadounidenses. Uno de ellos fue el descrito por el comandante David Fravor que, una tarde de noviembre de 2004 volaba por el océano Pacífico a más de 100 kilómetros de la costa Oeste de EE UU. Fravor divisó, según contó él mismo a The New York Times, lo que parecía una nave rara de 12 metros de largo, de forma ovoide y de color blanquecino que flotaba sobre el mar a una altura de unos 15 metros. El piloto comenzó a aproximarse a ella. Y el objeto pareció apercibirse y maniobró para elevarse, como si quisiera encontrarse con el caza estadounidense. Pero, a mitad de camino, “aceleró como nada que yo haya visto antes y se esfumó de una manera muy rara”, según explicó el piloto.
El estudio, de nueve páginas, incluye 18 casos especiales como el que describe Fravor, en el que los objetos voladores analizados ejecutan maniobras sin propulsión aparente o son capaces de acelerar con una destreza técnica desconocida para los ingenieros estadounidenses. De cualquier forma, el Pentágono solo apunta la causa concreta de uno solo de los 144 expedientes: un globo aerostático. Para el resto, según apunta, faltan datos, testimonios fiables y conclusiones.
En ningún momento, eso sí, menciona a los extraterrestres. Tampoco, deliberadamente, los descarta de forma expresa.
El informe es el resultado de un programa iniciado en 2007, llevado en secreto hasta que se filtró a la prensa en 2017, y que ha contado con 22 millones de dólares de presupuesto. El Gobierno de EE UU no investigaba oficialmente fenómenos aéreos extraños o avistamientos de posibles platillos volantes desde que en 1969 clausurara el famoso Proyecto Libro Azul, inaugurado en 1947 y que analizó más de 12.000 casos de probable presencia en la Tierra de objetos voladores para concluir, al final, que seguirle la pista a los ovnis no merecía más la pena. La revelación de la existencia de este moderno programa en 2017 y la reciente publicación del informe citado ha hecho que una fiebre por las excursiones de los extraterrestres se haya desatado en EE UU. Periódicos y programas de televisión serios se han hecho eco. La prestigiosa revista The New Yorker, por ejemplo, publicó el pasado 10 de mayo un largo artículo de 13.000 palabras titulado The UFO papers (Los papeles de los ovnis). Además, la pandemia ha acrecentado los casos de avistamientos de ciudadanos a pie de calle, según The National UFO Center, una página digital estadounidense encargada de recabar estos testimonios. La causa es simple: debido a que la gente está más en casa, tiene más tiempo de mirar tranquilamente al cielo. Además, hay declaraciones oficiales que han ayudado a alimentar el aparente misterio: John Brenan, exdirector de la CIA, al ser preguntado el año pasado sobre estos casos, contestó que responden a “algún tipo de fenómeno que es el resultado de algo que todavía no entendemos y que podría albergar algún tipo de actividad que alguien podría decir que constituye una diferente forma de vida”.
Para el astrofísico Javier Armentia, director del Planetario de Pamplona, todo esto obedece, en el fondo “a un tipo de folklore de lo maravilloso típicamente americano o, para ser más exactos, anglosajón”. Armentia recuerda que los avistamientos de ovnis en EE UU comenzaron en la década de los cuarenta. “Exactamente cuando se lanzó el Sputnik, cuando comenzó la carrera espacial. Se cambiaron los duendes, los espíritus y las hadas del siglo XIX por modernos extraterrestres interplanetarios, sabios y poderosos que vienen hasta aquí con un propósito benefactor. Hay quien quiere solo los misterios y no explicaciones. Estoy convencido de que todos esos avistamientos relatados en el informe del Pentágono responden a causas normales, aunque no fáciles de encontrar: un fallo en la lectura del sensor de infrarrojos, espejismos, equivocaciones técnicas… Eso lo respondería antes un experto en tecnología que un astrofísico. Lo que sí te puedo decir es que los que buscan extraterrestres no encuentran lo que hay, sino lo que van buscando, lo que quieren encontrar. Ese informe, a nosotros, los astrofísicos, nos deja indiferentes”.
“Tras 70 años de fenomenología, no se ha hallado ninguna evidencia de que los ovnis sean extraterrestres. Son simplemente un mito contemporáneo”
Vicente-Juan Ballester Olmos, de 72 años, lleva más 50 años investigando ovnis. Su interés se remonta a la adolescencia, a raíz de sus primeras lecturas sobre astronomía. Siempre ha combinado su trabajo en el departamento financiero de Ford España con su afición obsesiva de detective cazador de platillos volantes. Ha escrito 11 libros, cientos de artículos y ha investigado numerosos casos de ovnis en todo el mundo. Con los años, se ha ido deslizando desde el “tal vez haya extraterrestres” de la primera juventud a un escepticismo inamovible y maduro, fruto de sus concienzudas investigaciones. Fue la persona elegida por el Ejército del Aire en los años noventa para que les ayudara a analizar y a evaluar los 122 casos de posibles objetos voladores extraños ocurridos en España, desde 1962 a 1995, a fin de desclasificarlos. Él descubrió, por ejemplo, que los casos de posibles platillos volantes testimoniados por decenas de personas en Canarias entre 1976 y 1979 eran, en realidad, lanzamientos de misiles de prueba estadounidenses desde un submarino situado a 5.000 kilómetros de las islas. Cotejó las horas en las que los observadores habían visto las luces raras en el cielo y las comparó con documentos desclasificados del ejército estadounidense donde se consignaban estas maniobras militares y los lanzamientos. Y comprobó que las horas coincidían.
De los 122 casos españoles, Ballester Olmos ha resuelto 114 aportando una causa plausible. Los ocho restantes, según el investigador, son demasiado antiguos como para recabar ya la información necesaria y fiable. Este ufólogo considera que el informe estadounidense es muy pobre. “Tiene importancia histórica, pero me temo que deben evaluar mejor las apreciaciones de sus pilotos y, sobre todo, la fiabilidad de sus sensores de ultimísima generación instalados a bordo de sus aeronaves. Lo que dice un piloto no tiene que ir a misa. También los pilotos se equivocan, como cualquiera”, añade Este especialista recuerda: “Tras 70 años de fenomenología, no se ha hallado ninguna evidencia de que los ovnis sean extraterrestres. Son simplemente un mito contemporáneo”.
Pero entonces, ¿No hay nadie ahí fuera? Para consignar el número de planetas que se calcula que existen en el universo es necesario poner un 1 seguido de 22 ceros. Esto: 10000000000000000000000. ¿Todos están vacíos excepto el nuestro? Ya lo expresó Carl Sagan: “Que solo la Tierra esté habitada es un increíble desperdicio de espacio”. Carlos Briones, investigador en el Centro de Astrobiología, dependiente del CSIC y del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial, es autor del reciente libro ¿Estamos solos? En busca de otras vidas en el cosmos. Briones asegura que es muy probable que encontremos vida, incluso pronto e incluso en el Sistema Solar: “En Marte y, por ejemplo, en dos satélites de Júpiter en los que parece haber agua debajo de grandes capas de hielo”. El agua es un ingrediente esencial para cocinar la sopa biológica que transforme la química en vida. Otra cosa es que sea vida inteligente capaz de viajar y de comunicarse con otros planetas. Para que eso ocurriera en la Tierra se tuvieron que encadenar millones de millones de casualidades a lo largo de miles de millones de años, recuerda Briones. Entre otras cosas, que un asteroide se estampara contra nuestro planeta y extinguiera a los dinosaurios, dando así una oportunidad a los mamíferos.
Y si todo eso pasara también en alguno de esos remotos planetas, el viaje hasta aquí sería inconcebiblemente largo. Solo el diámetro de la Vía Láctea mide más de 100.000 años luz. Será muy difícil que nos encuentren en el espacio. Y también en el tiempo, como matiza el astrofísico René Duffard. El Big-Bang ocurrió hace 13.800 millones de años. Si ese primer momento primigenio fuera el primero de enero de un año hipotético, en el último segundo del último día de diciembre Colón llegaría a América. Los visitantes interestelares solo dispondrían de menos de un segundo para localizarnos, saber que existimos y hacernos saber que existen. Si hubieran llegado, pongamos, a finales de septiembre, solo habrían encontrado un planeta joven, hostil y vacío bombardeado incesantemente por meteoritos y estrellas. Si hubieran llegado en agosto no habrían encontrado ni la Tierra.
En un diálogo del escritor James Miller recogido en el libro de Briones, una mujer le pregunta al oráculo si estamos solos en el universo. El oráculo le responde que sí. Ella le replica:
– Entonces, ¿No hay vida ahí fuera?
– La hay. Ellos también están solos.
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