Setenta años antes de que Tamara Falcó obtuviera un título similar de su filial madrileña, la escuela parisina Le Cordon Bleu expidió su primer diploma a una mujer, una entonces desconocida Julia Child. La primera cocinera en convertirse en estrella televisiva obtuvo su título un año antes de cumplir los 40. Tamara lo hizo un mes antes de cumplir la misma edad, dos años después de su victoria en MasterChef.
Me gusta imaginarme a Tamara teniendo charlas imaginarias con Julia Child, como confesó tenerlas Nora Ephron al hilo del estreno en 2009 de Julie & Julia, la película en la que utilizó a Meryl Streep y a Amy Adams —esos son vehículos y no los de Alberto Luceño— para contar su amor por la cocina y por Child. Charlas sobre encontrar una vocación tardía, sobre sentirse incomprendida por los tuyos y menospreciada por los ajenos, sobre tratar de encontrar tu sitio fuera del carril Bus-VAO al que estás predestinada.
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Julia, la extraordinaria serie de HBO Max creada por Daniel Goldfarb, no solo profundiza en Julia Child, interpretada por una Sarah Lancashire que está saliendo de hacer las Américas por la puerta grande, también en las circunstancias que propiciaron su éxito y en las que trataron de impedirlo. Julia es una historia sobre los modos y maneras de la televisión, sobre la dificultad de abrirse paso en un negocio conservador que tiende a replicar sus éxitos, sobre cómo sobrevivir a la falta de expectativas y —el más difícil todavía— al éxito total. Ha cocido una estrella. Una serie que aboga por el entretenimiento no como oposición a la cultura, como sostienen tantos sabiondos, sino como su mejor herramienta. Una serie donde caben John Updike y una buena tortilla francesa. Si hubiera que elegir entre ambos, Julia y Tamara tienen la respuesta.
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