Benzema golea al prejuicio, su rival más temible

Karim Benzema controla un balón contra el Getafe, el pasado sábado en el Bernabéu.
Karim Benzema controla un balón contra el Getafe, el pasado sábado en el Bernabéu.PIERRE-PHILIPPE MARCOU (AFP)

La explicación de los declives es un ejercicio clásico en el periodismo deportivo, en ocasiones porque el declinar es abrupto y otras veces porque la traza del ocaso es leve pero constante. La narrativa del declive es tan vieja como el fútbol. Mucho más infrecuente es el relato contrario: ¿cómo se interpreta la apoteosis de un jugador a una edad que puede invitar a la retirada? Es decir, cómo se explica a Benzema.

Benzema atraviesa a los 34 años el mejor momento de su larga trayectoria, cuatro años en el Olympique de Lyon y 13 en el Real Madrid. Se trata de un pico de rendimiento tan alto y afilado que permite incluirle en el más popular de los debates ¿Es Benzema el mejor futbolista del mundo? Es posible y, desde luego, nada descartable. Hasta la estadística le acompaña: 37 goles en 37 partidos, el mítico promedio de un gol por partido que generalmente marca la raya del Balón de Oro. Messi, Cristiano Ronaldo y Lewandowski pueden acreditarlo.

Benzema ocupó la cuarta posición en la última votación del galardón más conocido en el fútbol. Le adelantaron Messi, Lewandowski y Jorginho. Una vez más, a Benzema le negaron unos méritos indiscutibles, déficit de aprecio que soporta desde el comienzo de su carrera en el Real Madrid. En ese cuarteto, solo podía desafiarle Lewandowski, evidencia que se ha confirmado esta temporada, en la que Messi y Jorginho no son factores relevantes.

Olvidarse de Benzema siempre ha sido fácil. Antes de la última edición, nunca había figurado entre los 15 primeros en las votaciones del Balón de Oro. No se trataba de un jugador cualquiera en un equipo menor, pero sí uno que alimentaba problemas de percepción. Cuando se pretendía restarle importancia, se acudía a las estadísticas, o una sesgada interpretación de los números.

Antes de convertirse en el indiscutible referente goleador del Real Madrid, las cifras de Benzema eran comparables a las de la mayoría de los buenos delanteros: 0,42 goles por partido. La comparación con Messi y Cristiano no era posible ni para él, ni para nadie. En cualquier caso, Benzema es el tercer máximo goleador (316) en la historia del Real Madrid, a un paso de Raúl (323), y el cuarto en la historia de la Liga de Campeones, con 82 goles, a tres de Lewandowski, que ha gastado fama de artillero infalible desde que apareció en el Borussia Dortmund.

La acusación en la Eurocopa

Infravalorada su producción goleadora, Benzema siempre ha escapado al escrutinio estadístico. Era un excelente delantero que sabía jugar maravillosamente al fútbol. A su alrededor ocurrían las cosas que suelen asociarse a los grandes talentos, eso sí, sin demagogia, cara de feroche y pecados de egoísmo. La estadística escarba mal en las cuestiones intangibles del juego, que han sido las que Benzema ha dominado como pocos en los últimos 15 años.

Su naturalidad se confundió con indolencia; su generosidad, con desapego; su inteligencia, con blandura. Con Benzema, todo parecía insuficiente. Era el perfecto destinatario de críticas, coartada andante para los males del Real Madrid y la selección francesa. Sus grandes partidos se olvidaban inmediatamente. Únicamente pesaban los malos, así que ha recorrido la mayor parte de su camino contra el viento.

Todavía ayer —julio de 2021—, Olivier Giroud consideraba que el regreso de Benzema a la selección había sido la causa principal de la temprana eliminación de Francia en la Eurocopa, opinión compartida por un amplio sector de la prensa. Si algo explica su tardío reconocimiento no es el actual brillo estadístico, ni la repentina afloración de un talento oculto. Benzema disfruta de los mejores años de su trayectoria porque ha derrotado al más temible de los rivales: los prejuicios que tanto le lastimaban. Liberado y admirado por fin, disfruta y juega como los dioses.

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