PAN: ¿oposición útil o partido inútil?

Poco queda del partido fundado en 1939 por Manuel Gómez Morin. Al cumplir 80 años, el PAN debería reflexionar qué va a ser en las siguientes décadas: una oposición ciudadana y útil, o un partido inútil.

Por Ernesto Núñez Albarrán
Twitter. @chamanesco

Como en 1939, las derechas en México tienen una oportunidad histórica de encontrarse en una idea de país, aglutinarse en un proyecto alternativo al del gobierno y, quizás, organizarse en un partido.

Eso fue lo que hicieron hace 80 años, en la cúspide del cardenismo; un año después de la Expropiación Petrolera y en el alumbramiento del corporativismo mexicano.

Fue un 16 de septiembre, en el Frontón México, cuando Manuel Gómez Morin y Efraín González Luna congregaron a un grupo de ciudadanos para celebrar la asamblea constituyente del Partido Acción Nacional, como culminación de un año
de reuniones y creación de redes entre aquellos que se oponían a los gobiernos emanados de la Revolución.

Era la reacción de grupos empresariales y católicos a las políticas del general Lázaro Cárdenas, quien en 1938 había creado el Partido de la Revolución Mexicana (sustituto del Partido Nacional Revolucionario de Plutarco Elías Calles) como el partido oficial y único del nuevo régimen.

Lo del PAN era una iniciativa fundamentalmente ciudadana que se autoproclamaba como una “organización permanente de todos aquellos que, sin prejuicios, resentimientos ni apetitos personales, quieren hacer valer en la vida pública su convicción en una causa clara, definida, coincidente con la naturaleza real de la nación y conforme con la dignidad de la persona humana”.

Mientras el cardenismo instauraba la educación socialista y declaraba la preeminencia del Estado en la vida política, social y económica, Gómez Morin y González Luna hablaban del individuo, la iniciativa privada y el humanismo político.

Los fundadores de Acción Nacional delinearon una ruta gradual para conquistar espacios de representación y de gobierno, siempre por la vía del voto, y  concibieron el deber ciudadano de la participación política como una tarea permanente, una “brega de eternidad” en palabras de Gómez Morin.

La derecha tenía una idea de nación y, siguiendo ese faro, conformó una oposición firme y útil frente al régimen priista.

El PAN conquistó sus primeras diputaciones en 1946; su primera alcaldía (Quiroga, Michoacán), en 1947; su primera gubernatura (Baja California), en 1989, y la Presidencia de la República en el año 2000.

Personajes como Efraín González Luna, en 1952; Luis H. Álvarez, en 1958; José González Torres, en 1964; Efraín González Morfín, en 1970, y Manuel Clouthier, en 1988, convirtieron sus campañas presidenciales en episodios de lucha democrática frente al autoritarismo de la “dictadura perfecta”.

La victoria de Vicente Fox, en el 2000, no puede explicarse sin la oposición testimonial de aquellos a quien Adolfo Ruiz Cortines llamó despectivamente “místicos del voto”, pues creían en el milagroso poder del sufragio efectivo para resolver los problemas nacionales.

Pero algo se pudrió en el foxismo y, entre 2004 y 2006, los otrora místicos del voto conspiraron, maniobraron, torcieron las leyes e hicieron pactos inconfesables con lo peor del PRI; todo, para frenar a un candidato y hacer que Felipe Calderón llegara a la Presidencia al “haiga sido como haiga sido”.

Después de eso, todo fue declive, crisis internas, traición a su ética y doctrina, extravío del rumbo ideológico y divorcio con los ciudadanos.

De 1988 (Manuel Clouthier) a 2018 (Ricardo Anaya), la votación del PAN y su presencia en el Congreso trazan una línea ascendente que alcanza la cima en el 2000 y desciende estrepitosamente desde 2006.

Los 78 diputados federales que tiene hoy el PAN en la Cámara de Diputados son 11 menos de los 89 que tenía en la 50 Legislatura (1991-1994).

Los 12.6 millones de votos que obtuvo Ricardo Anaya en 2018 (9.9 millones si se  descuentan los que llegaron a su candidatura vía PRD y MC) son menos que los que obtuvo Josefina Vázquez Mota en 2012, cuando el PAN compitió solo y se fue al tercer lugar, debajo de Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador.

Hoy, el PAN es un partido de 10 millones de votos, y cumple 80 años en una situación paradójica: es la segunda fuerza política en la Cámara de Diputados y el Senado, gobierna 11 entidades y conserva su presencia en municipios y Congresos locales. Pero poco o nada le queda de la doctrina, la mística, los ideales y la inteligencia de sus primeros dirigentes.

La derecha, o las derechas, no están optando por ese partido para hacer valer sus causas, sus propuestas y sus reclamos al nuevo gobierno.

Empresarios, grupos católicos, intelectuales de derecha, antilopezobradoristas en general, deambulan sin rumbo en el escenario político.

Huérfana y extraviada, la derecha se debate entre el “litigio estratégico” y el activismo abierto a través de organizaciones de la sociedad civil, think tanks, medios o supuestos medios de comunicación, cúpulas empresariales y partidos políticos en formación.

Mientras López Obrador provoca todos los días a los conservadores, retándolos a organizarse y quitarse la máscara para confrontarlo abiertamente, el PAN se diluye con el PRD y MC, partidos que abandonan sus banderas originales para buscar un lugar en la derecha antilopezobradorista.

Mientras se multiplican los “orgullosamente fifís”, el PAN es dirigido por un político apenas conocido, de nombre Marko Cortés, que batalla para que el partido no termine de desmembrarse, y para que no se eclipse frente a la estridencia tuitera de los dos ex presidentes emanados de sus filas.

Uno de ellos, haciendo desfiguros desde el centro que construyó con recursos públicos en Guanajuato. Y el otro, lanzando a su esposa como cabeza de un nuevo partido político, cuyas asambleas fundacionales rara vez pueden cuajar.

Ocho décadas después de Gómez Morin, el PAN está muy lejos de ser un partido que convoque, aglutine o ilusione a los ciudadanos.

No entusiasma ni al nuevo conservadurismo, ése que ve en la 4T la resurrección del comunismo y la reaparición de los hijos de León Trotsky “saboteando la economía”.

El PAN no le resulta útil a la derecha intelectual, ésa que llama a cuidar la democracia y a conjurar el peligro de una “regresión autoritaria” derivada de las reformas promovidas por el partido-movimiento del presidente.

Tienen razón: el regreso del presidencialismo hegemónico y sin contrapesos sería “un peligro para México”, pero también lo son las pulsiones autoritarias de una derecha que no encuentre en los partidos políticos una vía para encauzar su inconformidad, sus temores, su deseo de regresar al pasado reciente y su ira frente a AMLO.

En 1939, Gómez Morin fundó una institución para que un sector de la ciudadanía pudiera construir una alternativa al socialismo cardenista.

En 2019, la pregunta es si la derecha puede construir una alternativa frente a un proyecto de izquierda que apenas empieza a articularse en gobierno. El PAN debería decidir qué va a hacer en los siguientes años: volver a edificar una oposición útil, o autocondenarse a ser un partido inútil.




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