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“Parece que ya no me amas”: la violencia en WhatsApp en parejas adolescentes es habitual y menos grave para ellos



Una adolescente, en su habitación, consulta los mensajes en dispositivos móviles en Madrid.Luis Sevillano Arribas

“Al final, tendré que quedarme en casa por tu culpa”. “¿Por qué no me has respondido?”. “¿Sabes dónde está? Le he estado escribiendo toda la tarde y no me responde”. “Envíamela [una foto de contenido sexual]. No te cuesta nada”. “Parece que ya no me amas”. Son frases que los adolescentes reconocen como habituales en sus conversaciones de pareja y en grupos de WhatsApp. Un estudio, desarrollado por Virginia Sánchez-Jiménez, María Luisa Rodríguez de Arriba y Noelia Muñoz Fernández, de los departamentos de Psicología Evolutiva de las universidades de Sevilla y Loyola, ha investigado si las perciben como agresiones y en qué grado. Según la investigación, publicada en Journal of interpersonal violence, todos identifican estas conversaciones como comunes en sus relaciones. Sin embargo, ellas las notan como más agresivas, mientras ellos creen que son menos graves.

La investigación parte de una premisa preocupante: las tecnologías se utilizan para coaccionar y agredir a la pareja y estas actuaciones están presentes en gran parte de las relaciones entre adolescentes. Para comprobar si los menores percibían esta violencia, durante el estudio se recrearon conversaciones de WhatsApp que los adolescentes identificaron como habituales y se les preguntó a 262 estudiantes de entre 12 y 18 años qué grado de agresividad les conferían y si este variaba en función del alcance, si la comunicación era entre la pareja o en grupo.

La investigadora Janine Zweig, del Justice Policy Center de Washington, define la agresión a través de las redes durante las relaciones como “el uso de nuevas tecnologías para dañar y acosar a una pareja”. Una práctica que la científica Phyllis Holditch Niolon, de la división de Prevención de Violencia de los Centros de Control de Enfermedades de Estados Unidos, no duda en calificar de “un problema de salud pública”.

Las formas de violencia hacia las parejas se agrupan en agresiones verbales o emocionales para insultar, acosar o amenazar; control y vigilancia, y agresión sexual, que incluye coacciones, presiones, insultos, comentarios e intercambio no deseado de textos o imágenes. Estas categorías se han sometido a examen durante el estudio de las universidades españolas a través de conversaciones diseñadas para ser neutrales en términos de género y orientación sexual.

Agresión verbal

Tanto chicos como chicas respondieron que habían experimentado las tres categorías de agresiones en conversaciones públicas y privadas “a menudo”, categoría solo un punto por debajo de la consideración de “siempre”.

La percepción de agresividad varía según la categoría de la violencia y si se produce en público o en privado. De esta manera, tanto ellos como ellas consideran “ligeramente agresivas” las conversaciones insultantes si se mantienen en la esfera de la pareja y “agresivas” si trascienden al grupo. Ninguno de los escenarios de control fue calificado con el mayor grado de gravedad, ni en público ni en privado.

Control y vigilancia

Las autoras del estudio explican que el control a través de las redes “parece más aceptable que otras formas de agresión, como la sexual y la que se produce cara a cara. Algunos adolescentes consideran que ciertos actos como compartir contraseñas o revisar la lista de contactos de redes sociales de su pareja, son aceptables bajo ciertas circunstancias e, incluso, como prueba de confianza mutua y preocupación por la pareja. Aunque puede ser irritante y aumentar el conflicto dentro de la relación, algunos adolescentes perciben esta agresión como menos severa que otras y la justifican en algunas circunstancias”.

“El control a la pareja”, explica Sánchez-Jiménez, “es la conducta que se percibe como menos grave. Saber dónde está, por qué y que conteste rápido está más normalizado en la pareja adolescente. Se ve incluso positivo, como prueba de amor: ‘Te llamo y te insisto tanto en los mensajes porque estoy preocupado por ti y, por lo tanto, tienes que responder’. Por parte de quien contesta, el código es: ‘La prioridad eres tú y tengo que contestar rápidamente”.

Agresión sexual

Donde más varían las percepciones entre chicos y chicas es en los escenarios de agresión sexual a través de la Red, entendida como el intercambio no deseado de imágenes y textos sexualizados. Mientras ellos no llegan a considerarlo “muy agresivo” ni en privado ni en grupo, ellas no dudan en atribuirle a estos hechos una mayor gravedad, aunque no llegan a la máxima calificación en el estudio realizado. Para la conversación privada de acoso sexual por WhatsApp, la persona agresora recurría al chantaje emocional para obtener una imagen de contenido erótico de la pareja, a pesar de la insistente negativa de la víctima a enviarla. La agresión sexual pública analizada fue el envío de una foto privada de la pareja a un grupo.

El estudio destaca que las consecuencias de esta violencia también son diferentes: “Las adolescentes tienen un mayor riesgo de trastornos psicológicos asociados” y la “experimentan de manera más negativa que los niños”. Por su parte, siempre según el estudio, aunque los chicos consideran que enviar imágenes es un “comportamiento inapropiado”, lo describen como una práctica bastante común.

Según la investigadora de la Universidad de Sevilla, “las adolescentes son más conscientes que los chicos. Ellas sufren más y son más conscientes de lo que sucede porque las consecuencias son mayores. Eso hace que sean más sensibles”.

El estudio introduce un factor poco estudiado en este ámbito: la desconexión moral, un proceso de autoconvencimiento mediante el que los principios éticos no se aplican a uno mismo en un determinado contexto, una desactivación intencionada para mantener la coherencia entre los valores y los comportamientos. En este sentido, según la investigación, los adolescentes con altos niveles de desconexión moral perciben las agresiones como menos agresivas.

La red no ha incorporado nuevas agresiones, pero sí ha sumado nuevas herramientas y multiplicado los efectos. En este sentido, Sánchez-Jiménez explica: “Internet facilita y amplifica cierto tipo de agresiones, que pueden pasar de la esfera privada a la pública de manera muy rápida. La agresión psicológica, además, tiene características particulares, como la desinhibición. Para la persona que agrede hay mayor dificultad de ver las consecuencias en la otra persona, no ve el impacto directo en la víctima y eso minimiza la empatía. Además, la agresión puede estar presente 24 horas al día, siete días a la semana. Es muy difícil escapar a una agresión en la Red, sobre todo, si es pública. Aunque sucediera una vez, se repite tantas veces como se comparta y la victimización también”.

La forma de prevenirlas es, a juicio de la investigadora, la intervención desde la familia y desde la escuela. “Cuanto antes, mejor”, advierte. Y añade: “Tener pareja es algo que tenemos que aprender y estamos viendo que, si enseñamos a gestionar la expresión y el deseo a aquellos que tienen más dificultades en sus vidas sentimentales y en un momento evolutivo en el que experimentamos el amor por primera vez, se reduce mucho la implicación en comportamientos violentos”.

También se puede limitar el acceso a información personal, contraseñas y redes. Pero Sánchez-Jiménez advierte: “Los chavales tienen que entender qué puede ser una conducta de riesgo y lo que supone compartir información personal y privada, pero que quede claro que la responsabilidad de la agresión es del agresor. Que no se atribuya a la víctima. No podemos obligar a esta a ser preventiva ante una circunstancia que no debería suceder. No podemos perder la perspectiva de que la responsabilidad la tiene el agresor siempre”.

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