El presidente francés, Emmanuel Macron, conversa con alumnos de una escuela de cocina.
El presidente francés, Emmanuel Macron, conversa con alumnos de una escuela de cocina.PHILIPPE DESMAZES / AP

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Está claro que Macron no es Gilda. La bofetada que el presidente francés recibió hace unos días de un joven cabreado, simpatizante de la extrema derecha y anacrónico en su grito monárquico no pasará a la historia; si acaso, a la larga lista de agresiones, más o menos graves, sufridas por los presidentes de la V República. Pero sí ha reavivado la conversación sobre la violencia creciente —alimentada a menudo por las redes sociales— y la polarización que vive la sociedad francesa. ¿Y cuál no? Como decía el editorial de Le Monde, “una radicalización del clima político y un empobrecimiento del debate público, dos venenos para la República”.

Una violencia que se había ido desplegando en ataques de todo tipo —islamistas, islamófobos, antisemitas, anticapitalistas, ultramontanos…— antes de la pandemia y que el confinamiento ha contenido, como si fuera una olla a presión, durante estos largos y duros meses.

Las campañas electorales, por desgracia, pueden ser una excusa para reactivarla y Francia vive ya en un clima preelectoral. Los comicios departamentales y regionales del 20 y 27 de junio, todavía en pleno proceso de reapertura del país, servirán de ensayo para pulsar el estado político. Los más recientes sondeos otorgan una victoria de la Agrupación Nacional, el partido ultraderechista de Marine Le Pen, en siete de las 13 regiones metropolitanas; en otras cuatro, le auguran un segundo puesto.

Los resultados locales serán un nuevo aviso a navegantes para las presidenciales de 2022. A falta de conocer los candidatos de partidos tradicionales como Los Republicanos o el Socialista, se puede atisbar una nueva contienda Le Pen-Macron.

El capricho del destino ha querido que las presidenciales coincidan con la presidencia rotatoria de Francia del Consejo de la Unión Europea. El candidato más europeísta de Europa, Emmanuel Macron, aprovechará para impulsar algunos cambios sustanciales en la Unión y de paso elevar su perfil, dentro y fuera de casa. Pero la combinación elecciones-Presidencia europea tiene sus riesgos. El presidente francés tiene pendiente todavía promover algunas reformas domésticas que definan su legado, como la de las pensiones; pero con ellas, podría volver a inflamar las calles. Además, deberá estar muy atento a la agenda que quieran marcarle otros, sobre todo aquellos dispuestos a aprovechar la polarización y la violencia para hacerse oír.

Tras el impasse de los comicios alemanes en septiembre, el futuro comunitario volverá a jugarse en Francia, con el fantasma de las fuerzas euroescépticas y ultraderechistas asomándose de nuevo al Elíseo.

Podría ser peor: estos mismos días el escritor Raphaël Enthoven fantaseaba con la hipótesis de tener que elegir entre el extremismo de derechas (Le Pen) y el de izquierdas (Mélenchon). “Entonces, ¿la peste o la peste?”. Entre ambos extremos han tenido que elegir los peruanos y su futuro, gane quien gane, es más que incierto. El fenómeno de la polarización es global.


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