Pediátrica



Hemos llegado a una edad en la que, en las cenas, hemos de poner límite a las conversaciones sobre la salud. Tensión por las nubes, lumbalgia, hígado graso… Caminamos, inexorable y barrocamente, hacia la destrucción y, aunque sabemos que ni siquiera la muerte iguala a los seres humanos, hacemos como si no fuera a pasar porque vivir de otra manera es tontería y, más allá de la propia finitud, hay personas que con generosidad se interesan por asuntos que las exceden: justicia planetaria, La Palma después de la erupción, cambio climático, el futuro de quienes nacerán a mediados del siglo XXI y de quienes quizá no puedan dejar de trabajar hasta los 75. En las cenas también hablamos de los impuestos del 7% para las grandes empresas que pagan la mitad a la Hacienda pública que usted y yo. Somos gente cultita de clase media que ha traspasado el eje de simetría de la esperanza vital y, en lugar de debatir sobre calambur y ficción contemporánea, comenta la soledad de John Banville en su caseta de la Feria de Libro. A mí me tocó firmar con Mala Rodríguez y entendí lo que es ser una diva. Mientras ella firmaba sin parar, decía señalándome “Vengan, vengan, aquí hay una escritora de verdad”. No vino ni Diosa, pero ¿cómo no quererla? Buena tía, la Mala. Deslumbrante oxímoron.

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