Pekín estrena sus Juegos Olímpicos de invierno entre la covid y la nieve artificial


La antorcha olímpica roja y plata ha completado su recorrido por la capital china antes de la inauguración de los Juegos de invierno de Pekín 2022 este viernes 4 de febrero en El Nido. Un recorrido de solo tres días y a puerta casi completamente cerrada. Apenas 400 personas invitadas, entre periodistas, funcionarios, atletas y voluntarios fueron testigos de los primeros relevos en el parque Olímpico. Es una más de las extensas precauciones adoptadas contra la covid, una de las grandes preocupaciones de los organizadores de la competición que tiene lugar hasta el 20 de febrero.

Todo está a punto para la inauguración de estos Juegos Olímpicos de invierno en El Nido, el estadio que China inauguró para sus primeros Juegos, los de verano de 2008. Los encuentros de dobles en curling han servido de estreno de una cita que reúne a unos 2.000 atletas (solo 14 españoles). La burbuja contra la covid en torno a las tres áreas de competición ha sido sellada desde hace un mes. Cerca de 300 cañones de nieve importados de Italia han trabajado a destajo en las últimas semanas para cubrir de blanco las secas montañas de Zhangjiakou y Yanqing, donde pese a las bajas temperaturas apenas nieva en invierno.

Los organizadores, con el presidente Xi Jinping al frente, han prometido unos Juegos “seguros, simples y espléndidos”. El presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Thomas Bach, ha asegurado que esta edición “marcará una nueva era para los deportes de invierno”.

Es la primera vez que una ciudad organiza los dos tipos de Juegos, invierno y verano, 14 años después de los de 2008. Ambos eventos guardan cosas en común: en los dos, China ha estado decidida a tirar la casa por la ventana para asombrar al mundo; los derechos humanos representan un punto de fricción con Occidente; incluso comparten el mismo director de la ceremonia de inauguración, el cineasta Zhang Yimou. Pero otras circunstancias son completamente distintas.

A diferencia de entonces, Estados Unidos y otros ocho países han declarado un boicot diplomático y no enviarán altos cargos a los Juegos, en protesta por los abusos contra los derechos humanos de las minorías musulmanas en Xinjiang. Pesan también las dudas en torno a la situación de Peng Shuai, la tenista que denunció abusos sexuales por parte de un antiguo dirigente chino, y que desapareció de los ojos del público durante tres semanas.

Aunque la mayor diferencia, por supuesto, la marca la covid, que ha dado al traste con las esperanzas de los organizadores de celebrar unos Juegos en relativa normalidad. Una China que aspiraba a mostrar al mundo su éxito contra el coronavirus ha visto cómo en los últimos dos meses han surgido brotes en distintas provincias que intenta controlar a contrarreloj. En la propia Pekín, un pequeño foco de la variante delta —y media docena de casos de ómicron— ha dejado al menos 115 contagios y sigue sin estar completamente bajo control.

En Chongli, a 180 kilómetros de Pekín y que acogerá parte de las competiciones, Wang Jingxiang, responsable del Centro Nacional de Salto de Esquí, muestra con orgullo a los periodistas esa instalación, una de las joyas de la corona de estos Juegos. Su futurista diseño se ha inspirado en un ruyi, un cetro budista símbolo de buena suerte. Sus pistas, asegura, cuentan con el diseño más avanzado, pensado para reducir el riesgo de caídas graves. Y su construcción ha sido una de las más complicadas. “La pandemia ha presentado muchas dificultades para la construcción de estas pistas”, afirma Wang, “muchos trabajadores y el proceso de construcción se vieron afectados. Pero hemos superado esas dificultades”.

Las medidas para evitar la propagación de la covid son aún más estrictas que en los Juegos de Tokio este pasado verano. Todos los participantes en el macroevento deportivo deben llegar vacunados al menos 14 días antes con la pauta completa. Si por razones médicas no fuese posible, tendrían que cumplir una cuarentena de 21 días. Al aterrizar, quedan desde su llegada a Pekín dentro de la burbuja, donde se les efectuarán pruebas pcr diarias y donde trabajadores y voluntarios ya llevan encerrados desde el 4 de enero.

Los atletas solo pueden moverse entre las distintas instalaciones, y únicamente pueden participar en actividades relacionadas con su deporte. Se han asignado vehículos especiales para su transporte, que circulan por carriles reservados. En la zona de prensa, la comida a los reporteros acreditados se sirve mediante robots.

Como en los Juegos de Tokio 2020, los organizadores se han visto obligados a tirar la toalla y renunciar a la venta de entradas. Ya se anunció hace meses que no habría público extranjero. En enero se confirmó que tampoco se venderían entradas a los espectadores nacionales, que se esperaba que hubieran generado más de 100 millones de euros en ingresos. En su lugar, asistirán en las gradas pequeños grupos por invitación, que tendrán que pasar estrictos controles -incluidas varias pruebas pcr y la pauta completa de vacunación- para presenciar las competiciones.

El aislamiento entre la burbuja y la población local es absoluto. Tan hermético es el sistema que se ha dado instrucciones a los ciudadanos de que, en caso de accidente de uno de los vehículos para las delegaciones, no se acerquen a prestar auxilio. Incluso en Pekín, los hoteles donde se alojan y que forman parte del circuito cerrado se encuentran vallados y protegidos por la policía.

De momento, el sistema parece funcionar. Aunque se han detectado casi 300 casos de covid dentro de la burbuja, no se ha informado de ningún caso de salto a los residentes locales. Los infectados son trasladados a hospitales concretos, en las cercanías de las áreas de competición. Solo podrán salir una vez hayan desaparecido los síntomas y den negativo dos veces en las pruebas.

Pekín no era el candidato preferente de partida cuando el Comité Olímpico Internacional (COI) le adjudicó en 2010 estos Juegos tras la retirada de las aspirantes europeas. China carecía de tradición en estos deportes, que apenas practicaba una pequeña y muy pudiente minoría. Sus escasas instalaciones eran muy rudimentarias. Y, sobre todo, aunque los inviernos de Pekín son muy fríos, también son muy secos. Ni la capital ni las montañas de sus alrededores reciben apenas nieve. El Gobierno prometió instalaciones del más alto nivel, y que para 2022 cerca de 300 millones de chinos estarían iniciados en esos deportes. Una promesa que asegura haber cumplido, con 346 millones iniciados.

La falta de nieve es un problema ya crónico en los Juegos de invierno. Tanto los de Sochi (2014) en Rusia como los de Pyeongchang (2018) en Corea del Sur tuvieron que recurrir a los cañones para fabricar nieve artificial. Pero en el caso de Pekín, será la primera vez que toda ella haya sido producida por máquinas.

En sí, no es un problema para la práctica del deporte. La nieve artificial es más compacta y permite mejor deslizamiento. Pero los expertos señalan que el agua necesaria para fabricarla es un recurso muy limitado en las áreas deportivas de Pekín 2022, y emplearla para las pistas implica dejar de utilizarla para la agricultura u otros fines. La organización ecologista China Water Risk, en Hong Kong, aseguraba en un informe de 2019 que toda Pekín es una ciudad “con enormes problemas de agua”. En Zhangjiakou, la disponibilidad de agua por persona es una quinta parte de la media nacional. La catedrática de hidrología Carmen de Jong, profesora de Hidrología en la Universidad de Estrasburgo, considera que celebrar los Juegos en esa zona es “insostenible” para el medio ambiente.

China, por contra, asegura que la conversión de esas áreas, tradicionalmente agrícolas y de pobres recursos, en un gran centro de turismo deportivo ha creado nuevos puestos de trabajo y eliminado la pobreza en la zona. Y que el agua disponible, bien administrada, basta. Los cálculos oficiales hablan de 186.000 metros cúbicos de agua, o 49 millones de galones. El consumo de las instalaciones en Zhangjiakou representa el 2,8% de los recursos de esa zona; en Yanqing, el 4%, sostiene el portavoz del comité olímpico pekinés Zhao Weidong. Un ambicioso proyecto de reforestación también ha permitido reducir la pérdida de agua.

En Chongli se han construido una serie de cisternas que almacenan el agua que cae durante las lluvias del verano. Ese agua se reserva y es la que se emplea para la fabricación de nieve artificial. Sin otras sustancias añadidas, cuando se derrite es absorbida por el suelo, donde comienza un nuevo ciclo. “Somos autosuficientes, ecológicamente circulares”, afirma Wang.

Como suele ocurrir en cada edición de los Juegos, el verdadero desafío, demostrar que la inversión y esos sistemas son sostenibles a largo plazo, comenzará tras la clausura.

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