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Peladillas: el dulce olvidado de bodas, bautizos y comuniones



Pepín Fernández montó el bar restaurante La Casa del Profesor en 1918 en Salas, un concejo también conocido como “La puerta del Occidente” de Asturias. El emprendedor no solo era el dueño del negocio, sino que también dirigía la banda de música de la localidad y aprovechaba su local, donde también tenía sus instrumentos, para dar clases de música. La gente entraba en el establecimiento para llenar el buche, participar en la tertulia, aprender melodías o todo a la vez: lo que hoy sería el garito de moda.
Llegado el momento, su hijo Rafael -más conocido como Falín- tomó las riendas del negocio y siguió los pasos de su padre. El sucesor también se hizo cargo de la banda de música, así que el nombre del bar siguió siendo fiel a la actividad del establecimiento. Pero Falín, seguramente sin intuir el éxito que se avecinaba, empezó a ofrecer unos dulces que hicieron del negocio un sitio de referencia de la gastronomía asturiana.
“Los carajitos estaban ahí en el bar para tomar con el café o como postre. No tenían un nombre en concreto, eran galletas o pastas”, explica Carmen de Aspe, quien junto a su hermana Teresa regenta ahora el negocio familiar, que ya va por la cuarta generación. “Un señor que vino de Puerto Rico -un indiano- que tomaba allí el vermú o el café después de comer, todos los días pedía ‘un carajo’ refiriéndose a aquellas pastas. De tanto decirlo se les quedó quedó el nombre de ‘carajo’ o ‘carajito’, porque son un poco pequeños. Lo del profesor es por el nombre del bar-restaurante, claro”.
Marichu, la publicista incansable
Falín intentó registrar la marca -la familia lleva en el ADN el carácter emprendedor y visionario- pero no lo consiguió porque en la época de la dictadura “carajito” era una palabra considerada obscena. No fue posible hasta 1977, cuando ya era la madre de Carmen y María la dueña del negocio familiar. Una mujer que si llega a nacer en otra época o en otras circunstancias habría sido una de las mejores publicistas del país.
Teresa Llavona Marichu, que falleció en 2019, era la sobrina de Falín y desde adolescente pasó mucho tiempo en el bar restaurante de su tío. Cuando le llegó el turno de seguir con la empresa, estaba perfectamente preparada y, además, dispuesta a que los carajitos se conociesen más allá de las fronteras de Salas y de Asturias.
En sus manos, La Casa del Profesor pasó a ser una confitería, ya sin bar ni restaurante porque el local era de alquiler y lo tuvo que dejar. Pero se llevó con ella lo más importante: la receta de los carajitos. “Ya eran más o menos conocidos por la zona, porque la carretera de Galicia pasaba justo por delante del bar restaurante. Era un sitio de parada, porque desde Oviedo hay una distancia suficiente como para querer descansar y tomar un café. Mucha gente se los llevaba de recuerdo”, sostiene Carmen.
“Cuando mi madre continuó con la confitería, aprovechaba cualquier motivo para hacer publicidad. Bien de Salas o de los carajitos. Por ejemplo, si José María García locutaba en la radio un partido que estaba arbitrando Díaz Vega, que era de aquí, mi madre le mandaba una caja de carajitos diciendo que este chico había llegado a ser árbitro porque había comido muchos carajitos y tal”, recuerda su hija. Curiosamente, Camilo José Cela fue un gran embajador de estas pastas. Los describe en su Diccionario secreto -libro en el que analiza desde la lingüistica el uso y significado de palabras malsonantes- como pasta de avellana que se elabora en El Bar del Profesor.

“Cuando Camilo José Cela hace una segunda edición del libro Del Miño al Bidasoa, vuelve a Asturias y pasa por la casa antigua. Le dicen que ya no existe y le mandan a la tienda de mi madre. Daba la casualidad de que mi padre era de La Coruña y se dan cuenta de que tienen muchas cosas en común. Así entablan amistad”, rememora Carmen, que también dice que: “Cada vez que don Camilo venía con cualquier motivo a Oviedo, avisaba a mi madre. De hecho, él comió aquí en nuestra casa”.
Pero Marichu siempre iba más allá. En los ochenta consiguió que sus carajitos estuviesen presentes en La Semana de Asturias de todos los centros de El Corte Inglés en España. Y, por supuesto, en la Feria de Muestras de Asturias* que se celebra todos veranos en Gijón (aclaración para los no-astures: dicha feria es un clásico estival del Principado, un certamen en el que se puede conocer lo último en tractores, comer una parrillada o comprar productos tradicionales. Y, por supuesto, coger publicidad gratuita como bolígrafos, gorras con visera o los globos hinchables de cafés Oquendo. Van miles de personas -locales y veraneantes-, así que es un gran escaparate).
Carmen también recuerda divertida que “una vez, a Butragueño le tiraron del pantalón y se vieron sus partes”. “Alguien escribió un artículo y puso que estaban confundiendo los carajitos de Butragueño con los carajitos del profesor, y mi madre hizo una réplica. Todo eso era publicidad. Ella aprovechaba cualquier excusa para que se nombraran”.
El trabajo de Marichu la hizo tan famosa como a su producto y cuando falleció, la noticia apareció en los periódicos regionales con numerosos testimonios de alabanza. Como el del vicepresidente de la Fundación Valdés-Salas, Joaquín Lorences, muy certera: “Era una mujer emprendedora, al estilo de las matriarcas del occidente de Asturias que fueron dominantes en las relaciones familiares. Supo mantener el grupo familiar unido y la empresa de los carajitos del profesor siempre en vanguardia, siempre innovando y buscando mantenerlos como una delicia del suroccidente de Asturias”.
La tradición que perdura inmutable
El secreto de la receta pasó de Falín a Marichu y de esta a Carmen y a Teresa, las que ahora se encuentran detrás del mostrador. Aparentemente, no hay misterio en su elaboración aunque nadie ha conseguido dar con la clave. Por muchos imitadores que tenga, la competencia no ha conseguido hacerlos igual.
“A ver, hay muchas recetas escritas y publicadas. Aquí ha venido la televisión y se ha visto cómo los elaboramos. Los que lo han visto y las personas que han trabajado con nosotros saben que utilizamos avellana, clara de huevo y azúcar. Pero queda ahí el secreto. En otras recetas se usan otras cosas y ya no son lo mismo. Si no usas avellana 100% y echas sustitutos en lugar de azúcar pues no te sale igual. Por ejemplo, nos preguntan muchas veces si llevan miel y no llevan, aunque en alguna receta lo ponga”, concede Carmen.
Los carajitos también pueden disfrutarse en forma de tarta, aunque no es lo más habitual, hay que encargarla. La idea surgió del padrino de un niño que no podía comer harina. “Nos preguntó si la podíamos hacer para el Día de la Bolla y empezamos por ahí. Es como un carajito en forma de tarta, vamos a decir. Ahora nos la piden para adultos y mayores”.
Aunque los reyes de la confitería son los carajitos, también elaboran más productos “como el bizcocho, otras pastas o los pasteles de hojaldre. De hecho, la receta del hojaldre también es herencia de nuestra madre y lo hacemos de manera tradicional. Muchas personas nos dicen que les hablaron muy bien de él y que vienen a probarlo, también es una especialidad. Y las pastas no son unas pastas al uso, son más grandes que las típicas de té, tipo los suspiros de mantequilla que se hacían antes. Igual no son tan famosas pero hay quien me dice que son tan ricas o más que los carajitos”.

La cifras de ventas de carajitos varían según la época, dice Carmen. “Por ejemplo, ahora es una época baja pero a partir de Semana Santa empieza una época más alta. Para decirte una media serían 150 docenas a la semana, por ahí. A veces superamos, por supuesto”. Además de en la confitería de Salas, los carajitos también pueden comprarse en tiendas de productos artesanos, pero atención: siempre tienen que poner “carajitos del profesor” no “carajitos asturianos” o “carajitos de avellanas”. Los auténticos tienen la marca registrada.
Más longevos que Jordi Hurtado
Es posible que lo primero que se venga a la cabeza al pensar en la gastronomía asturiana sean los cachopos desmesurados, la fabada, la sidra o el queso cabrales. Pero en el programa de televisión Saber y ganar no suelen poner las cosas fáciles y en una ocasión escogieron a los carajitos para poner a prueba a sus concursantes.
Carmen lo recuerda a propósito de la aparición de su producto en los medios. “En 2013 nos llamaron del programa y yo colgué porque pensé que era una broma. Luego, cuando volvieron a llamar ya nos dijeron que sí, que eran de la productora de verdad. Nosotros vemos mucho ese programa, yo no me lo podía creer”.
Según explica, los carajitos volvieron locos a los participantes en la prueba La parte por el todo: “Te dan una serie de pistas y tienes que adivinar si es un libro, una pieza musical o algo así. Con esto dijeron que eran unas pastas y tenían que decir de qué se hacían y cuál era el nombre”.
El premio se lo llevó una chica catalana muy concienzuda. “Lo adivinó el último día. Debió de estudiar mucho porque las pistas que le dieron no eran nada fáciles. Decían lo de Camilo José Cela, pero no el título sino que era un libro extraño, por lo que era muy difícil caer en ello. Nosotras también mandamos fotos y la historia, la verdad es que a mi me hizo mucha ilusión”.


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