En el mismo lugar en el que se empezó a emancipar tras criarse en el Barça para luego expandirse hacia Europa se resiste Pepe Reina a jubilarse. Cumplió los dulces 20 años en Villarreal y empieza a espantar hoy la crisis de los 40 en el hogar que primero le vio triunfar. En realidad, no podía faltar ese romanticismo en el carismático y polifacético Reina, portero pero también confidente de vestuario, guardameta por vocación pero ‘speaker’ de la selección por afición, laureado ídolo de masas en el campo pero también en la calle porque así le sale de natural. La persona es el personaje y viceversa.
A sus 40 años recién cumplidos sigue el relato pero sus memorias ya son abundantes y bonitas y puede contemplar, orgulloso, su obra, la que ha escrito de su propio puño y letra a pesar de la marcada herencia de su padre, el mítico Miguel Reina. Sordo a esa angustiosa frase del “hijo de…”, Pepe ha logrado trascender el sugerente apellido de su padre hasta que a todo un símbolo del Atlético y el Barça como su progenitor se le reconozca como “el padre de Pepe Reina”.
Y es que el guardameta de Barça, Villarreal, Liverpool, Nápoles… ha sabido seleccionar lo mejor de la herencia paterna, la que le predestinaba a la portería y le otorgaba los genes para defenderla y ser la némesis de los delanteros. Y eso que, al principio, se sumó al otro bando: empezó como punta. Pero, no sólo por genes, el marco tenía que ser su destino final.
Porque Pepe Reina, obseso estudioso de los lanzamientos de penalti, alma de la fiesta de la selección y compulsivo bromista empedernido, tiene ese poco de loco que empujan a uno a ‘confinarse’ en la soledad de la portería y permanecer ahí para siempre. Porque el portero es el que nadie quiere ser en el inocente fútbol de la calle, el tipo al que todos esperan para linchar al más mínimo error, el que soporta la tensa espera para liberarse ante la proximidad del peligro. Más que soportarlo, Reina lo disfruta, por eso le encanta detener penaltis y hasta adivinarlos para que los pare otro.
Ahí está el que frustró Iker Casillas a Óscar Cardozo en los cuartos de final del Mundial de 2010 contra Paraguay con 0-0 en el marcador porque Pepe le había soplado que lo tiraría a la derecha. Se lo había memorizado de las dos veces que el punta paraguayo le engañó en un partido de eliminatoria de Europa League entre Liverpool y Benfica en 2010. Reina, es de hecho, el niño travieso pero aplicado que saca buenas notas. Nunca un chivato nos cayó tan bien.
Pero entre tantos matices no se puede perder la esencia de la privilegiada mente del guardameta nacido en Madrid, risas, buen humor, empatía pero también determinación y optimismo perennes a prueba de todo. Su estreno con 18 años con el primer equipo del Barça en el 2000 de la mano de Lorenzo Serra Ferrer sustituyendo a Richard Dutruel en un envite ante el Celta y la buena impresión arrojada -y con el pasado de su padre observándole-, podían augurarle un largo y feliz periplo como azulgrana. Pero su amigo y compañero Víctor Valdés resultaría un enemigo en el tapete para cumplir el deseo y en 2002 se fue cedido para el Villarreal. El Barça renunció a sus derechos en 2004 en la operación que envió a Juliano Belletti al Camp Nou. Felicidad recíproca.
Por lo que pasó en 2006 en París en clave azulgrana y porque Reina ayudó al Villarreal a aprender a hablar en Europa con las Copas Intertoto de 2003 y 2004 que le valieron el pase a la Copa de la UEFA -alcanzando las semifinales en 2004-, y la clasificación para la Champions en 2005 en un curso 04/05 que consumó a Pepe como divo adivino de los penaltis al detener 7 de 9. Entonces, fue requerido por Rafa Benítez en el intrépido Liverpool que osó levantarle un 3-0 al Milan en la final de la Champions de 2005.
Su larga permanencia en Merseyside (2005-2013) y sus vuelos, acompañados de sus reflejos y liderazgo, le hicieron entrar en el corazón de los ‘reds’. Lo penetró de lleno desde el placer de su fetiche, los penaltis, tres parados en la tanda de penaltis de la final de la FA Cup de 2006 contra el West Ham tras otro 3-3 del ‘Pool’, y, bajo la mística de Anfield en todo su esplendor, sus manos empujaron al Liverpool a la final de la Champions de 2007 al detener dos penaltis en la tanda contra el Chelsea en semifinales. Ya nadie se acordaba de lo que podía haber sido el Barça o de quién era su padre. Pepe, independizado, se valía por sí solo.
Fueron aquellos años prolíficos para su palmarés, una FA Cup, una Copa de la Liga (2012), una Community Shield (2006) con el Liverpool. Esos tres Guantes de Oro, el premio que recibe el portero de la Premier con más partidos imbatido, establecido por él el récord como ‘red’ con 20, vigente hasta que Alisson lo superó en 2019. Y, sobre todo, esa trilogía Eurocopa-Mundial-Eurocopa en la que sin estar siempre estuvo, feliz bajo la figura de Casillas. Ningún suplente tan notorio e influyente como él, bisagra de vestuario, instigador de partidas de cartas con una alta participación, pregonero en tantas celebraciones de la selección, tan feliz en la final del Mundial con la bufanda de su querido Córdoba, la amada ciudad donde nació su padre.
No se detuvo en Liverpool sino que siguieron sus andanzas por el Viejo Continente, abrazando la tradición y la pasión de la bella Nápoles siguiendo a su querido maestro, Rafa Benítez. Nada más llegar en 2013, ya se enalteció como ídolo de los ‘tifosi’ napolitanos. Pero no fue en el sur sino en el norte, en el que San Siro privaba de la felicidad al ‘Napoli’, virgen de victorias ante el Milan fuera desde los tiempos de Maradona (1986). Reina retuvo esa felicidad para devolverla al sur convirtiéndose en el primero que detenía un penalti a Mario Balotelli. Siempre los once metros, la mayor de las dichas y no la pena máxima para Pepe, una Copa (2014) y cuatro años en los ‘gli azurri’ con un infructuoso paso por el Bayern intercalado aunque con una Bundesliga en el bolsillo (14-15) para ganarse también a una ciudad que se moría por él y que despertó en él un sentimiento que le hizo renunciar al despampanante PSG en 2017.
En los años de Bayern, Milan y Aston Villa hasta los dos buenos últimos cursos en la Lazio pasó más inadvertido, pero ahí figuran sus servicios para clubes de tal calibre para dar más lustre a su envidiable y todavía no terminado currículum por amor al fútbol, necesitado de tipos campechanos y cachondos como él.
Si fuera ‘speaker’ en cualquier fiesta de pueblo alborotaría hasta al abuelo más mustio. Si fuera portero de un edificio, te sacaría un “buenos días” y una sonrisa, si lo fuera de discoteca, no intimidaría sino que también te mondarías de risa con él. Siempre con la misma manera de ser y el mismo sentimiento por sus orígenes, a los 40 Reina sigue igual, competitivo, dicharachero, parando y soplando velas en el mismo lugar que los 20. Pero no es que haya querido volver a su juventud, es que vive en ella. La eterna juventud del ‘loco de la portería’ Pepe Reina.