El sol cae a plomo en Valencia una mañana de finales de mayo. La humedad que rezuma la bien cuidada alfombra verde del estadio de Mestalla (Valencia) alimenta la sensación de calor asfixiante. Inmunes a la temperatura, decenas de niños y niñas, con edades comprendidas entre los 11 y los 13 años, se afanan en hacer buenos pases. Corren tras reglamentarios balones de fútbol para conducirlos hasta la portería contraria y marcar el ansiado gol. Tratan de emular las gestas de sus jugadores icónicos. Aplican lo aprendido en los entrenamientos dirigidos por técnicos del Valencia CF.
Los pequeños participan en las Escoles Cor Blanquinegre (Escuelas Corazón Blanco y Negro), una iniciativa pionera puesta en marcha por la Fundació del Valencia Club de Fútbol (VCF). Uno de los proyectos más destacados de esta Fundació que responde a la filosofía de la responsabilidad social corporativa.
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Las Escoles arrancaron en octubre de 2015. Desde entonces, más de medio centenar de centros educativos valencianos y en torno a 3.000 escolares en riesgo de exclusión social han participado en este proyecto.
Mariano G. A. tiene 11 años. Cursa quinto de Primaria en el colegio de Educación Infantil y Primeria (CEIP) Les Arenes de Valencia. Vestido con el equipaje oficial del Valencia CF, acude a nuestro requerimiento trotando desde la otra punta del campo. Sonriente y alborotado, se seca el sudor que le resbala por la frente con la palma de la mano, mientras observa en escorzo, con sus ojos grandes y negros, cómo sus compañeros siguen empleándose a fondo en la disputa futbolística.
Mariano finaliza cada explicación con un “¿sabes?”, preocupado por si el interlocutor no alcanza a entender sus conjeturas.
– Yo, a lo primero, me portaba mal, y siempre me sacaban tarjeta naranja. No hacía caso a la profe, ¿sabes?, como que pasaba de todo.
– ¿Y ahora?
– Pues, me lo tomo en serio, porque tomártelo a cachondeo no te lleva a conseguir cosas buenas, recompensas, ¿sabes? Ahora, cuando hago algo mal y la profe se enfada, me callo y le digo: “Vale, profe, tienes razón”.
Mariano está motivado. Por segundo curso consecutivo -pandemia mediante- participa en el proyecto Escoles Cor Blanquinegre. Antes que él lo hizo su primo, José “el Churro”.
– Mi primo se ha sacado el graduado escolar y llegó a la división de honor.
Exhibe Mariano el orgullo por los logros de su familiar, referente indiscutible para quien, como él, aspira a exprimir al máximo la experiencia de pertenecer a uno de los equipos de las Escoles. Sueña en voz alta y desgrana sus deseos:
– De mayor me gustaría ser futbolista profesional.
– Ya, Mariano, pero sabes que eso está al alcance de muy pocos, ¿no? ¿Tienes un plan “b”?
Las Escoles persiguen objetivos a corto y medio plazo. Entre los primeros figuran la reducción del absentismo escolar, la mejora del rendimiento académico de los alumnos, la exigencia de buen comportamiento en el centro escolar y en la práctica del fútbol, y la adquisición de hábitos saludables a través del ejercicio físico. No menos ambiciosas son las metas a largo plazo. En su enunciado destacan como retos la adquisición de disciplina día a día y generar en los pequeños esperanza y expectativas de futuro. También “empoderarlos”.
-Queremos hacer visibles a niños que se sienten invisibles. Con este juego de palabras resume el coordinador de las Escoles, Antonio Salvador, la filosofía de la iniciativa.
Salvador es el “alma mater” del proyecto. Él visita los colegios susceptibles de adherirse, se entrevista con sus directores y hace un seguimiento cotidiano de los alumnos que se integran en alguno de los equipos. Es un entrenador en la sombra. No salta al terreno de juego con los pequeños, tarea de los técnicos del Valencia CF, pero sí es el encargado de transmitir a los niños lo que se espera de ellos y lo que van a recibir a cambio. Su papel es el de un coach con habilidad para estimular a los pequeños y autoridad moral para marcarles los límites.
En circunstancias normales, sin una crisis pandémica que ha exigido alterar el habitual funcionamiento de las Escoles, los equipos celebran entrenamientos semanales. Desde octubre hasta junio, en concurrencia con las fechas del curso académico. Dirigen la práctica deportiva técnicos de la plantilla del Valencia CF.
Paco Ramón y Juanjo Fernández son entrenadores de los equipos Cadete A y Cadete B, respectivamente, de fútbol femenino del Club valenciano. Compatibilizan su trabajo con las sesiones de entrenamiento a los niños y niñas de los equipos de las Escoles.
“No se tiene en cuenta la destreza deportiva de los niños y niñas; lo más importante de la experiencia en las Escoles es enseñar valores a los participantes. Nos esforzamos en que los alumnos aprendan la importancia de cuidarse unos a otros, de trabajar en equipo, de no rendirse. El fútbol es una herramienta muy importante para conseguir esos objetivos”, explican.
Relatan momentos de satisfacción vividos de la mano de los alevines: “Hay una niña -explica Paco- que me dijo que ahora, cuando llueve, se empeña en ir al colegio, porque sabe que si tiene faltas de asistencia, eso implica su salida del proyecto de las Escoles”. Y añade Juanjo: “En uno de mis equipos tenemos un niño sordo y sus compañeros han aprendido el lenguaje de los signos para poder comunicarse con él”.
“Nosotros también aprendemos mucho de ellos, nos aportan tanto, tanto, que, para que te hagas una idea, yo voy a empezar a estudiar Trabajo Social para mejorar mi formación y poder entender mejor sus necesidades”., explica Juanjo. Sin explicitarlo, el entrenador hace referencia a los complicados entornos sociales y, a veces, familiares, en los que se desenvuelve la vida de sus alumnos.
Las sesiones de entrenamiento se completan con otras actividades especiales como la visita que hoy están realizando al campo de Mestalla o a otros espacios del club. A veces la recompensa por haber trabajado eficazmente, tanto en el aula como durante los entrenamientos, adquiere la forma de entradas para ver en directo, desde las gradas, un partido disputado por el Valencia CF, o una sudadera con los colores del equipo.
“Desde el principio transmitimos a los niños y niñas que por entrar en las Escoles forman parte del Valencia CF y que para ser jugadores de un club tan importante su comportamiento tiene que ser ejemplar”, explica el coordinador del proyecto, Antonio Salvador.
Algo más que profesores
Todo este trabajo que se desarrolla en las Escoles Cor Blanquinegre sería imposible sin la complicidad de los directores y profesores de los centros escolares que han creído y apostado por el proyecto de la Fundació del Valencia CF.
Charo Fernández es, desde 2004, directora del CEIP Les Arenes y, desde 1996, profesora de Educación Física. Sonriente y afable, vestida con ropa deportiva, exuda empatía y vocación de enseñar.
– El CEIP Les Arenes lleva cuatro años participando en las Escoles Cor Blanquinegre. ¿Qué balance hace de la experiencia?
– Positivo, muy positivo. Muchos de mis alumnos, en torno al 50 por cien, están en riesgo de exclusión social, viven en entornos de situaciones económicas muy precarias y, muchos de ellos, presentan necesidades educativas especiales. Si no fuera por este proyecto, no tendrían ninguna posibilidad de acceder a este tipo de actividad, a estos entrenamientos. Para mí, lo más importante, es que a través de la práctica del fútbol se les inculca la cultura del esfuerzo, del compromiso, del respeto a los demás, del trabajo y la responsabilidad.
Charo afirma que la implicación de las familias de los niños y niñas que entran a formar parte del proyecto es “absoluta”, y sonríe al explicar que bastantes de sus alumnos de hoy son hijos de los primeros niños que pasaron por las aulas del centro que dirige. “Ha habido, en las familias del centro, una evolución muy grande, en positivo: han aprendido que no se discrimina a nadie, que, como padres, todos tienen derechos y deberes, que el absentismo injustificado no está permitido, que los niños deben acudir al colegio con el material necesario y en buenas condiciones de higiene. Con todo, lo más importante, para mí, es que son adultos que han entendido que los problemas se solucionan hablando y sin agresividad. Hace 25 años, cuando yo empecé, todo esto no era así”.
La madre de Desirée M, alumna de 11 años del colegio Madre Petra de Torrent (Valencia), se recupera en casa de una intervención quirúrgica leve. Ello no le ha impedido levantarse a primera hora de la mañana para trenzar con maña la mata de negros cabellos de su pequeña. Desi luce una larga y robusta trenza que golpea su espalda al trote de las carreras que realiza por el campo del Mestalla. Al igual que el resto de sus compañeros de las Escoles, ha acudido a realizar el tour vestida con el equipaje oficial del Valencia CF. Coqueta y dicharachera, adorna los lóbulos de sus orejas con unos grandes pendientes de botón, blancos, en forma de perla.
– Desi, ¿qué es lo que más te gusta de pertenecer a uno de los equipos de las Escoles Cor BLanquinegre?
– Hum… que me noto muy feliz, que tengo ilusiones y me lo paso muy bien con mis compañeros. Hoy, por ejemplo, me he levantado de la cama con mucha ilusión porque sabía que íbamos a venir aquí.
Desi llegó a las Escoles por observación. “Veía a mis compañeros de otros cursos del colegio -explica- lo bien que se lo pasaban, lo dije en mi casa, y aquí estoy”.
Cuenta que sus padres la animan y apoyan en su afición futbolística, y confía en que pronto sus dos hermanos pequeños, Sheila y Abraham, también formen parte de la familia Escoles Cor Blanquinegre. Y su mejor amiga, Naara: “Ella, cuando empecemos con el equipo, faltaba mucho a clase. Ahora se está esforzando porque también quiere entrar en el equipo”.
Maite Rodríguez es la directora del colegio Madre Petra y David Silvestre es profesor de Educación Física del centro. Ambos apostaron por las Escoles desde el primer momento: este colegio de Torrent lleva seis años trabajando mano a mano con Antonio Salvador y la Fundació del Valencia CF. Empezaron con un equipo masculino; muy pronto, las alumnas también quisieron participar y se puso en marcha un equipo femenino. El Madre Petra aporta ahora a la iniciativa valencianista un equipo mixto. Clasificado como un Centro de Acción Educativa Singular (CAES), este colegio de Torrent acoge a niños y niñas “muy vulnerables” en palabras de su responsable. “Son alumnos -explica Maite Rodríguez- que sufren entornos familiares muy problemáticos, con padres en la cárcel o con problemas de drogadicción y alcoholismo. Tenemos un alto porcentaje de niños de etnias diferentes y muchos están, junto con sus familias, en situación de refugiados. La verdad es que hacemos más una labor social que académica”.
Maite destaca que el fútbol y las Escoles Cor Blanquinegre son, para los profesores del centro “un instrumento pedagógico muy importante: los niños saben que para estar ahí tienen que ganárselo. ¿Cómo? Estando atentos en clase, esforzándose y ayudando a los demás. La verdad es que el comportamiento de los alumnos y alumnas que están en el equipo mejora, así como su asistencia a clase y sus notas.
– ¿Cómo valoran las familias de los niños este proyecto?
– Ahora están encantadas; al principio, sobre todo los padres de las niñas, mostraban extrañeza. Me decían: “¡Ay, maestra! Mi hija jugando al fútbol…”.
Tarjetas verdes para motivar
David Silvestre, el profesor de Educación Física del colegio Madre Petra, explica con detalle cómo funciona el sistema de tarjetas que sanciona el comportamiento de los niños y decide su continuidad o salida del equipo: “La tarjeta verde otorga al niño privilegios, pero también le exige responsabilidad; cuando a un niño se le “saca” tarjeta amarilla es un primer aviso, la advertencia de que está fallando y tiene que corregir su comportamiento. La tarjeta naranja es ya un segundo aviso, muy serio. Si al alumno se le presenta una tarjeta roja, sabe que está fuera del equipo y que tiene que devolver el equipaje que se le prestó cuando entró”. Se hace una evaluación periódica de cada alumno de la mano de los responsables del centro escolar y en colaboración con Antonio Salvador como responsable del proyecto.
Al igual que el Madre Petra, el CEIP Nuestra Señora del Amparo de El Real de Gandia (Valencia) se trata también de un Centro de Acción Educativa Singular (CAES) que atiende a alumnos con una particularidad: son niños y niñas que están en régimen de internado en la residencia infantil gestionada por la Fundación Nuestra Señora del Amparo, organización sin ánimo de lucro que ofrece un hogar durante la semana escolar a pequeños -entre 3 y 13 años de edad- en riesgo de exclusión social o con situaciones de inadaptación escolar. María José Castelló es ahora la coordinadora en este CEIP: “Nuestros alumnos proceden de familias de ámbito económico terrorífico, que se ha agudizado con la pandemia. Tenemos muchas familias monoparentales, de mamás que trabajan en horarios complicados y no pueden atender a sus hijos. Ven lo felices que son aquí los niños, lo bien atendidos que están, y se crea un fuerte vínculo, de mucho compromiso, con ellas”.
Este centro de Gandia vinculó el currículo con el proyecto de las Escoles para integrarlo en el proyecto educativo. Por ejemplo, cuando trabajan matemáticas en el aula, se estudian las estadísticas de los goles marcados o se hace el recuento de los kilómetros que deben recorrer los jugadores del Valencia CF cuando viajan a disputar partidos a diferentes ciudades. “En Geografía -explica María José- vamos marcando en un mapa de España dónde juega el Valencia CF durante la temporada”.
Los vestuarios, sin duda, el espacio del Mestalla que más emoción provoca a los niños. Allí se hacen fotos, móvil en mano, junto a las figuras serigrafiadas de los jugadores del Valencia CF que decoran cada taquilla.
“Hoy han descubierto -concluye la profesora Charo Férnandez- que todo esto es real: los jugadores, los vestuarios, los trofeos… La mayoría de ellos nunca habían pisado un gran estadio para ver un partido de fútbol en directo”.
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