Piers Morgan, la primera víctima de Enrique de Inglaterra y Meghan Markle


Piers Morgan (Surrey, Reino Unido, 55 años) utiliza el periodismo para promocionar a Piers Morgan. Y en eso, no tiene igual. Es el rostro en el que todos los británicos piensan cuando imaginan a esa prensa feroz, rastrera e inhumana a la que Meghan Markle ha declarado la guerra. Tan convencido estaba de que recaía solo en él la tarea de desenmascarar a la duquesa de Sussex, a lo que se ha dedicado con ahínco durante años desde su puesto de presentador del programa Good Morning Britain (GMB) en la cadena ITV, que el pasado lunes se pasó de frenada. Acababa de ver la entrevista de Meghan Markle y el príncipe Enrique con la periodista estadounidense Oprah Winfrey. “Dos horas de basura contra la familia real, para destruir todo el trabajo realizado por la reina durante estos años y presentar a la casa real como un grupo de supremacistas blancos con sus acusaciones de racismo”, arremetió Morgan contra la pareja. Al día siguiente, cuando se reafirmó en que “no creía una sola palabra que saliera de la boca de Markle” —ni siquiera su estado de salud mental, que según ella le había llevado a acariciar la idea del suicidio— se topó con la horma de su zapato. Alex Beresford, quien inició su carrera en ITV como hombre del tiempo y aparece ocasionalmente como copresentador de Morgan o como reportero en el programa matinal, no pudo contenerse y dejó a su compañero con la palabra en la boca. “Entiendo que no te guste Meghan Markle. Ya te has encargado de decírnoslo. Tenías una relación personal con ella y fue ella quien decidió cortarla. Estaba en su derecho. La has despedazado durante todo este tiempo sin que ella haya dicho una palabra sobre ti. Es un comportamiento diabólico”, le acusó Beresford. Morgan no pudo soportar el sabor de su propia medicina y abandonó el plató encolerizado. Por un rato. Enseguida estaba de vuelta para seguir con su monólogo-diatriba. Al día siguiente, después de recibir 41.000 quejas de los espectadores, la dirección de ITV comunicó que Morgan dejaba de presentar el programa cuya audiencia había ayudado a levantar con su personalidad, histrionismo y popularidad.

Veinticuatro horas después, estaba a la puerta de su casa para responder a los periodistas y presentarse como el paladín de la libertad de expresión en el Reino Unido. Encantado de ser él, una vez más, la noticia.

Como cuando empezó a lanzar su carrera profesional bajo la tutela de Kelvin MacKenzie, el legendario editor del tabloide The Sun, quien elevó el periodismo amarillo a unos niveles de procacidad y salvajismo nunca vistos, y vendió millones de ejemplares. Le puso al frente de Bizarre, la sección del diario dedicada al cotilleo de los famosos. El muchacho de Sussex criado en un pub —se levantaba a las cinco de la mañana a reponer las botellas antes de ir al colegio— que aspiraba a ser algo grande se encontró un patio de recreo para él solo. Solo ese terreno entre el periodismo, el entretenimiento y la farsa que son los tabloides británicos explica que Morgan contratara una doble y anunciara que Madonna había ido a visitarlo en la redacción, pidiera disculpas al “descubrir” el montaje, y anunciara a continuación que había sido todo una broma. Triple noticia, y los lectores lo adoraban.

Enseguida le echó el ojo el magnate de los medios, Rupert Murdoch, y le ofreció la dirección del News of The World. De sus ansias por llevar al amarillismo a nuevas cotas surgieron escándalos como el romance de la española Bienvenida Pérez con el Jefe del Estado Mayor de la Defensa, Peter Harding; o la pillada del actor Hugh Grant con la prostituta Divine Brown “en actitud lasciva” en un espacio público de Los Ángeles.

Morgan no sabe dónde está el límite. Es parte de su éxito. La publicación de las fotos de la exmodelo Victoria Aitken, entonces lady Spencer (casada con el conde de Spencer, el hermano menor de Lady Di), en pleno tratamiento de un desorden alimenticio, acabaron provocando su despido de la dirección del periódico. Con disgusto de Murdoch, que había ganado mucho dinero con él.

De despido en despido, Morgan ha construido una personalidad con partidarios y detractores, pero que, como una pelea callejera de borrachos, resulta irresistible de contemplar. De la dirección del Daily Mirror salió cuando cayó en la trampa de publicar imágenes falsas de soldados británicos abusando de prisioneros iraquíes, en 2004. Antes había triunfado con la foto de una Lady Di en lágrima viva agobiada por los paparazis, o con la de la modelo Naomi Campbell saliendo discretamente de un centro de rehabilitación de toxicómanos.

Su popularidad no conocía fronteras, y llegó a sustituir al insustituible Larry King en su programa de entrevistas de la CNN. Duró tres años, con una audiencia en caída libre. No era lo suyo el periodismo con apariencia de respetabilidad, aunque pudo establecer interesantes contactos. Y hacerse amigo de Donald Trump, a quien realizó años después una entrevista insustancial que rozaba la hagiografía. “He ordenado que se construya un nuevo Air Force One [el mastodóntico avión presidencial]. Ningún otro presidente había tenido el coraje de hacer algo así”, contaba Trump a su extasiado amigo inglés. Ambos compartían una manía personal hacia Meghan Markle. De momento, ambos han salido malparados. Aunque si aún no está nada claro el retorno de Trump, todas las apuestas sugieren que el de Morgan llegará pronto.


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