Pilar de Yzaguirre: “La mujer mayor incomoda”

Ahí está, refulgente y conjuntadísima, no tiene pérdida. Pelo blanquísimo, labios rojísimos, jersey claro, pantalón oscuro y un tres cuartos blanco y negro que compró “hace siglos, en unas rebajas de Murcia”, según confiesa cuando le alabo el gusto, con esa complicidad inmediata que se establece entre chicas amantes de los trapos. Hemos quedado en el teatro Fernán Gómez de Madrid, donde estrena la “penúltima” función de su vida, cuando podría estar disfrutando de sus nietos y sus bisnietos. Desde que nació, nueve meses antes de la Guerra Civil, hija de un ingeniero vasco y una burguesa ilustrada catalana —“fui una niña bien que pasó hambre a rachas”, explica¨— De Yzaguirre ha ido siempre “contracorriente”, sin dejar de moverse en ambientes donde no se le había perdido nada. Solo su afán de intentar arreglar el mundo antes de comérselo crudo.

¿Qué hace una chica como usted en un sitio como este?

Pues cosas raras, porque nadie a los 85 años hace una producción en una pandemia, sin dinero y sin público. Solo una loca. Es tan sencillo como eso: estoy loca por las artes escénicas y los derechos de la mujer, las dos pasiones de mi vida. Esta obra las junta, y no quería morirme sin hacerla.

Dice que fue feminista sin saberlo. Explíquele eso a las nuevas.

Viví la guerra, la posguerra, la dictadura y ahora la pandemia, experiencia no me falta. De niña quería ser igual que mi hermano, y luego, igual que mi marido, que era un hombre estupendo que me apoyaba en todo, pero es que fuera no te dejaban ni tener una cuenta corriente propia. Empecé a meterme en asociaciones de mujeres, a hacer cosas y a decir que por ahí, no. Ahí sigo.

¿Cuánto pesa el ser pionera?

Yo no tengo ni idea de ser pionera. Yo he hecho las cosas porque había que hacerlas, porque era urgente, porque nos iba la vida en ello. Nos reuníamos, nos informábamos, tirábamos de amigos médicos, y hasta de curas. Así creamos en Vallecas el primer centro de planificación familiar, antes de despenalizarse los anticonceptivos en 1978. Por allí iba hasta el obispo Alberto Iniesta, que le llamaban el obispo rojo, a decirle a las mujeres que nos hicieran caso, que si no iban a tener un embarazo al año y no había para tanto.

¿Qué fue la píldora para ustedes entonces?

La llave de la libertad de las mujeres. El control de tu cuerpo. Poder organizarte la vida, los proyectos, los sueños, sin privarte de amar por miedo a la carga de los hijos. Y también la llave de la sexualidad. Con ella pudimos empezar a jugar con nuestro placer.

Antes de eso, ¿qué hacían?

Pues no hacíamos, mira tú. ¿No querías respuestas cortas? Pues ahí lo tienes.

Mujer, algo harían.

Pues eso de salirte en marcha y esos trucos que hablabas con las amigas, pero que eran frustrantes y tenían sus riesgos. Éramos parejas de la misma edad, estábamos todos en el mismo fondo de armario. Ibas haciendo a la vez que vivías.

¿Qué ha sido lo que más le ha cambiado la vida en sus 85 años?

El teatro.

¿Más que los móviles, más que la revolución de las mujeres?

Sí, todo eso también. Pero el teatro tiene la magia de que te traslada. Cuando empecé a conocerlo, me enamoré de él para siempre. Es donde más feliz me siento en la vida: ante una obra de teatro bien hecha que me deja irme a mis sueños y me crea otro mundo que necesito, porque a lo mejor el que tengo no me gusta.

No es médico y montó una clínica. No es actriz ni autora y hace teatro. ¿Es usted una intrusa?

Eso es como lo que decía el New York Times de Lola Flores: “No canta, no baila, no se la pierdan”. Yo lo que he tenido es pasión en la vida. Sé motivarme y motivar. Tengo la fuerza de la naturaleza, me encanta vivir, trabajar, cansarme. El trabajo me ha hecho persona y me lo ha dado todo. Pero también me encanta cocinar y hacer feliz a una mesa de 20 personas.

¿Hay placer a los 85?

Imagino que sí, pero de ese que hablas estoy bastante alejada. Mi alegría de vivir es levantarme por la mañana motivada y alegre porque tienes un trabajo o una pasión que te llena las horas. Me levanto a las siete y ya voy con prisas porque creo que llego tarde a los sitios.

Tras 30 años produciendo teatro, ¿qué sabe del ego ajeno?

Lo respeto muchísimo porque hay gente que se lo merece. Son divos y divas, sí, pero esa gente te hace soñar y eso no se paga con nada. Yo me meto como si fuera un gatillo entre sus piernas y les ronroneo porque lo necesitan. Están un poco locos, como yo.

¿Les envidia?

No envidio nada, pero sí me siento envidiada. Noto que alrededor no se entienden bien algunas cosas, y la gente te deja un poco de lado, como diciendo: ¿esta, por qué hace esto también, de qué va?

¿El éxito aísla?

Sí. Y te lo digo porque he estado con gente eminente, importantísima, con cerebros geniales, y más solos que la una, tanto ellos como ellas. Y cuando tú empiezas a destacar, raro es que se te acerque gente con buena intención. Yo pasé de ser el garbanzo negro de mi familia a ser el más blanco, y eso no todos lo llevan bien.

¿Cómo ve una feminista autodidacta a las feministas de hoy?

Pues algunas no se enteran de nada. ¿Por qué hay que estar gritando tantísimo y yéndose al extremo cuando a diario puedes ayudar a la mujer a ser más fuerte, a estudiar, a hacerse ver y valer? Es que todavía a las mujeres no nos ven. Si hay que elegir a alguien, eligen a un hombre, ni siquiera a propósito, es que si hay una mujer, no la ven. Y estamos. Mira, tengo a una que está aprendiendo a volar un avión. Madre mía, a mí eso no se me ocurrió.

¿Qué le hubiera gustado ser?

Conocer muchos idiomas para poder entenderme con todo el mundo. Los idiomas no son mi fuerte. Pero me he defendido. Un día, en Alemania, le preguntaron a Nacho Duato por qué me llevaba con él de gira sin saber alemán. Y Nacho dijo: “A Pilar se la entiende hasta sin hablar”. Estoy de acuerdo.

Esta pandemia ha diezmado a su generación. Más allá del virus, ¿cómo tratamos a los mayores?

Mal. No los amamos. No realmente. Antes, por mujer, no me daban un crédito sin permiso de mi marido, y ahora no me lo dan porque tengo 85 años. Aunque les diga que pongo mi casa como aval. Te dicen que no, que no interesas. Los mayores no interesan porque los demás no saben la cantidad de vivencias, sabiduría y amor que pueden trasladar, porque lo han vivido. Somos una generación de dar gusto a todo el mundo. Pero ahora incomoda. Y la mujer mayor incomoda la que más. Y eso que me parece que la mujer, a cualquier edad, tiene valor, constancia, capacidad de trabajo, el que sea, y una ternura que el hombre no acaba de tener.

¿Le queda algo por hacer?

Aprender a morir. Tengo ya muchos años y eso es un arte. Vas envejeciendo, entorpeciéndote, pero no por eso tienes que destrozar a los de alrededor. A mi edad, me gustaría aprender a morir. Ya estoy haciendo algunos deberes, pero no tengo ninguna prisa por morirme, para todo lo demás, sí, pero para eso, no. La vida es lo único que tenemos.


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