Pioneros de la permacultura urbana

Las grandes ciudades tienen muchas asignaturas pendientes. La mayor pasa por el modelo alimentario que han decidido adoptar. Cuando nuestra comida llega desde muy lejos y se elabora y procesa diversas veces por el camino, podemos imaginar qué pasará el día que algún eslabón de esa cadena falle de verdad. Y, si buena parte de la humanidad acabará viviendo en las ciudades, algo que pasará bien pronto, ¿quién cultivará la tierra y el campo? ¿Cómo conseguiremos devolver a la tierra la vida que le hemos extraído después de tanta presión sobre ella?

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Cultivar en ciudad y convertir un pedazo de espacio en lugar fértil es objetivo de científicos, técnicos agrícolas y hortelanos urbanas que lo ven necesario para avanzar hacia un cierto punto de autosuficiencia en momentos de verdadera crisis. De entre estas personas destacan dos que se apoyan la una a la otra para conseguir una cosecha suficiente que devuelva la dignidad allí donde solo hay cemento. Y han decidido hacerlo en la azotea de sus casas.

Reunimos a Joan Carulla y Robert Strauss para un diálogo que formó parte de les 48H d’Agricultura Urbana celebradas por primera vez en Barcelona. Se dieron cita en la azotea de Joan Carulla y los grabamos gracias al trabajo del estudio de producción La Fresca. Joan acaba de cumplir 98 años y lleva casi 50 cultivando en un 5º piso en el centro de la ciudad. Son 150m² y 40 toneladas de tierra que ha ido incorporando a lo largo de todos estos años. Claro que el edificio está bien asentado, cimentación que dobla la estructura actual, tela asfáltica, pintura anti poros y baldosas, además de un sistema de medias tuberías interiores cortadas en forma de ‘U’ que funcionan como drenaje.

Carulla recoge de su azotea-huerto 100 kilos de uvas al año, además de un montón de cajas de nísperos, patatas, tomates…

Riega con agua de lluvia gracias a un depósito instalado en el piso inferior donde vive. Un motor canaliza el agua hacia el huerto y luego él la distribuye en bidones de seis litros que deja aquí y allá para facilitar el riego manual. Las plantas lo agradecen y a la vista están los resultados.

Un pedazo del huerto de Robert Strauss.
Un pedazo del huerto de Robert Strauss.Pilar Sampietro

El caso de Robert Strauss es un tanto diferente. Llegó a Barcelona hace ocho años con la idea de encontrar un pequeño lugar urbano donde cultivar. Tarea difícil pues el espacio está totalmente copado, así que adaptó cinco rincones exteriores de su casa con diferentes orientaciones. Instaló sistemas de riego para cada una de ellas, adaptadas a las necesidades de cada zona y a las plantas que ha decidido cultivar. En invierno riega con manguera. Sabe que el cloro no es bueno en el cultivo y sueña con instalar un sistema parecido al de Carulla para recuperar el agua de lluvia. Estos dos permacultores urbanos han ido experimentado paso a paso en sus vidas cómo hacer más fértil el pequeño trozo de tierra cultivable.

Carulla consiguió que las 40 toneladas de tierra, vertidas desde un lugar cercano a la ciudad, tuvieran vida gracias a que incorporó materia orgánica de todo tipo: papeles y facturas, el contenido de las latas del supermercado que regentaba hace años, incluso conglomerado de madera, que parece ser muy apreciado por las raíces de los árboles y las plantas.

Debemos nuestra vida al reino vegetal. ¿Qué mejor práctica de la permacultura que esta puede existir?

Joan Carulla, permacultor

Strauss tiene sus cultivos en cajas de plástico de frutería, dispersas por todas partes con una profundidad de 40 centímetros y aporta el compost que genera con los residuos orgánicos de su familia, pero también con los restos de fruta y verdura de las tiendas cercanas. Cada tarde Robert comienza un periplo de recogida orgánica por el barrio.

Carulla lleva tiempo observando el comportamiento de las raíces de los árboles en su jardín comestible. Asegura que se mueven en busca de alimento por el interior de los pasillos que él distribuyó entre zona y zona de cultivo. Así es como la higuera o el níspero acceden al alimento que tienen al otro lado de la terraza, a través de sus raíces en el subsuelo. Lo demás lo hace la empatía que tanto Joan como Robert tienen con el mundo vegetal. “Las plantas, como las personas, emiten vibraciones”, dice el primero, “Los humanos a menudo emitimos vibraciones negativas pero las plantas son tan nobles que solo dan positivas. Las quiero, como sentimiento profundo, de tú a tú, y ellas me dan lo mejor de su fruto. Debemos nuestra vida al reino vegetal. ¿Qué mejor práctica de la permacultura que esta puede existir?”

Y así es el resultado: Carulla recoge de su azotea-huerto 100 kilos de uvas al año, además de un montón de cajas de nísperos, patatas, tomates… El camino hacia la autosuficiencia en la ciudad ya está marcado. Por eso es tan importante el diálogo y las enseñanzas que nos lanzan ambos en este vídeo.

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