Dilan Cruz estaba en una encrucijada. O en un momento que debería serlo para cualquier joven, si todos tuvieran las mismas oportunidades. El sábado 23 de noviembre salió a las calles de Bogotá, junto a miles de estudiantes, para marchar y reclamar al Gobierno un futuro más digno. Su horizonte más cercano era la ceremonia de graduación que se celebró el pasado lunes en el Colegio Ricaurte, en el sur de la capital de Colombia. Dilan, de 18 años, acababa de terminar el último curso. Ese día no pudo acudir. Estaba ingresado en el hospital San Ignacio. Horas más tarde, falleció.
Este joven, que creció en una familia de escasos recursos, se convirtió en el símbolo de las protestas que, con movilizaciones diarias y caceroladas, en su gran mayoría pacíficas, llevan diez días aumentando la presión social al Gobierno de Iván Duque. Su muerte conmovió al país y tocó la fibra de una sociedad acostumbrada a convivir con la violencia. De alguna manera, puso a Colombia ante el espejo. Dilan Mauricio Cruz se estaba manifestando en el centro de Bogotá cuando recibió el disparo de un policía antidisturbios. La bala, de un arma calibre 12, probablemente una escopeta, se incrustó en su cabeza. Según la autopsia del Instituto de Medicina Legal, el impacto le causó “severos e irreversibles daños a nivel del encéfalo”. Y el veredicto del forense calificó esta semana lo sucedido de “homicidio”.
La investigación se encuentra ahora en una suerte de limbo judicial, ya que no está claro si la asumirá la justicia ordinaria o un tribunal militar. En cualquier caso, supone un episodio de represión que agravó la crisis a la que se enfrenta el Ejecutivo y que pone, una vez más, bajo la lupa, la actuación del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad). Y los líderes de las protestas, representantes sindicales y del movimiento estudiantil, exigieron al presidente el desmantelamiento de esa unidad.
Mural en homenaje a Dilan Cruz, en Bogotá. JUAN BARRETO AFP
“Dilan era un joven alegre, espontáneo y vital, deportista y crítico, que siempre se destacó en nuestra comunidad por su liderazgo, y es en este sentido que nos sentimos orgullosos de él y de su causa”. Así lo describen sus profesores en un comunicado y en un vídeo difundido para rechazar los intentos de presentar a este estudiante como a un violento. “Como sus maestros, podemos dar cuenta de que era un joven que nada tenía que ver con acciones delincuenciales o de vandalismo”, aseguran.
Las autoridades han puesto especial énfasis en los destrozos y los disturbios que se han registrado en los últimos días y que han dejado casi 800 heridos entre manifestantes y agentes. Sin embargo, las marchas se han desarrollado de forma eminentemente pacífica y festiva. Y el episodio más grave, condenado por varios organismos internacionales con Naciones Unidas a la cabeza, tiene que ver con el proyectil que acabó con la vida de Dilan Cruz. Esto es, una munición llamada bean bag, que consiste en una bolsa de material textil con múltiples perdigones de plomo, según la descripción del forense. El ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, y el director de la Policía, Óscar Atehortúa, aseguraron que esos dispositivos son autorizados internacionalmente y los calificaron de “menos letales”.
Pero Dilan murió tras una agonía de dos días. Cuando una de sus dos hermanas, Denis Cruz, fue a recoger su título, se dirigió a los demás estudiantes del colegio con la voz a punto de quebrarse. “Queremos que esto que pasó no sea para más disturbios, para armar más violencia, en absoluto. Queremos que esto sea un detonante para acabar con la violencia, con todo lo malo que está pasando en este momento en el país, y lo único que pedimos por parte de mi familia es paz. En este momento yo sé que es también lo que quiere Dilan, por eso estaba marchando por sus derechos y demás. Entonces, así como todos, Dilan también quiere la paz”, dijo.
Tras conocer su muerte, difundió un vídeo en el que pidió respetar la privacidad de la familia. “Entendemos que todo lo que está pasando solo va a cambiar el día en el que todos, sin excepción alguna, decidamos hacer todo desde el respeto, con el amor hacia el otro, cuando dejemos atrás la violencia, el odio, el rencor y empecemos a construir cariño, conciencia, valores, empoderamiento. Lo que queremos nuestras generaciones es paz”, continuó. La joven conversó por teléfono con el presidente Iván Duque, quien aseguró que se identifica “plenamente con su mensaje”. El mandatario recibió también una carta que la madre, Yeni Alejandra Medina Pulido, escribió desde la cárcel, donde cumple condena de tres años. La mujer tuvo un permiso para salir de la prisión de Cali y velar a su hijo y después se dirigió al presidente.
En la misiva, escrita a mano, le solicitó “encarecidamente más oportunidades para la educación, especialmente para aquellos jóvenes con bajos recursos con muchos potenciales, proyectos y sueños en sus vidas que desean ser personas dignas”. También se refirió al escuadrón antidisturbios, solicitando que sus agentes se conviertan en un “ejemplo de paz”.
La brecha de Colombia
La historia de Dilan y la de su familia es, en sí, un reflejo del contexto en que se iniciaron las protestas. Un clima en el que cada vez más sectores de la sociedad colombiana demandan oportunidades de futuro y un giro en la economía. En definitiva, que se reduzca la desigualdad, la enorme brecha que separa la Colombia urbana de la rural o, en Bogotá, la que divide el sur de la ciudad, las zonas más castigadas por la pobreza, y el norte. Al mismo tiempo, las palabras que rodean su muerte, el recurrente deseo de paz, es también el anhelo de millones de colombianos. Tras la firma de los acuerdos con las FARC, se terminó un conflicto armado, pero el país aún no ha resuelto el problema de la violencia y de los enfrentamientos entre los colombianos.
Miles de personas marcharon el miércoles en una nueva huelga general en homenaje al joven. Apenas hubo incidentes. Y las pancartas o las consignas que recordaban a Dilan Cruz se diluyeron en un concierto, bautizado como “cacerolazo sinfónico”, en el Parque de los Hippies. Entre la cumbia Colombia, tierra querida y el Cuarto Movimiento de la Novena de Beethoven, el himno a la alegría que hoy siguen buscando cientos de miles de jóvenes.
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