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Por qué en España vivimos hacinados en pisos, incluso en los pueblos



Hace unos meses, el arquitecto Carlos Tomás (Madrid, 1982), regreso a España después de vivir y trabajar seis años en Lausana (Suiza). Alquiló un piso en el barrio de Arapiles, en Chamberí, y una de las primeras diferencias que percibió respecto a su antiguo apartamento frente a la Rue Centrale era el tamaño de las ventanas: más pequeñas y con persianas. “Aunque son construcciones diferentes, a nivel general el tamaño de las ventanas es más grande en Centroeuropa; es cierto que la luz allí es más tamizada y que buscan que entre en mayor cantidad en el hogar, pero aún así sus ventanas tienen proporciones más alargadas y son más altas”, cuenta el arquitecto de Estudio Reciente.
El tamaño medio de una ventana de dos hojas en España es de 1,15 metros de alto por 1 metro de ancho; en Suiza, un modelo estándar similar es de 2,15 metros de alto por 1,20 metros de ancho, consultadas las tiendas de Leroy Merlin en ambos países. “La percepción es clara, allí dejan de ser un agujero en un muro para convertirse en una pared transparente”, confirma el arquitecto.
Si en España tenemos una media de 2.500 a 3.000 horas de luz al año, mientras que en países como Holanda es de 1.600, parece lógico que las ventanas aquí sean más pequeñas, como medida quizá de protección solar. Pero no siempre fue así. No hay más que pensar en los balcones verticales de las calles del centro de Madrid o Barcelona para darse cuenta de que un día nuestras construcciones abrazaron el sol a cristal abierto y recurrieron a persianas y contraventanas para protegerse de él cuando fuera necesario.
Del mismo modo, ciudades del cantábrico donde las galerías acristaladas forman parte de la arquitectura tradicional, precisamente en esa búsqueda de luz de la que no disfrutan en la misma medida, se adaptaron también al modelo único de ventana española. La luz es solo parte de la explicación: existen otros factores que tienen que ver con lo económico, con el precio del ladrillo frente al del aluminio y otros componentes de una ventana.

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‘Collage’ de ventanas de Barcelona, en ‘Windows of the world’. | Gonçalves

Un ladrillo hueco doble —el modelo convencional— tiene unas medidas de 24 centímetros de largo por ocho centímetros de alto y un precio medio de 0,07 euros. Si construyéramos con ladrillos el hueco de una ventana estándar no utilizaríamos más de 51 unidades, lo que supondría un coste de algo más de tres euros y medio (sin mano de obra ni argamasa). Una cifra superior a los 100 euros que cuesta una ventana de las mismas medidas.
“El precio del ladrillo es más bajo que el del aluminio, pero es, además, el coste de todos los elementos que componen una ventana lo que hay que tener en cuenta, pues debe alcanzar unos estándares de aislamiento que eviten la pérdida de energía. En cambio, un aislante colocado sobre un muro de ladrillo es siempre más económico”, cuenta el arquitecto.

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Ventanas de Vigo en ‘Windows of the world’. | Gonçalves

En los años sesenta y setenta, ciudades como Madrid recibieron miles de emigrantes de las zonas rurales a los que había que ubicar en barrios de nueva construcción. La gran mayoría de estos bloques de pisos, levantados de manera rápida y con materiales de calidad media, tienen las ventanas más pequeñas que las obras recientes. “El parque de viviendas de esos años respondía a un momento de rápido crecimiento y escasos recursos económicos; no había una normativa tan estricta. Me sorprende ver que, a pesar del paso del tiempo, parece que muchas de las decisiones tomadas entonces siguen vigentes; las ventanas hoy han crecido de tamaño, pero no son comparables con las de otros países vecinos”, remata Carlos Tomás. El resultado son casas con menos iluminación natural incluso de la que necesitamos para desarrollar nuestras actividades cotidianas en su interior, lo que conlleva a un mayor gasto de energía eléctrica.
Y las reformas no permiten resolver esta brecha de luz. Aurora Monforte (Ávila, 1954) compró en 1978 un piso en el popular barrio de Vista Alegre, al sur de Madrid. Su bloque de viviendas, construido en el año 1960, tiene ventanas de dos hojas que miden un metro de alto por 0,80 centímetros de ancho, mucho más pequeñas que las que se instalan en la actualidad. “Echo mucho de menos la luz, tengo un patio grande por donde entraría un gran torrente, pero parece que la veo pasar; me gustaría poner las ventanas más grandes, pero tendría que tocar la estructura exterior de la casa y no está permitido”, lamenta.
La figura del constructor también tiene algo que decir al respecto, pues en el encaje del presupuesto final entran tanto el proyecto del arquitecto como el coste de los materiales y su ejecución. “Los constructores suelen querer ventanas que les reporten beneficio, y el arquitecto quiere ventanas que se adecuen a su proyecto, enrasadas o de carpintería invisible. Los cajones que guardan las persianas suelen ser muy feos y colocarlos bien en una fachada es caro y difícil”, cuenta Manuel Ocaña (Madrid, 1966), del estudio de arquitectura que lleva su nombre. Y remata con una afirmación también habitual que enzarza al consumidor en esta lucha por el tamaño de las ventanas: “El cliente las quiere siempre más grandes, pero por el mismo precio que las pequeñas”.


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